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La vida contemplativa no es incompatible con el hecho de vivir en el mundo. De hecho, Dios también vive en el mundo. Y precisamente en medio del mundo, entre los hombres, el contemplativo se convierte en testigo vivo del Dios escondido.

Por consiguiente, el Señor no le dice al contemplativo secular que se retire del mundo, sino que se guarde del maligno (cf. Jn 17,15). Lo cual no significa que tenga que diluirse en el mundo; porque si el contemplativo pertenece a Dios, no puede pertenecer al mismo tiempo al mundo, puesto que no puede servir a la vez a dos señores (cf. Mt 6,24). Tiene que desarrollar y mantener una opción radical a favor de Dios, aunque esté inmerso en las realidades del mundo, que amenazan con dividirlo. Y para lograrlo, tendrá que aceptar la contradicción, la incomprensión y el rechazo que comporta ineludiblemente la ruptura con el mundo, tal como nos avisa el mismo Jesús1.

El contemplativo secular, es decir, aquel al que Dios llama a vivir unido a él en medio del mundo, ha de guardarse del mundo, sin cortar con él; insertarse en el mundo, sin diluirse en él. Ha de buscar el delicado equilibrio que radica en compaginar la presencia en el mundo y una cierta desvinculación del mismo, siguiendo el ejemplo de Jesús en Nazaret. Es un difícil equilibrio que se manifiesta en una manera de vida peculiar, y que hace que el contemplativo esté siempre próximo, permaneciendo distante; solidario, queriendo estar solitario; presente a los demás, pero inquieto únicamente por Dios. Para conseguirlo debe tener el convencimiento de que lo fundamental no es la mera soledad exterior, sino la búsqueda apasionada de Dios; porque el aislamiento por sí mismo no garantiza el encuentro con Dios. Y para que toda su vida esté centrada en la búsqueda de Dios, tendrá que salvaguardar, a cualquier precio, adaptándolos a la vida en el mundo, el silencio, la oración, la lectio divina, la soledad, etc.

Para poder vivir contemplativamente en medio del mundo es necesario construir una espiritualidad específica, que se apoye en los siguientes medios fundamentales:

  • -Disponer del tiempo y el modo necesarios para la oración contemplativa.
  • -Buscar frecuentemente espacios amplios de tiempo para hacer retiros espirituales.
  • -Vivir las realidades del mundo de forma radicalmente evangélica.
  • -Encontrar el propio ritmo de la fidelidad a Dios permaneciendo en el mundo.
  • -Ordenar el tiempo y las diferentes tareas seculares con criterio evangélico para que no obstaculicen el desarrollo de la vida interior.
  • -Regular adecuadamente el descanso para evitar el embotamiento y la excesiva tensión.
  • -Rehusar en lo posible todo lo que dispersa, como visitas innecesarias, exceso de televisión, cine, etc., pero estando informado de lo sustancial que sucede en el mundo.

Todo esto permitirá al contemplativo secular vivir como le pide el Señor: estando en el mundo, pero sin ser del mundo (cf. Jn 15,19); sin aislarse del mundo, pero guardándose del maligno (cf. Jn 17,14-15). Porque vivir en el mundo no es sinónimo de dispersarse o diluirse en él, perdiendo la identidad evangélica, sino el modo de armonizar la primacía absoluta de Dios con la misión en el mundo que el mismo Dios le encomienda.


NOTAS

  1. Véase Jn 15,18-19: «Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mí antes que a vosotros. Si fuerais del mundo, el mundo os amaría como cosa suya, pero como no sois del mundo, sino que yo os he escogido sacándoos del mundo, por eso el mundo os odia»; Jn 17,14-16: «Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo»; 1Jn 2,15: «No améis al mundo ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no está en él el amor del Padre».