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Como hemos visto, mientras normalmente los llamados a la vida monástica tienen vocación contemplativa, no todos los que tienen vocación contemplativa están llamados necesariamente a la vida monástica. Es más, podemos afirmar que la vocación contemplativa es la vocación normal de todo cristiano, ya que por el bautismo hemos recibido el Espíritu Santo que nos ha hecho hijos y templos de Dios, dándonos la posibilidad real de vivir inmersos en el mismo Dios y de comunicarnos abiertamente con él. Por lo tanto, vivir la vida de la gracia de forma permanente está al alcance de todos los cristianos, y ese modo de ser y de vivir es precisamente el modo contemplativo de vida.
La mayoría de la gente cree que este modo de vida está reservado sólo a los místicos o a los monjes. Sin embargo, el encuentro personal con el Dios vivo es el centro y el núcleo de toda vida cristiana y, por lo tanto, es una gracia que Dios pone al alcance de todos los bautizados, para que puedan entrar en la experiencia que nos muestra el auténtico rostro de Dios, y descubran cómo vivir en comunión con él. En el fondo, la vida contemplativa consiste en vivir el encuentro humano con Dios de manera consciente y personal, lo que hace que el creyente supere la vivencia rutinaria de la religión y descubra en sí mismo un ser distinto, una nueva dignidad, que le permite ser lo que realmente es, aquello a lo que Dios le llama a ser desde la creación, tal como dice san Pablo: «Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia» (Ef 1,4-6).