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Vivimos en un tiempo marcado por una significativa crisis de valores que no deja de afectar también a la Iglesia. Y dentro de ella, la vida contemplativa, en todas sus dimensiones, constituye el ámbito que, por ser el más delicado, es más vulnerable. La importancia vital que tiene la vida contemplativa para el sano desarrollo de la vida de la Iglesia, unida a su vulnerabilidad, explica que se dirijan hacia ella muchos de los ataques que, desde fuera y desde dentro de la Iglesia, ponen en riesgo el normal desarrollo de este modo de vida.

Los fuertes muros de muchos monasterios no han podido defender a sus moradores de estas tormentas que los han empujado, bien a una cierta renuncia a la esencia de su vocación para hundirse en el secularismo o, por el contrario, a tratar de evadirse del conflicto planteado, huyendo por la vía de un espiritualismo desencarnado.

En cualquiera de los casos, desde los más extremos a los menos exagerados, se puede observar un denominador común, que es la falta de una sólida base teológica que hace posible que primen las modas o los sentimientos sobre la verdad. Al final parece que todo vale, con tal de que concuerde con las modas ideológicas del momento o con unos sentimientos siempre subjetivos. Y, lógicamente, cuando todo vale, nada tiene verdadero valor; y lo que se pierde siempre es la verdad.

Sin una búsqueda apasionada de la Verdad no es posible la fe ni la vida de la Iglesia1. Y hay que tener en cuenta que esa Verdad con mayúsculas no es otra que la Verdad de Dios, que es Cristo. Sólo su búsqueda ardiente, con la solidez del estudio objetivo de la Palabra de Dios, iluminado por la fe en el marco de la Iglesia, puede ser el fundamento de cualquiera de las vocaciones y misiones dentro de la misma.

Esto, que vale para todos los ámbitos eclesiales, vale también para la vida contemplativa. La cual, tanto la monástica como la secular, sólo podrá prosperar si se asienta sobre una sólida formación que le permita entrar en la batalla ineludible que está planteada con las armas necesarias para poder librarla con garantías de éxito.

Por otra parte, el mismo ambiente relativista que nos envuelve trata de sugerir la permanente sospecha ante todo lo que desentone con las modas o los sentimientos, especialmente frente a posturas que pretendan llevar a cabo el arduo trabajo que supone encontrar la Verdad, algo que se considera sospechoso de prepotencia y espíritu antievangélico.

Por esto mismo, el estudio serio y la sólida formación teológica constituyen una exigencia fundamental para todo el que quiera ser fiel a la vocación contemplativa en el mundo de hoy.

Este es, precisamente, el reto que queremos asumir desde estas páginas: ayudar a quienes descubren su vocación contemplativa, especialmente si carecen de los medios que poseen los monasterios, y quieren ser fieles a la misma. Porque estamos ante un asunto de vital importancia, ya que de esa fidelidad a la propia vocación depende la fidelidad real a Cristo y a la fe; y, paralelamente, la fidelidad a la fe de la Iglesia y el conocimiento verdadero de Cristo son imprescindibles para vivir la vocación contemplativa de manera auténtica.

Por otro lado, somos conscientes de que por «formación seria» no hay que entender un tipo de estudio teológico desligado de la propia vocación contemplativa. Estamos obligados a encontrar vías reales que permitan armonizar la verdadera teología con una profunda vida interior, de manera que ambas se enriquezcan mutuamente. Sólo podrá ser eficaz una formación que permita que la mente y el corazón del contemplativo se enriquezcan mutuamente en la luminosa armonía que produce la Verdad.

Algunos pueden pensar que la formación del contemplativo tiene que hacerse en el ámbito de la oración o, incluso, como un modo de orar; pero no es así. La formación es, fundamentalmente, estudio y, por tanto, reflexión, memoria, aprendizaje, correlación de conceptos; en definitiva, es el trabajo intelectual de búsqueda de la verdad.

El contemplativo, ciertamente, hace todo desde la conciencia de la presencia de Dios y, por tanto, puede decir que todo lo que hace lo convierte en oración; es decir, lo hace desde la conciencia de la presencia de Dios y unido a él. Pero debe distinguir las diferentes actividades que realiza de lo que es su tiempo específico de oración; y debe emplear en cada ámbito la metodología propia, sin confundir los campos. Así, cuando reza, reza; cuando pinta, pinta; cuando barre, barre… Pero todo, vivido en presencia de Dios. Esto es convertir todo en oración, que es diferente de hacerlo en la oración. No es lo mismo hacer del estudio oración que hacer el estudio en la oración. En el primer caso el estudio mantiene su identidad, aunque realizado en presencia de Dios; mientras que en el segundo, el estudio se sustituye por la oración, que pasa a eliminarlo.

Si queremos encontrar un vínculo específico entre estudio y oración tenemos que entender que el estudio, realizado con el tiempo y la seriedad que requiere, nos acerca a la verdad y nos permite conocer mejor a Dios, lo cual se notará claramente cuando lleguemos a la oración, que se verá enriquecida por el mejor conocimiento de Dios que hemos adquirido en el tiempo de estudio.

Por otra parte, sólo un trabajo sólido de estudio puede darnos la base necesaria para apoyar el auténtico apostolado que debe estar fundamentado en la exigencia que tenemos de «dar explicación a todo el que nos pida una razón de nuestra esperanza», tal como nos pide san Pedro (1Pe 3,15).

Este objetivo es suficientemente grande como para que no pueda ser abarcado de golpe por nosotros. Pero, aunque no podamos hacerlo todo, sí podemos poner algunas bases para construir y orientar un trabajo de futuro.

Con este fin iremos presentando una serie de estudios que ayuden a profundizar en la fe de la Iglesia y muevan a la vida interior, armonizando la razón y el corazón por medio de la búsqueda humilde y apasionada de Cristo -Verdad de Dios- en el acto de amor que mueve la verdadera fe y la genuina esperanza.


NOTAS

  1. Léase a este respecto la importante aportación de Bendicto XVI sobre las consecuencias para la fe de renunciar a la verdad.