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El peligro de una vida cristiana sin formación
Salió el sembrador a sembrar. Al sembrar, una parte cayó al borde del camino; vinieron los pájaros y se la comieron… Vosotros, pues, oíd lo que significa la parábola del sembrador: si uno escucha la palabra del reino sin entenderla, viene el Maligno y roba lo sembrado en su corazón. Esto significa lo sembrado al borde del camino (Mt 13,4.19).
Solemos pasar por alto este primer punto de la parábola del sembrador como si no fuera importante o no nos afectara a nosotros. Pero podemos comprobar a nuestro alrededor, y en nosotros mismos, el efecto devastador que tiene la falta de formación entre los mismos cristianos, que sin duda han escuchado la Palabra de Dios, pero no la han entendido, no la han asimilado, no la han incorporado a su forma de ver, pensar y decidir.
- -¿O no comprobamos cómo hacen estragos entre los mismos jóvenes cristianos una forma de entender la vida matrimonial o familiar muy distinta a la cristiana? ¿Es que no han escuchado lo que Dios quiere para el hombre y la mujer? Sin duda ¿Lo han entendido? ¿Se han formado en esa forma de vida? A juzgar por los resultados, muchos no.
- -Clamamos, con razón, contra el crimen del aborto, argumentamos, nos manifestamos. Pero, ¿son sólo los no-cristianos los que abortan? Desde luego que no. Y éstos, ¿no han oído lo que Dios quiere? Sí, pero no lo han entendido, ni aceptado de forma que les afecte en el momento de la verdad.
- -Y en cosas más cotidianas: ¿realmente nos influye lo que Dios nos revela en su Palabra sobre el pecado, la misa o los mandamientos? ¿No será que el diablo se lleva fácilmente eso de nuestro corazón porque no lo hemos entendido, es decir, porque nos falta verdadera formación?
Por eso, al hilo de estas palabras de la parábola del sembrador, debemos plantearnos nosotros, los que rezamos, los que hacemos un día de un retiro, los que estamos más comprometidos, si realmente entendemos y profundizamos la Palabra de Dios, la Verdad de Dios depositada en la Iglesia. No vaya a ser que preocupados por dar mucho fruto o ser perseverantes en las dificultades o quitar la influencia de los afanes de la vida, nos falte el primer paso para que la Palabra de Dios dé fruto en nosotros.
Y ¡atención! Nadie crea que esto se sale del ámbito de un retiro o que no tiene nada que ver con la vida espiritual, o piense que la formación es algo necesario pero para los que quieran profundizar en el ámbito teórico de la teología. ¡Todo lo contrario! Quien quiera tener una vida espiritual profunda y una vida cristiana auténtica tiene que preocuparse muy mucho de que su vida de oración este basada en una fe firme y completa y que su acción cristiana sea realmente evangélica no sea que todo su esfuerzo sea en vano. Uno de los dramas de nuestra Iglesia es la separación de la vida espiritual, de la formación cristiana y de la coherencia de vida. Como si uno pudiera dedicarse a una u otra según sus gustos, o como si se pudiera llevar una vida espiritual intensa sin la formación adecuada, o como si se pudiera hacer muchas obras de caridad sin una vida espiritual intensa, o si se pudiera saber mucha teología sin oración y sin que eso llevara a la entrega a los demás.
Y no podemos olvidar que, para el creyente, la formación no es simplemente una necesidad de orden práctico, es una cuestión de amor. El que ama quiere conocer al amado. El amor lleva al conocimiento de la otra persona o de aquello que se ama. Y el conocimiento lleva al amor, a profundizar y a crecer en el amor. Sucede con la formación lo que sucede con la oración: no es sólo un medio para sentirme bien o para tener luz y fuerza, es una cuestión de amor, de relación personal: el que ama reza y el que no reza no ama. Lo mismo podemos decir de la necesidad de profundizar en el conocimiento de Dios: el que ama a Dios busca conocer cada vez mejor a Dios y el que no se forma es porque no ama. Como un joven que tuviera una novia vietnamita, aprendería su lengua, no por lo práctico que le iba a resultar, sino por demostrar su amor. Es la experiencia de los conversos, que después de la experiencia fuerte de Dios en la conversión comienzan humildemente un camino de formación. Como Edith Stein, que tras la noche de su conversión leyendo a santa Teresa de Jesús, va enseguida a comprar un misal y un catecismo. Lo resume muy bien las palabras del salmo:
Grandes son las obras del Señor, dignas de estudio para los que las aman (Sal 111,2).
En este sentido, me parece muy significativo el ejemplo de santa Teresa de Jesús, nada sospechosa de no valorar la importancia de la oración, pero que previene claramente a sus monjas de la falta de formación necesaria:
Así que importa mucho ser el maestro avisado digo de buen entendimiento y que tenga experiencia. Si con esto tiene letras, es grandísimo negocio. Mas si no se pueden hallar estas tres cosas juntas, las dos primeras importan más; porque letrados pueden procurar para comunicarse con ellos cuando tuvieren necesidad. Digo que a los principios, si no tienen oración, aprovechan poco letras; no digo que no traten con letrados, porque espíritu que no vaya comenzado en verdad yo más le querría sin oración; y es gran cosa letras, porque éstas nos enseñan a los que poco sabemos y nos dan luz y, llegados a verdades de la Sagrada Escritura, hacemos lo que debemos: de devociones a bobas nos libre Dios (Santa Teresa de Jesús, Vida, 13, 16).
El encuentro y el seguimiento de Cristo necesita que iluminemos y alimentemos también nuestra inteligencia y no sólo nuestra voluntad. No se trata de que crezcamos sólo en el amor y dejemos a un lado la preocupación por una fe recta y profunda.
Puntos esenciales de la formación
Podemos pararnos a pensar en algunos puntos de la formación que pueden parecernos secundarios o para especialistas y que, sin embargo, son imprescindibles para que nuestra relación de amor con Dios sea auténtica, porque, como toda relación de amor, tiene que partir del verdadero conocimiento del otro y de la auténtica naturaleza de la relación. No nos vaya a pasar con Dios lo que sucede en muchas relaciones de pareja que fracasan porque no se conoce al otro, o no se conoce uno a sí mismo o se desconoce lo que supone un matrimonio o una familia. Si no queremos que nuestra relación con Dios fracase, tenemos que saber muy bien quién es el Dios al que amamos, quiénes somos nosotros y qué supone ese amor y entrega a Dios. Y si nos dan igual todas esas cosas, es que en el fondo no valoramos lo suficiente nuestra relación con Dios.
•Un punto primero y fundamental que hay que iluminar con la Palabra de Dios y una fe recta es la imagen de Dios, al que oramos, en el que confiamos y al que buscamos:
- -¡Cuántas veces la vida espiritual se atasca por una imagen equivocada de Dios! Un Dios enfadado, abuelete o lejano… Es imprescindible purificar esa imagen a través de la Palabra de Dios. Nos conformamos con etiquetar a Dios de forma simplona sin entrar en el contenido completo y profundo de la realidad de Dios y actuamos según esas etiquetas convirtiendo la fe en una ideología («Dios es Padre», «Dios es justo», «Dios es misterioso»… y convertimos a Dios en alguien que lo permite todo, que tiene que castigar lo que a nosotros nos parece justo o que no se puede conocer).
- Nos hace falta profundizar en el rostro del Dios trinitario para que nuestra espiritualidad sea realmente cristiana. No podemos relacionarnos con Dios como un ser impersonal, ni como un ser unipersonal. No podemos tener una vida espiritual rica y realmente cristiana sin la profundidad del Dios trinitario que nos lleva a una determinada comunión de amor con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
- -¿No fue una de las tareas más importantes de Jesús mostrar el verdadero rostro de Dios?
•El otro paso a dar es iluminar con la verdad de la Palabra de Dios el verdadero rostro de Jesús con el que nos relacionamos, al que amamos y al que tenemos que imitar.
- -Es sorprendente la cantidad de cristianos que mantienen una serie de prácticas (incluida la confesión y la comunión) con imágenes de Jesús absolutamente incompatibles con la fe, los evangelios o la misma razón.
- -Para un cristiano, el convencimiento profundo de la historicidad de los evangelios, de su significado, del ambiente que los rodea y los ilumina… no es un lujo, ni una pérdida de tiempo. Si no entendemos bien los evangelios, los podremos interpretar equivocadamente.
- -Sin tomarlo al pie de la letra como una tarea, puede ser significativo el deseo de santa Teresa del Niño Jesús, no como una forma de intelectualismo, de destacar o de curiosidad, sino porque para ella era cuestión de vida o muerte encontrar el caminito en la Palabra de Dios, y para eso necesitaba conocer su verdadero significado:
Si yo hubiese sido sacerdote, habría aprendido el hebreo y el griego, y no me habría contentado con el latín, y así habría podido conocer el verdadero texto dictado por el Espíritu Santo (Santa Teresa del Niño Jesús, Cuaderno Amarillo, 4.8.5).
•Un elemento importante que no puede faltar en una formación cristiana para que seamos coherentes es el conocimiento claro de lo que Jesús nos ofrece y nos pide: de la oferta de gracia que nos presenta y de la respuesta que hay que darle.
- -Aguamos el cristianismo si nos olvidamos de que lo que nos ofrece el Señor es participar de la vida divina y entrar en comunión con él; que la gracia es capaz de renovarnos totalmente, que la meta cristiana no es otra que la santidad a imagen del amor de Cristo.
- -¡Cuánto daño hace el desconocimiento (por exageración o por eliminación) de la respuesta moral del cristiano! ¡Cuánta gente hace verdaderas barbaridades porque no sabe que lo son! ¡Cuántos están agobiados por cosas que carecen de importancia o no nos pide el Señor!
•Y un último punto que no puede faltar en nuestra formación, que hay que iluminar correctamente desde la Palabra de Dios, es quiénes somos nosotros y cuál es nuestra verdadera situación.
- -Se nos olvida que partimos del pecado original, que hay tentador y tentaciones, que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios para entrar en comunión con él…
Toda esta necesidad de profundizar en aspectos básicos choca con la poca importancia que de hecho, en la práctica, le damos a la formación en la vida cristiana, y especialmente en la vida espiritual, incluso en el apostolado. Como si nos pareciese normal que haya que hacer cursos, leer libros o buscar ayudas para manejar un ordenador o para hacer yoga, y pudiéramos ser cristianos con las cuatro cosas que aprendimos de pequeños, o lo que se dice por ahí. Creemos que con lo que aprendimos de pequeños en la catequesis ya podemos afrontar la vida de oración, ser catequistas o afrontar los problemas de ser cristianos en el mundo del trabajo. Y nos olvidamos que la madurez cristiana tiene que ir de la mano, desde luego de una oración cada vez mayor y de más calidad, de una vida cristiana cada vez más coherente, pero también de una formación constante en los aspectos fundamentales de la vida cristiana.
Y esto vale especialmente cuando se dan pasos significativos en la vida cristiana: necesita especialmente la formación el que comienza una vida de oración, el que busca su vocación, el que asume una tarea en la Iglesia, como catequista o en el campo litúrgico o caritativo. Si sólo le ponemos buena voluntad, corremos el riesgo de dar palos de ciego, y de extraviar a los demás. Y en el ámbito de la oración, en el que estamos, podemos volver de nuevo a santa Teresa de Jesús, maestra de oración, y lo que supusieron para ella los libros y los maestros hasta tener una verdadera vida de oración que cambió su vida.
Siempre fui amiga de letras, aunque gran daño hicieron a mi alma confesores medio letrados, porque no los tenía de tan buenas letras como quisiera (Santa Teresa de Jesús, Vida, 5, 4).
Algunos peligros
A la hora de alimentar la fe con una verdadera formación hemos de evitar algunos peligros, algunos opuestos entre sí, en los que podemos caer. Una de las tareas de este retiro es poder identificarlos en la oración y buscar delante del Señor lo que necesitamos para plenificar nuestra vida cristiana:
1. Un primer peligro puede ser la excusa de la fe del carbonero, del que no se plantea nada y no quiere plantearse nada y está dispuesto a creerse lo que le digan sin hacer ningún esfuerzo por buscar la verdad y fundamentar su fe en la Palabra de Dios.
- -Es muy importante distinguir esta fe del carbonero de la fe de los sencillos: porque los sencillos, aunque no tengan la posibilidad de muchas teologías, tienen su fe bien anclada en verdades fundamentales que saben y viven; y, desde luego, no desaprovecharían la oportunidad de conocer mejor al Señor. Su actitud no se caracteriza por la pereza, el desinterés o la credulidad, sino por estar fuertemente anclados en las verdades fundamentales de la fe de las que saben extraer las consecuencias adecuadas, porque se dejan guiar y tienen el instinto de las cosas de Dios.
- -La fe del carbonero se caracteriza por la pereza del que no quiere buscar la verdad, del que se conforma con cuatro cosas porque no quiere avanzar, y por una credulidad acrítica que le llevará tarde o temprano a dejarse llevar por cualquier viento de doctrina. En el fondo, le importa poco Dios y la verdad de Dios. Se conforma con unos mínimos, que tarde o temprano serán insuficientes. Así lo advierte san Pablo:
Para que ya no seamos niños sacudidos por las olas y llevados a la deriva por todo viento de doctrina, en la falacia de los hombres, que con astucia conduce al error; sino que, realizando la verdad en el amor, hagamos crecer todas las cosas hacia él, que es la cabeza: Cristo (Ef 4,14-15).
2. Un segundo peligro cercano a éste, pero más peligroso porque tiene aspecto de virtud, es un espiritualismo meramente afectivo que rechaza la inteligencia: lo importante es lo que se siente, lo que vale es la experiencia de la oración, y lo que siento en la oración se convierte en el criterio de verdad para aceptar o rechazar lo que dice el Evangelio o la Iglesia.
- -En esa situación se desprecia la formación, el estudio o la teología como algo que seca el alma y aparta de Dios.
- -No es extraño que esta forma de espiritualismo se alimente sólo o casi exclusivamente del gusto por lo extraordinario y lo milagroso, aunque contradiga la misma Palabra de Dios: gusto por revelaciones y apariciones de todo tipo que se ponen por encima de la fe de la Iglesia.
- -Habría que recordar que forma parte del protestantismo la tendencia a oponer la fe a la razón como algo intrínsecamente malo y a reducir la fe a un mero sentimiento como criterio de salvación; mientras que ser católico implica armonizar la fe y la razón, aceptar que la fe es razonable y la razón acerca a la fe, y que ésta no es sólo un sentimiento, sino la aceptación de una verdad revelada que está más allá de los sentimientos.
- -En muchos grupos cristianos es el sentimiento común de estar juntos, de la experiencia compartida, de la fraternidad, lo que se convierte en el único valor, dejando de un lado la necesaria formación.
- -Quizá podríamos recordar las palabras del Señor a los que se creen muy cercanos a él, pero no cumplen sus palabras:
No todo el que me dice «Señor, Señor» entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos (Mt 7,21).
3. En el polo opuesto se sitúa el peligro de un intelectualismo vacío, que se acerca sin fe a la Palabra de Dios o a la doctrina de la Iglesia, no con deseo de buscar la verdad y adaptarse a ella, sino simplemente por saber. Es una erudición (que no formación) que no lleva ni a la oración, ni a la conversión, ni a la caridad. Empieza y termina en sí misma, y no sirve para otra cosa. Tiene varias posibilidades:
- -El que tiene una verdadera necesidad de Dios (que le llevaría a la formación, a la oración, a la caridad y al apostolado) y la sustituye por un intenso trabajo intelectual en las cosas de Dios que ya no le deja tiempo ni fuerzas para otra cosa. Siendo experto en teología, no se relaciona ni obedece al Dios que cree conocer.
- -El intelectualismo elitista, del que se cree superior a los demás porque estudia cosas o lee libros que los demás no conocen; y cree que eso le hace más o mejor cristiano que a los demás. Es a lo que se refiere san Pablo:
Si hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero no tengo amor, no sería más que un metal que resuena o un címbalo que aturde. Si tuviera el don de profecía y conociera todos los secretos y todo el saber; si tuviera fe como para mover montañas, pero no tengo amor, no sería nada (1Co 13,1-2).
Pero el conocimiento engríe, mientras que el amor edifica (1Co 8,1).
- -Una variedad de ese intelectualismo elitista de las cosas de Dios, es el que usa ese conocimiento para justificar determinadas opciones personales o ideológicas, no para buscar a Dios de forma sincera y con plena disponibilidad. No es infrecuente que ese estudio sesgado termine por oponerse a la Palabra de Dios, a lo que dice la Iglesia y el que lo realiza se sienta con derecho a retorcer la Palabra de Dios para justificar su postura. No están lejos del pecado contra el Espíritu Santo, que rechaza a Jesús tergiversando la misma revelación de Jesús (cf. Mt 12,22-32). El mismo Evangelio nos trae ejemplos muy claros de los que usan el saber teológico para oponerse a Jesús, también san Pablo:
Estudiáis las Escrituras pensando encontrar en ellas vida eterna; pues ellas están dando testimonio de mí, ¡y no queréis venir a mí para tener vida! (Jn 5,39,40).
«Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres». Y añadió: «Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra tradición» (Mc 7,8-9).
Os ruego, hermanos, que tengáis cuidado con los que crean disensiones y escándalos contra la doctrina que vosotros habéis aprendido; alejaos de ellos (Rm 16,17).
Al salir para Macedonia, te encargué que permanecieras en Éfeso; tenías que transmitir a algunos la orden de que no enseñaran doctrinas diferentes ni se ocuparan de fábulas y de genealogías interminables, cosas que llevan más a disquisiciones que a la realización del plan de Dios de acuerdo con la fe. Esta orden tiene por objeto el amor que brota de un corazón limpio, de una buena conciencia y de una fe sincera. Algunos se han desviado de estas cosas y se han vuelto a una vana palabrería; pretenden ser maestros de la ley, cuando no saben lo que dicen ni entienden lo que tan rotundamente afirman (1Tm 1,3-7; cf. 6,3-6).
- -Cerca de este intelectualismo (que no es formación) está también el superespecialista: el que dedica toda su vida a un punto de la doctrina -del que sabe más que nadie- y no tiene en cuenta el resto de la fe cristiana. No le hables más, por ejemplo, que de los salmos o de bioética. En consecuencia no se distingue lo fundamental, no se tiene en cuenta el orden y la estrictura de las verdades de la fe. Y no olvidemos que se puede saber mucho de una cosa y no tener una formación cristiana equilibrada y madura.
- -También hay una falsa formación que se deja llevar por lo que está de moda, por los temas polémicos, por lo más novedoso, por lo que le ofrecen en cada momento. Se salta de un tema a otro, pero sin orden, sin tener en cuenta necesidades o lagunas, sin distinguir lo fundamental de lo accesorio, lo permanente de lo pasajero. Esta formación no lleva a fundamentarse sobre roca, sino a ir de un lado para otro. Y el peligro es que al final se acaba buscando en la variedad lo que a uno le interesa, no la verdad de Dios. Lo advierte también san Pablo:
Porque vendrá un tiempo en que no soportarán la sana doctrina, sino que se rodearán de maestros a la medida de sus propios deseos y de lo que les gusta oír (2Tm 4,3).
- -También se une al peligro de este intelectualismo el cáncer del relativismo: se saben muchos datos, pero desde una perspectiva relativista que en el fondo no acepta que algo sea verdad y algo sea mentira, y por lo tanto esos conocimientos no puede mover la vida.
4. Un peligro que se puede añadir a cualquiera de los demás es el individualismo: hacer esta búsqueda por libre (aunque sea en grupo), sin guía, ni apoyo, sin tener en cuenta a la Iglesia, sin tener en cuenta lo que ya se sabe, sin dejarse guiar. Leer la Escritura como si nadie la hubiera leído o estudiado, como si no existiera la Iglesia que la transmite e interpreta. En esa situación no se está lejos del peligro del «libre examen» del protestantismo («lo que a mí me dice…»).
Características de la formación
Por lo tanto, la formación que necesitamos tiene que ayudar a mantener la relación de amor con el Dios verdadero y a darle la respuesta de amor adecuada. Por lo tanto, tiene que ser:
- –Completa: no puede faltar nada fundamental en el conocimiento del Amado. Y a la vez, no se pierde en detalles sin importancia que le aparten de esa relación de amor.
- –Práctica: no busca saber por saber, quiere saber para amar, para conocer y responder. En concreto, debe llevar a la oración, a la conversión y a la caridad: sólo es formación el conocimiento asimilado en la vida, hecho vida, que se traduce en virtudes. Es sospechosa la formación que no se puede llevar a la oración o que no alimenta la oración.
- –Eclesial: apoyada en la enseñanza de la Iglesia, en comunión con la Iglesia. La formación que nos hace amar más al Señor, nos tiene que hacer amar a su Cuerpo que es la Iglesia.
- –Humilde: no busca ser más, saber más, controlar a los demás; sino que parte de la necesidad del que busca a Dios porque lo ama y es consciente de que necesita que le enseñen para no equivocarse en su entrega al Señor. La formación no es una forma de autopromoción, sino un instrumento para amar más y servir mejor. La verdadera formación sabe pedir ayuda, escuchar y dejarse guiar.
Caminos de formación
1. Un primer camino, inexcusable para cualquier cristiano, es la lectura, el conocimiento y la comprensión de la Palabra de Dios. Buscando los elementos que ayuden a comprenderla y a aplicarla con el sentir de la Iglesia. Aquí es fácil dar el paso del conocimiento de la Palabra a la oración y a la vida. También en este terreno hay que huir del intelectualismo, del individualismo y de la pereza. Nunca acabamos de conocer y dejarnos iluminar por la Palabra de Dios. Hay que leer la Palabra y también algunos libros que ayuden a entender la Palabra, pero que no la sustituyan.
2. El conocimiento de la fe de la Iglesia. Hay que leer el Catecismo de la Iglesia Católica, que es un instrumento estructurado, completo y fundamental de la fe de la Iglesia comprendida y explicada para el cristiano maduro. Hay que recurrir a él para resolver dudas, para fundamentar y enriquecer la catequesis, para orientar la acción. También nos puede ayudar el Magisterio de la Iglesia, especialmente actualizado y explicado, en las encíclicas de los papas.
3. Saber discernir lo que leemos, a los cursos a los que nos apuntamos. No todo es bueno, no todo me conviene, no todo lo necesito. Como con el alimento: no sólo apartar lo malo, sino buscar lo fundamental, no atiborrarme de lo superfluo. Y aquí pedir ayuda . Hay que discernir:
Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis (Mt 7,15-20).
Queridos míos: no os fieis de cualquier espíritu, sino examinad si los espíritus vienen de Dios, pues muchos falsos profetas han salido al mundo (1Jn 4,1).
4. Que la formación que recibimos sea eclesial: que nazca de la Iglesia, que esté en comunión con la Iglesia, que lleve a la Iglesia. En concreto, la que ofrecen los pastores de la Iglesia.
5. No descuidar la parte de formación que tiene que ser personalizada, porque se trata de aplicar la enseñanza del evangelio a lo que Dios le pide a cada persona en concreto. También forma parte de la formación el discernimiento y la dirección espiritual que ayuda a concretar la aplicación del Evangelio a la situación, vocación y características de la persona concreta.
Quiérome declarar más, porque estas cosas de oración todas son dificultosas y, si no se halla maestro, muy malas de entender; y esto hace que, aunque quisiera abreviar y bastaba para el entendimiento bueno de quien me mandó escribir estas cosas de oración sólo tocarlas, mi torpeza no da lugar a decir y dar a entender en pocas palabras cosa que tanto importa declararla bien; que como yo pasé tanto, he lástima a los que comienzan con solos libros, que es cosa extraña cuán diferentemente se entiende de lo que después de experimentado se ve (Santa Teresa de Jésus, Vida, 13).
6. La formación en la acción: ver cómo se aplica el Evangelio en la vida, como ilumina las situaciones concretas que vivimos: es lo que la Iglesia llama la revisión de vida, que ilumina desde el Evangelio las situaciones concretas de cara a una actuación evangélica.
Textos para la para la oración
En la oración tenemos que tomar el pulso a nuestra relación de amor con el Señor comprobando el lugar que ocupa la formación en nuestra vida. Las lagunas que podemos reconocer en nuestra formación, podemos ponerlas ante el Señor como lo que nos falta de amor a él y de seguimiento a él. La falta de interés en nuestra formación la podemos poner ante él como falta de anhelo y deseo de Dios.
En diálogo con el Señor podemos comprobar cuáles son los errores de la formación de los que estamos más cerca y, con su ayuda, buscar poner remedio a lo que haya detrás: orgullo, indiferencia, intereses, justificaciones…
Es muy necesario descubrir en diálogo con el Señor la oportunidad de gracia que se esconde detrás del descubrimiento de nuestras lagunas o errores en la formación. El Señor nos lo hace ver porque quiere que lo conozcamos y amemos más, porque quiere amarnos. Nosotros nos planteamos esto ante el Señor porque deseamos amarle más y mejor, porque queremos que nuestra relación de amor crezca y dure.
Podría servirnos orar con algunos textos de la Palabra de Dios que nos llevan a esta actitud del discípulo que necesita aprender:
Podemos comenzar viendo en oración si tenemos el despiste de los apóstoles, ¡cuando Jesús está a punto de ir al Padre!:
(Dice Jesús:) «Y adonde yo voy, ya sabéis el camino». Tomás le dice: «Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?». Jesús le responde: «Yo soy el camino y la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto». Felipe le dice: «Señor, muéstranos al Padre y nos basta». Jesús le replica: «Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: “Muéstranos al Padre”? (Jn 14,4-9).
O el despiste de los discípulos después de la Pasión, que hace necesario que Jesús les enseñe:
Entonces él les dijo: «¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria?». Y, comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras (Lc 24,25-27).
Descubrir en la oración que Jesús está permanentemente enseñando. Contemplar el deseo del Señor, repetido en el Evangelio, de enseñar, especialmente a los que iban a ser los apóstoles, y aplicármelo a mí. Sirvan como ejemplo:
Al desembarcar, Jesús vio una multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas (Mc 6,34).
Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado (Mc 4,33-34).
Carl Heinrich Bloch, Las Bienaventuranzas
Descubrir en Jesús el Maestro que enseña sin dudas, sin fisuras, sin complicaciones, porque conoce lo que dice, porque hace lo que dice, que va a lo fundamental, que da certezas. ¡Buscar en él esa enseñanza!:
Al terminar Jesús este discurso, la gente estaba admirada de su enseñanza, porque les enseñaba con autoridad y no como sus escribas (Mt 7,28-29).
Para avivar esa actitud de ser enseñados por el Señor, pueden servirnos las palabras del salmo:
Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas (Sal 25,4).
Podemos contemplar la actitud de María, la hermana de Lázaro, a los pies del Señor, recibiendo la enseñanza de Jesús, sabiendo que ahí se encuentra lo único necesario (Lc 10,38-41).
O reconocer como aquel eunuco al que el Señor le envió el apóstol Felipe, que necesitamos ayuda, y descubrir cómo ese conocimiento le lleva a la conversión:
Felipe se acercó corriendo, le oyó leer el profeta Isaías, y le preguntó: «¿Entiendes lo que estás leyendo?». Contestó: «¿Y cómo voy a entenderlo si nadie me guía?» (Hch 8,26-38).