Seleccionar página

Descargar el libro de los Fundamentos completo

Volvamos a las gracias que podemos tomar como referencia vocacional. Hemos de tener en cuenta que, aunque tienen una gran fuerza afectiva, no significan que el individuo haya recorrido camino alguno; simplemente son apoyos sensibles que ayudan a superar las ataduras que el mundo crea en nuestro interior y que sólo con un contrapeso en la misma línea de los afectos pueden ser vencidas. Además, sirven de indicadores con los que Dios nos señala el camino por el que quiere llevarnos. Así, por ejemplo, pueden hacer fácil y espontánea una forma de caridad heroica, como manera de decirnos que ése es el modo concreto como hemos de amar; o pueden regalarnos una oración de intimidad que nos descubra profundos misterios de Dios, para que sepamos claramente cuáles han de ser las actitudes y las características de la oración que debe configurar nuestra vida, etc.

Pero, a pesar del fuerte impulso de la gracia, el camino está enteramente por recorrer. El caminante no deja de ser un aprendiz que aún no ha dado pasos reales en su itinerario. Éstos vendrán cuando vayan desapareciendo las gracias sensibles, permitiendo que se haga realidad la respuesta concreta de la persona a la acción de Dios. En eso se verá el verdadero amor, por encima de unos sentimientos que, aunque provenientes de Dios, ni provenían de la persona, ni habían sido asimilados por ella. Y no es infrecuente ver que, llegado el momento de esta purificación inicial, el principiante trate de aferrarse a las gracias sensibles que tuvo, como si fueran propiedad suya, y rehúse seguir el camino de fidelidad y trabajo que le corresponde realizar, rechazando, de este modo, el camino de amor y de cruz que siguió el Señor, y que ahora le ofrece para identificarle con él.

Si bien es cierto que pueden existir diferencias en cuanto al tipo de gracias recibidas por unos u otros, esto no ha de preocuparnos, porque es algo que no está en nuestra mano y no es el elemento fundamental que distingue una vocación. Las diferencias entre los itinerarios vocacionales no provienen de la acción extraordinaria de Dios, sino de nuestra respuesta de amor. De hecho existen personas agraciadas con multitud de dones sobrenaturales que se pierden en una respuesta mediocre; y, por el contrario, podemos encontrar a otras que carecen de esos dones pero ponen un especial y amoroso empeño en buscar, amar y servir a Dios. Éstas encontrarán una mayor plenitud de unión con Dios que aquéllas. Eso sí, teniendo en cuenta un dato muy importante: al hablar de unión con Dios no nos referimos a la mera unión afectiva, sino a la unión a la que se llega por la transformación del amor verdadero y profundo, el amor que está muy por encima de todo lo sensible.

En resumen, es necesario realizar un discernimiento afinado que permita poner en claro la vocación contemplativa a la que Dios llama, de suerte que la vida se polarice afectiva y efectivamente en ese sentido, sea cual sea el punto de partida. Si lo importante ‑y lo específico‑ de la vida contemplativa es el amor ‑el amor verdadero y en acto‑, nos encontramos ante una realidad enormemente esperanzadora y que abre inmensos horizontes de santidad: No se necesitan gracias extraordinarias para ser auténticamente contemplativo. Basta quererlo de verdad, que no es otra cosa que reconocer que Dios lo quiere, y que si él lo quiere tiene que ser posible; más aún, ha de resultar fácil. Para ello es suficiente saber que se puede emprender el camino del amor que lleva a la unión con independencia de que se tenga un mayor o menor impulso sensible de la gracia; porque siempre es posible ser fiel al mayor amor, optando por la renuncia a nosotros mismos y buscando por encima de todo a Dios; y esto, y no los dones especiales que él puede darnos, es lo que le podemos ofrecer a Dios y lo que le da gloria.

Una última observación. Ciertamente se necesitan unos dones especiales para configurar el alma de acuerdo con el proyecto específico que Dios tiene para alguien. Pero esos mismos dones exigen una correspondencia de entrega y de cruz, y nunca podrán entenderse como una especie de dispensa del esfuerzo o de la fidelidad en el amor. Entender que las gracias recibidas para poder llegar a una determinada y peculiar meta se reciben para hacer cómodamente un camino simple y ordinario es una peligrosa infidelidad al amor, y un modo de dilapidar el amor de Dios por medio de una perversión o deformación de la finalidad del mismo.