Si alguien desea ponerse en camino para buscar a Dios, respondiendo a la llamada que éste le dirige a seguirle, debe prepararse para la lucha, como ya avisa la Escritura: «Hijo, si te dispones a servir al Señor, prepárate para la prueba» (Eclo 2,1). Y en la medida en que se avanza por los caminos de la vida espiritual con más fuerza aparece la tentación que tratará de impedir todo progreso.
Por esta razón, todo planteamiento de vida interior debe contar con el demonio y sus estrategias; no hacerlo sería una grave irresponsabilidad de consecuencias catastróficas.
Precisamente para ayudar a descubrir la estructura de las diversas tentaciones en orden a poder realizar un verdadero discernimiento espiritual que permita avanzar en la vida interior presentamos una recopilación de diversos modos de tentación, analizando la intención de su autor y los mecanismos de los que se sirve.
La tentación forma parte sustancial del entramado humano. Allí donde está el hombre está la tentación. Y el Tentador tiene especial cuidado de trabajar en contra de quienes quieren ser mejores o intentan seguir el camino al que Dios invita al hombre.
La gente ingenua piensa que es tentación cualquier incitación al mal. Eso supone tener en muy poco al diablo, que no se molesta en duplicar tantas y tantas provocaciones al mal que se fabrica el mismo hombre. No, en estos casos no tiene que hacer nada, simplemente asiste divertido al espectáculo gratuito de la autodestrucción humana.
Donde se requiere un arte verdaderamente sutil es en la auténtica tentación; en la acción perfectamente estudiada por la que la fuerza y las capacidades del hombre que intenta convertirse se orientan precisamente a llevarle lejos de Dios hasta acabar en oposición a él. Y si esto se hace sin que el hombre sea consciente, mejor que mejor.
Nada existe más adecuado para salir al paso de las estrategias del Enemigo que conocerlas. Sólo conociéndolas podemos desmontarlas, descubrir la burda patraña del Tentador y así poder burlarnos de él ‑«hacerle higas», en gráfica expresión de santa Teresa de Jesús‑ puesto que «el diablo… el espíritu orgulloso… no puede aguantar que se burlen de él» (Tomás Moro).
El primer presupuesto del que hay que partir es que «el demonio no tiene poder para vencernos, pero sí posee astucia para convencernos» (San Agustín). De hecho no puede nada contra nuestra voluntad, pero se infiltrará por la vía de la razón hasta hacer que ésta doblegue la voluntad. Nuestra atención no debe dirigirse a posibles ataques frontales del grueso de un fuerte ejército en orden de batalla, sino a las sutiles escaramuzas de una guerra de guerrillas que se desarrolla entre los intrincados peñascos de nuestra razón.
Lo cual no quiere decir que el Tentador se tome la molestia de darnos «lecciones» de nada. Eso supondría gastar demasiadas energías en un artista al que le gusta presumir de obras bien acabadas en el más corto espacio de tiempo y con el menor gasto posible de energías. Por eso su trabajo, más que dar ideas al hombre, es evitar que éste tenga ideas. Nada divierte más al Enemigo que ver cómo cualquier falacia, sutilmente presentada, sustituye al razonamiento ordenado e impide que el hombre piense, plenamente convencido de que ha encontrado la verdad.
Veamos, pues, algunas de las muchas maneras que tiene este «artista» de llevar al hombre a la alienación más oscura y destructiva.
Para elaborar este elenco de tentaciones hemos partido de las luminosas intuiciones del libro de C. S. Lewis, Cartas del diablo a su sobrino, Madrid (Rialp) 17ª ed., 144 pág., que es un verdadero tratado sobre la tentación, de obligada lectura y reflexión para el que pretende adentrarse en serio en la vida cristiana. Este libro posee el valor añadido de presentar un contenido tan importante y profundo de una forma amena y muy atractiva, debido a un uso magistral del humor. Parte de la ficción de un diablo experto que escribe una serie de cartas a su sobrino, también diablo, para asesorarle en el oficio de tentador que está comenzando. Y, al hilo de estas cartas, el autor nos descubre las diversas estrategias que tiene el enemigo para inducirnos al pecado y nos ofrece un espejo en el que podemos reconocernos fácilmente bajo el asedio de las tentaciones con las que el demonio trata de apartarnos del bien y la verdad.
La misma genialidad de esta obra, que une la profundidad de su contenido y la amenidad de la forma en la que está expuesto, convierte el humor de la exposición en un atenuante de la gravedad de la materia que trata. Incluso la ironía que supone exponer la dinámica de la tentación desde la perspectiva de un demonio que enseña a otro los trucos de su profesión, hace que frecuentemente resulte difícil captar la gravedad e importancia que tiene el fenómeno de la tentación para el discernimiento y el avance en la vida cristiana.
Precisamente para rescatar las valiosas intuiciones de Lewis y permitir una comprensión más adecuada de las mismas, hemos tratado de extraer el contenido implícito en esas cartas y presentarlo en forma expositiva, intentando estructurar de una manera lógica las diversas tentaciones, eliminando o añadiendo lo que se necesite para este fin. Por ello hemos añadido algunos ejemplos ficticios, pero muy frecuentes o cercanos, que pueden ayudar a entender mejor el proceso de la tentación. Es evidente que así se pierde la gracia y el estilo de Lewis, pero quizá se pueda ganar en precisión y profundidad.
Las presentes reflexiones no pretenden sustituir al libro de Lewis, cuyo innegable valor es indiscutible, sino que tratan de servirle de complemento que ayude a aprovechar mejor una importante enseñanza que puede quedar escondida bajo la genialidad de su forma.
Advertencias importantes
Ofrecemos aquí una amplia reseña de diversos tipos de tentaciones, en muchas de las cuales nos podemos ver reflejados porque hemos experimentado su fuerza o hemos caído alguna vez en ellas. Si pretendemos tener un simple conocimiento de la tentación bastará con la lectura del texto que presentamos. Pero si lo que buscamos es un conocimiento más profundo del proceso de la tentación de cara a profundizar en el discernimiento, será necesario hacer un ejercicio más profundo que la simple lectura. Para aprender a identificar las diferentes tentaciones tendremos que hacer un ejercicio de aplicación, buscando ejemplos ‑reales o ficticios‑ en nosotros mismos o en los demás. El hecho de que la tentación suela pasar desapercibida es uno de los elementos fundamentales de los que se sirve el Tentador para llevarnos a su terreno; y esta misma facilidad que tiene la tentación para no ser detectada hace que nos resulte muy difícil identificarla incluso cuando estamos tratando de ella. Solamente una aplicación concreta, práctica y acertada de la tentación nos puede permitir descubrirla y, a partir de ahí, vencerla.
Dejando aparte una posible lectura superficial, proponemos una serie de pautas importantes para utilizar el presente material de modo que sirva para una formación real en el campo moral y psicológico y ayude claramente en el discernimiento.
1) Lo primero que hemos de tener en cuenta es que el presente material hace referencia fundamentalmente a las tentaciones, que son el fruto de la acción del demonio en el hombre. Por tanto no entramos en la influencia de los otros enemigos del alma: el mundo y la carne. No debemos olvidar la influencia del mundo que nos arrastra con tanta facilidad al pecado, así como el impulso que ejercen nuestras propias pasiones en el mismo sentido. Se trata de dos realidades que acompañan y agravan la fuerza que el Maligno utiliza contra nosotros. Hemos de tener en cuenta que se trata de campos diferentes al que vamos a tratar, aunque se sirva de ellos con frecuencia el Tentador.
2) Por tratarse de un material eminentemente práctico y dirigido al discernimiento debemos utilizarlo muy dosificadamente. Bastará la lectura de una tentación para ayudarnos a hacer criterio. Una lectura continuada de varias tentaciones normalmente será perjudicial, porque impedirá el asentamiento interior que ayuda a hacer criterio y permite realizar un claro discernimiento espiritual.
3) Cada uno de los casos que se presentan viene acompañado ordinariamente de uno o varios ejemplos que lo ilustran. El objeto de dichos ejemplos es hacer más inteligible la tentación en cuestión; sin embargo pueden convertirse en un inconveniente si nos llevan a limitar el alcance de una tentación concreta al ejemplo propuesto. Si queremos servirnos de este material para tener una mejor formación moral, deberemos leer y meditar despacio cada una de las tentaciones y buscar en nosotros mismos o en los demás ejemplos reales o posibles de las mismas. Sólo después de haber realizado este imprescindible trabajo, podremos buscar en los ejemplos propuestos un contraste que nos ayude a revisar nuestra comprensión del tema.
4) Aunque las tentaciones aparecen analizadas individualmente, no siempre vienen solas y por orden. No hemos de olvidar que pueden acometernos varias tentaciones a la vez. De modo que el estudio de las mismas debe tener en cuenta que la mayor parte de las tentaciones se relacionan entre sí y pueden darse a la vez para aumentar su fuerza. Por esta misma razón podemos encontrar semejanzas y conexiones entre las diversas tentaciones que presentamos.
5) Aunque un elenco tan amplio de tentaciones puede crear en el lector la impresión agobiante de la enorme fuerza del mal, hemos de tener presente siempre que por grande que sea la tentación mucho más grande es la gracia; y por fuerte que sea el demonio mucho más fuerte es Dios. Para el que se emplea a fondo en el combate cristiano, la tentación, lejos de ser un instrumento infalible de fracaso espiritual se convierte en ocasión providencia de fortalecimiento interior y de crecimiento evangélico.