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Recogemos aquí una de las sesiones de preguntas del P. Molinié con algunos amigos suyos, que se centra en el tema de la admiración como actitud fundamental en la búsqueda de Dios y de la verdad.
El P. Molinié: –E. me preguntó: «¿Puedo hacer una pregunta sobre el pecado original?» ¡Y eso me ha llevado a reflexionar! He descubierto que hay varias maneras de hacer preguntas. ¡Vaya!, tendré que volver a enviar al comienzo de Adoración o desesperación1, creo que allí hablo sobre todo de sospecha, preguntas confiadas y preguntas que no tienen confianza. Pero ahí he redescubierto, en el fondo, la doctrina de Aristóteles, que dice que el principio de toda filosofía es la admiración. La palabra tradicional es admiratio, que quiere decir asombro, pero asombro maravillado, por oposición a stupor que es asombro no maravillado. El alma de la rumia2, es la admiración. No siempre he rezado en mi vida, pero siempre he rumiado.
Sí, la Iglesia lo pide, y corréis el riesgo ‑precisamente pensaba en una de vosotros, ella se reconocerá‑ de no rumiar mucho a primera vista.
Está el razonamiento de Claire T., ahora hermana de Madre Teresa. Decía: «Me contaron en el catecismo que Cristo sufrió por nuestros pecados, que nos rescató del pecado original y de todos nuestros pecados sufriendo en la cruz. Él pagó nuestra deuda, se acabó, no se hable más, no hay razón para pagar la cuenta por nuestra parte ¡pues ya está hecho! Sufrió y después hay que comenzar de nuevo». Eso la indignó, y fue para ella el alma de una rumia profunda.
Supongo que algunos pueden decirse más o menos conscientemente: san Agustín rumió, nos dio las respuestas, ya no hay necesidad de rumiar. Es, en cierta medida, lo que esperamos a veces de la Iglesia… La cuestión es precisamente saber si haces la pregunta del pecado original con la intención de quitarte de encima una preocupación, y luego no se hable más, o con la alegría de rumiar y, en consecuencia, continuar la rumia de los Padres de la Iglesia, de santo Tomás de Aquino y de san Agustín, porque la Iglesia rumia desde hace 2000 años. La Iglesia no rumiará sólo en la tierra, sino por los siglos de los siglos. «Os justi meditabitur sapientiam»3 ‑está en futuro‑ ¡la boca del justo meditará la Sabiduría! ¿Por qué? Porque es una alegría. ¿Por qué? Porque parte de una admiración.
¿Es esta admiración la que inspira vuestras preguntas? Es cierto que la cultura actual, en Occidente, tiene un efecto poderoso para matar la admiración, para sustituirla con la sospecha, el desprecio, el desaliento…, en definitiva, un espíritu hastiado. Es la famosa frase de Zampano en La Strada a Gelsomina que le reprocha no rumiar: «¡Tú no piensas!» Él le responde: «¿Pensar qué? ¡No hay nada qué pensar!» Toda la cultura actual sugiere que no haya nada qué pensar; una mentalidad que corre el riesgo de decir: «Tengo las respuestas, el catecismo, sé todo, no hay nada qué pensar, se acabó, no hay más preguntas porque tenemos todas las respuestas». Entonces si alguien plantea preguntas con la esperanza de tener respuestas «¡y después no se hable más! Tenemos todas las respuestas y ahora corramos, actuemos, recemos, pero no rumiemos más», no es la admiración la que inspira sus preguntas, sino el deseo de poseer la verdad. Como me decía riendo un compañero (tenía discos de 78 revoluciones, en aquel tiempo era un gran lujo, tenía una gran cantidad): «¡Oh! es espantoso, esta noche conté mis discos, tuve la impresión abominable de poseer la música». Hay quien quiere poseer la verdad de ese modo. Pero si es para poseer la verdad así, no estáis cerca de poseerla.
Nuestra civilización embota, hace desplomarse y caer lo que santo Tomás llama el gaudium de veritate, la alegría de la verdad, que es la alegría de la admiración. Es muy compatible con mucha piedad, fervor, santidad, y todo lo que queráis, pero no existe esa clase de alegría, de admiración espontánea ante el misterio de la realidad que desemboca finalmente en el misterio de Dios, pasando por el misterio de la pasión, la locura de la cruz, el pecado original, todas estas maravillas que cada una es más maravillosas que la otra. Fuera de esta actitud no estamos en la actitud de la Iglesia, y hacemos preguntas de una forma que me desalienta por adelantado.
Sabía bien que la admiración es algo que se produce así un buen día. Esto no se concede necesariamente al principio. ¿Estáis admirados? ¿Es la admiración la que ordena principalmente todas vuestras preguntas, vuestras rumias y vuestros pensamientos respecto de Dios, de los hombres, del mismo pecado, de los sacramentos, respecto de Cristo, de María, de los animales pequeños… o es la inquietud? Si el miedo al infierno no es la base de admiración es malo. Estoy obligado a reconocerlo. En este sentido he predicado a veces un miedo malo al infierno, el que empuja a huir. Podemos tener todos los miedos que queramos, ante lo que está en la base de la admiración no huimos.
Bien, he terminado… de momento. Allá vosotros si queréis que esto siga. Después de todo son preguntas, esto no es una conferencia espiritual, ni teológica.
Así que, por ejemplo, contéstame, ¿tu pregunta sobre el pecado original se basa en la admiración o en el malestar, el desconcierto?
E: –Si me responde, no voy a decirme: «Eso es, lo sé, se acabó».
Molinié: –No, encontrarás siempre nuevasdificultades. El riesgo para ti es más bien decir siempre: «no es eso, no eseso», sin que sea admiración, sino espíritu crítico, ¿no?…
E: –Tengo la impresión de que mis preguntas surgen cada vez más de la admiración.
Molinié: –Ah eso es muy cierto, doy fe de ello.
E: –Pero esto no se adquiere por adelantado, no es seguro.
Molinié: –Es verdad, la admiración es un comienzo del amor.
Hace cinco minutos, bruscamente he vuelto a pensar en el pecado de los ángeles: ¿es una cuestión de admiración? ¿Qué admiración? ¿Han rechazado admirarse? ¿Es una negativa pura y simple de admiración? O ¿se ha maravillado de su propia grandeza… la embriaguez de poder rebelarse contra Dios? ¿Es la admiración ante esto? Estoy totalmente perdido, pero admirado por adelantado, porque la alegría de la verdad es, al menos para mí, algo bastante irresistible hasta el presente. No he estado nunca verdaderamente hastiado; estuve turbado, muy turbado, muy inquieto, muy atemorizado, pero creo que la alegría de rumiar no se me ha quitado nunca. Es una gracia de Dios, lo reconozco, y creo que la Iglesia la tiene; que hay una relación entre la lectio divina, la meditación y la oración, todo encaja. La meditación desemboca normalmente en una alegría, en la alegría de sentirse completamente sobrepasado por el misterio; y entonces eso se vuelve oración o contemplación.
B: –Entonces ¡estamos admirados…!
Molinié: –¿Estáis realmente admirados?
A (y otros); –Sí, creo.
Molinié: –La admiración es estimulante, dinámica, debe alimentar una rumia, ¡la alegría de hacer preguntas! ¿Qué es el amor? ¿Qué es la alegría, la verdad, el coraje, el pecado, la libertad?
Bueno, siempre hablo yo, espero que alguien se lance, tome la palabra bajo el efecto del júbilo, busque la alegría de la verdad…
B: –Eso me empuja a hacer una pregunta: ¿qué es la vocación?
Molinié: –¿La vocación cristiana? ¿La vocación religiosa? ¿La vocación contemplativa?
B: –Religiosa.
Molinié: –¿La vocación religiosa? A mi entender, es el efecto de un determinado encuentro con Cristo que dice de una u otra manera: «Deja todo y sígueme».
B: –Pero ¿por parte de Dios?
Molinié: –Por parte de Dios… Aquí evidentemente tenemos una pregunta… porque, por un lado, por parte de Dios no hay diferencia, ama a todo el mundo de la misma manera. Pero a pesar de todo, la vocación de la Virgen representa algo por parte de Dios que no es lo mismo que la de María Magdalena, de Teresa del Niño Jesús, de Jacques Fesch… o de Marcel Van. Dios ve muy bien la diferencia. Ha querido sólo una Virgen, no ha querido dos. ¡Ah! Aquí tenéis una admiratio, la admiración de S.
S: –Él no ha querido más que una Virgen, ¡lo encuentro hermoso!
Molinié: –Es hermoso. Admiración, ahí lo tenéis.
S: –¡Afortunadamente la tenemos!
Molinié: –¿La Virgen?
Todos: –¡Sí!
Molinié: –No ha querido más que una Virgen. Ella tiene una vocación precisa que es la de ser la Madre de Dios. ¿Qué quiere Dios? Ha querido que la Virgen le ame. Lo quiere para todo el mundo, es pues una vocación universal. Y luego ha querido que ella le ame aceptando desempeñar cierto papel preciso en el misterio de la Redención, en el orden de la Salvación y de la creación, el ser la Madre del Verbo Encarnado. Le propuso esta vocación.
La vocación es el papel que Dios desea que juguemos, es una definición precisa. Puede que sea ser madre de familia, en este sentido es todo lo que queramos. En cierto sentido puede decirse que ¡la Virgen no tuvo vocación religiosa!
B: –Tuvo la vocación…
Molinié: –…de ser madre de familia, eso es. Por otra parte, no veo muy bien cuál es el sentido de tu pregunta.
B: –Tengo la impresión de que la vocación es un misterio, a pesar de todo…
Molinié: –¡Como todo lo que viene de Dios!
B: –¿Es lo que nos une a Dios?
Molinié: –Precisa, desarrolla, explica… lo que nos une a Dios ¡diríamos que es el amor! Y por eso es una vocación universal. Dios nos pregunta a todos: «¿Quieres amarme? ¿Quieres que nos amemos?» Es el aspecto universal de la vocación. Por eso, cuando hablamos de vocación precisamos bajo qué condiciones, qué estado, qué vocación, Dios nos propone amarle. La vocación de un ángel no es la misma que la de un hombre, y la vocación de la Virgen no es la misma que la de Abrahán. No veo cuál es tu pregunta, son hechos.
B: –No sé, también está en relación con la predestinación, la libertad, el plan de Dios y luego la Providencia…
Molinié: –Mezclas muchas preguntas: todos somos llamados a amarle, pero no todos estamos predestinados a amarle porque eso depende de nuestra libertad. Solo los que responden «sí» están predestinados. Los que dicen «no» están condenados. Pero ése no es el problema de la vocación. Dentro de los predestinados cada uno tiene su vocación; no es lo mismo. Y dentro de los condenados también; cada uno tenía su vocación a la que no ha consentido. Todavía no veo a dónde quieres ir.
B: –Usted ha dicho, el papel que Dios quiere que juguemos.
Molinié: –Ah, está bien, gracias…
B: –No, pero ¡soy idiota!, padre.
Molinié: –Eres idiota, tú eres idiota, pero todos somos idiotas, ya que se trata de maravillarse delante… como los niños. Es uno de los significados de lo que dice Cristo: «Si no os volvéis como niños», es decir, si no aprendéis a admiraros no entraréis en el reino de los cielos. Es fundamental. Si no os admiráis como los niños ante un árbol de Navidad, no entraréis en el reino de los cielos.
A: –¿Estar admirada está estrechamente ligado a la vida mística? Quiero decir que para poder estar en la admiración ¿es necesario estar conectado a la vida trinitaria?
Molinié: –En absoluto, lo que dices no es exacto. Si un ángel es creado en estado de naturaleza pura, tiene todo lo necesario para admirarse de la situación natural en la que ha sido hecho. Y también el hombre, si no tuviera el pecado original… lo que te da en parte la razón. Evidentemente, a causa del pecado original, hay un velo sobre nuestros ojos que nos impide admirarnos; entonces necesitamos la gracia que nos constituye como místicos para reencontrar el poder natural de admirarnos ante los misterios naturales de la creación, antes de descubrir los misterios sobrenaturales.
A: –Ah, sí ¡de acuerdo! Es verdad.
Molinié: –A pesar de todo existe la naturaleza que es sujeto de la gracia.
A: –Naturalmente, ¡nos maravillamos!
Molinié: –Sí, es una facultad natural que Dios nos da.
A: –En una de las Cartas a los amigos, ofrece dos ejemplos de un muchacho que se maravillaba ante los astros, el cielo… y que hacía preguntas4.
Tenía apenas cinco años, cuando me dedicaba a escaparme de mis amigos y de los niños de mi edad para ir al bosque, vagar por el campo, sentarme sobre los cerros del monte, donde pasaba horas meditando: «¿Existe Dios? ¿tiene Dios una mujer? ¿unos hijos? ¿qué come? ¿qué bebe? ¿de dónde viene? ¿quiénes son sus padres? ¿por qué él es Dios y no otro? ¿por qué yo no soy Dios? ¿qué soy yo? ¿por qué quiere él que yo ande, mueva la cabeza, hable, coma, que esté sentado, acostado, etc… mientras que los árboles, las plantas y las flores no pueden hacer lo mismo?» El fenómeno que siguió provocando en mí una fuerte impresión durante más tiempo fue el sol y la noche, ¡las estrellas! No llegaba a comprender cómo se movía el sol.
Había días en que estaba tan cautivado por el sol que por la noche al acostarme pensaba: mañana por la mañana, en cuanto me levante, es absolutamente necesario que vaya allá abajo de dónde viene; sólo tengo que tomar un pedazo de pan y que mamá no me vea. Las estrellas no me preocupaban menos que el sol. No conseguía explicarme por qué se mostraban sólo en la noche. ¿Qué son? ¿Viven como los hombres, o son sólo lámparas encendidas? La vía láctea me seducía de manera particular. Una vez, oí decir a uno de mis compañeros que un maestro de escuela que se alojaba en su casa había contado a sus padres que el sol era muchas veces más grande que la tierra, y las estrellas tan grandes como nuestra tierra e incluso a veces más grandes que el sol, pero que nos parecían tan pequeñas porque estaban muy, muy alto y muy lejos de nosotros. Este niño me interesó tanto con su relato que me impresionó violentamente y no dormí esa noche. De madrugada, en cuanto el sol se levantó, fui a buscar a ese maestro. Me recibió y, cuando le dije el fin de mi visita, empezó a hablarme de la tierra, del sol, de las estrellas, etc.
Me acuerdo como si fuera ahora de cómo retenía la respiración para escucharle mejor. A veces sollozaba de entusiasmo y de alegría… (Archimandrita Spiridon).
Molinié: –Estaba en una admiración perpetua, en su caso era místico, pero hay una base natural. ¡La admiración fascinada de los físicos ante el átomo! ¿Qué es un átomo? ¡Es absolutamente fascinante! En principio no es necesaria la gracia sobrenatural. La prueba es que, por otra parte, hay quienes siguen estando maravillados por el átomo. Hay cierta admiración que ellos no tienen a causa del pecado original, de acuerdo, pero hay un inicio de admiración normal que, sin embargo, tienen y que les estimula en la búsqueda. Si no, serían malos investigadores.
S: –¡Einstein, se admiraba!
Molinié: –Einstein, él sí que se admiraba de forma extraordinaria. ¡Seguro! Vete a saber si era un místico o no… ¡Tengo dudas!
A: –Leyendo la Biblia, ¡deberíamos estar siempre en la admiración!
Molinié: –¡Una admiración fantástica! Ángela de Foligno dice: «La Biblia son abismos que suceden a los abismos».
A: –¡Deberíamos plantear preguntas constantemente!
Molinié: – «Os justi meditabitur sapientiam», la boca del justo meditará la sabiduría; en principio no deberíamos pararnos. Entre nosotros, no nos paramos.
A: –Sí…, salvo cuando hay un vacío…
Molinié: –Recuerdo las palabras de uno de vosotros, muy famoso, cuando tratábamos de enseñarle lo que era la gracia: «¡Oh todo eso es abstracto!» No había rastro de la menor admiración. Vino más tarde, y a propósito de un misterio natural, ¿que se llama…?
C: –La presencia de inmensidad.
Molinié: –Exactamente, no fue la gracia la que le admiró en primer lugar, fue un misterio natural: la presencia de inmensidad.
E: –¿Puedo haceros mi pregunta sobre el pecado original? ¿Por qué nos afecta?
Molinié: –Creo que tu pregunta puede traducirse de manera muy clara, pero que a primera vista no es el signo de una admiración deslumbrada, es la famosa frase, cantada por los hermanos Jacques5: «No es justo que decía Fredo». ¿Es un poco eso?
E: –Sí, no sé. Es decir, que no entiendo; me digo: «Quizá es justo, pero no comprendo».
Molinié: –Es un excelente ejemplo al que responderé categóricamente: «¡Yo tampoco!» He pasado mi vida intentando entender, no me resigno, intento comprender. Todavía hoy, y mañana, hasta mi muerte, espero, intentaré entender. Me asombraría conseguirlo. En el cielo, incluso en el cielo en cierto sentido no entenderé, veré. Pero en cuanto a entender, es más bien la luz la que me entenderá y la que nos entenderá a todos, y por eso iremos de admiración en admiración en el cielo. Queda que, además de la admiración, en este mundo hay una oscuridad, un sufrimiento, por tanto un desconcierto ante esta situación dolorosa que es el pecado original. Hay pues una interrogación y una duda que pueden ser peligrosos: «¿Por qué nos cae encima esto, si no hemos hecho nada?»
La respuesta de Dios ‑respuesta que no está destinada a disipar las preguntas sino a estimularlas en un clima de admiración y no de sospecha, duda o desconcierto‑ es decir: ‑«No es justo que esto te caiga encima, ¿es justo que caiga sobre Jesús? No. Entonces, si he querido que esto caiga sobre él que es mi Hijo, quizá puedas aceptar que caiga un poco sobre ti, que eres también mi hijo querido, de modo un poco inferior, pero en fin… por otra parte si aceptas, te parecerás a mi Hijo, ¡que tampoco está mal!» ‑«Pero ¿por qué has querido esto, Señor?» ‑«No puedes entenderlo, pero tu pregunta me gusta, continúa, a condición de que te admires». ‑«Oh, al menos, ¿por qué has querido estas cosas? Oh Dios mío, es extraordinario, Cristo en la cruz… como dice el buen ladrón que no piensa en el pecado original, nosotros, nosotros lo merecemos a causa de nuestros pecados personales, pero él no ha hecho nada».
Esto es lo que esta tarde soy capaz de responderte, espero hacerlo mejor la próxima vez, ¡pero siempre con la pregunta que no puede apagarse! Por otra parte, ¡Dios no quiere que ante Cristo crucificado se apague la pregunta de la Iglesia «¿por qué has querido esto?»!
¿Os he contado las palabras de la fundadora de la Soledad, una vidente constante o casi? Vio demonios con vestiduras sacerdotales que celebraban misa blasfemando y diciendo a Cristo, siempre blasfemando: «Tú lo has querido, tú lo has querido, tú lo has querido». Y me permito aportar un pequeño toque personal a esta visión, modificarla ligeramente, en nombre del toque del escribano: los demonios dicen «tú lo has querido» tres veces y los ángeles, en la adoración, «Tú lo has querido, Tú lo has querido, Tú lo has querido». ¿Por qué has querido una cosa semejante? Cuestión de amor, y no de odio o de blasfemia. ¿Cómo puedes permitir que los demonios digan misa? Lo que es cierto en la práctica por pecador interpuesto. Por ejemplo, es cierto que después de haber hecho quemar a Juana de Arco, Pierre Cauchon quizá dijo Misa. ¿Por qué has querido eso…?
Cuando sufrimos estamos tentados de encontrar amarga esta broma, una tentación del demonio a la que hay que resistir por medio de la confianza, la humildad, la oración, y un sentimiento de admiración, una admiración estupefacta ante lo que Jesús quiso hacer por nosotros.
Dicho de otra manera, la única cosa que puede protegernos de la pregunta blasfema y de la turbación ante lo que nos parece una injusticia de Dios, es una pregunta todavía más profunda y más estupefacta ante el Amor de Dios. Pero si crees tener la respuesta frente a un blasfemo, estás perdido. No comprendo más que tú, comprendo incluso todavía menos. Del mismo modo que los físicos comprenden menos que nosotros lo que es el átomo, porque saben mejor hasta qué punto es incomprensible.
B: –Es todavía más incomprensible viniendo del amor que viniendo de un Dios…
Molinié: –Irritado. Sí, y precisamente eso es lo que reprocho a la teología del Dios irritado, es una teología que intenta hacer todo esto comprensible…
M: –¿La teología de qué?
Molinié: –Del Dios irritado, del Dios encolerizado. El Dios irritado nos turba, pero intelectualmente es más confortable para el corazón. Mientras que el Dios incomprensible en su locura, a la vez toca el corazón y alimenta más la inteligencia que interroga «pero ¿por qué?, ¿por qué?, ¿por qué?»
D: – En la visión cara a cara, nuestra inteligencia recibirá toda la luz de Dios, y eso, eso…
Molinié: –Toda la luz de Dios. Desarrollando tu pregunta: nuestra inteligencia es creada, la lux (la luz de Dios) es increada, ¿cómo lo creado puede recibir lo increado?
Eso nos lleva a la vida mística, y al misterio original del conocimiento: lo que es definible como esto o aquello puede ser algo distinto de él en cuanto otro. Cuando conozco a Cédric, me vuelvo Cédric en cuanto otro. Es lo propio del conocimiento: volverse el otro en cuanto otro. Todo se opone a que lo creado se vuelva increado, no es posible que se mezcle con lo increado, pero que lo creado se vuelva increado en cuanto otro, ¿por qué no? El papel del conocimiento es que lo creado pueda recibir lo increado en cuanto otro, y volverse increado en cuanto otro. Sigue siendo perfectamente creado, evidentemente más bien deslumbrado, de acuerdo, porque lo es en cuanto otro, y no puede comprenderlo, porque para comprender a Dios habría que tener un poder de mirada igual al de Dios, y el poder de nuestra mirada sigue siendo limitado, también en el cielo; por esa razón seremos envueltos en la luz de Dios y no nos aburriremos jamás en la eternidad. Eternamente intentaremos absorber este océano que es la luz de Dios, y no lo lograremos nunca, ¡afortunadamente! Verdaderamente es la luz increada la que habitará nuestra pequeña inteligencia ignorante, que es una capacidad de volverse el otro en cuanto otro, a volverse infinito en cuanto otro. Es la diferencia entre la inteligencia y cualquier otra propiedad que no sea la inteligencia; incluso el amor, si no tiene inteligencia, no puede volverse el otro en tanto que otro. Los animales no tienen inteligencia, los hombres tienen inteligencia, pueden volverse el otro en cuanto otro, por tanto infinito en cuanto otro, y amar a Dios en cuanto otro; lo que un animal no puede hacer, no de la misma manera.
B: –Entonces, ¿la inteligencia es un hueco infinito, por tanto capaz de infinito?
Molinié: –¡En cuanto otro!
B: –¿Y el amor?
Molinié: –El amor también, si está unido, asociado a la inteligencia de tal manera que favorezca la espiritualidad, la inmaterialidad de la inteligencia: el amor de un sujeto que tiene inteligencia tiene el mismo grado de inmaterialidad que la inteligencia.
B: –Porque el amor sólo ama lo que conoce…
Molinié: –Y según lo que conoce.
B: –Pero en sí mismo, no es capaz…
Molinié: –No, no es eso. Los tomistas tienen tendencia, y yo mismo la he tenido, a hacer de la inteligencia y del amor dos personas. Es muy peligroso. So pretexto de que son dos facultades diferentes, no vemos que es la misma persona la que ama y la que conoce. Son dos facultades distintas, pero son las facultades de una sola sustancia, de una sola persona. Pues no es la inteligencia la que ve por un lado, y el amor el que ama sin ver por otro. ¡Eso es estúpido! La persona ve lo que ama y, en cierto modo, su amor ve. O, más bien, el que ama ve el objeto de su amor. No es un amor ciego. Para que no sea amor ciego, hace falta que el amor se aproveche de la luz de la inteligencia. Evidentemente el amor necesita de la inteligencia.
T: –En el cielo veremos el infinito, pero ¿no comprenderemos todo?
Molinié: –Veremos el infinito y seremos comprendidos por él.
T: –Sí, ¡pero no podremos comprenderlo!
Molinié: –No, es como si quisieras dominar el infinito en cuanto finito. Verás el infinito y, porque verás el infinito, te verás mucho más claramente dominada por él, inundada por él, y lo verás más claramente incomprensible que ahora.
T: –Una vez, usted me dijo que nuestra inteligencia no estaba hecha para comprender, sino para ver.
Molinié: –Está hecha para comprender lo que comprende, es decir, lo que es inferior a ella, pero puede ver también lo que es superior; y entonces, no comprende pero ve. Ve precisamente que no comprende, ¡porque ve que eso la supera! Lo ve muy claramente, mientras que sobre la tierra no lo vemos claramente, estamos en la oscuridad de la fe. Nos sentimos muy sobrepasados, ¡pero en la oscuridad! Mientras que en el cielo nos veremos sobrepasados… Es un hecho que cuanto Cristo más se acerca, más se manifiesta, más sobrepasados nos sentimos. Cuando Teresa murió, en su éxtasis hubo asombro. Las hermanas lo notaron. Es la admiración, pero en cuanto asombro y sorpresa. No sospechaba que pudiera ser así, hasta ese punto. Se sintió sobrepasada más de lo que lo hubiera podido sospechar sobre la tierra en la oscuridad de la fe.
Es interesante rumiar estas cosas. Veis la conexión entre la meditación y la oración: si una meditación no se vuelve, no está ya virtualmente orientada hacia la oración, aunque no se rece, es una meditación peligrosa y demoníaca, pues hay meditaciones demoníacas. Evidentemente son las meditaciones no dominadas por la admiración.
M: –Para estar admirada, hay que tener confianza, no pensar demasiado en una misma.
Molinié: –Precisamente me inclino a responderte que para tener confianza hay que estar admirado, que es ante la admiración cuando tenemos confianza. Es tan hermoso, Dios es tan hermoso que no podemos negarle nuestra confianza, hay que estar admirado. Es el drama de los ángeles en el momento en el que Dios les propone el amor loco y trinitario; verdaderamente maravilloso para los que han dicho «sí». Para los que aún no han dicho «sí», este amor loco trinitario no parece maravilloso. Parece desconcertante, despreciable incluso, puesto que aniquila nuestra personalidad. La fusión total, disolverse, perderse… no produce mucha admiración. Pero sí Dios nos lo promete, entonces confiamos, porque ya nos ha admirado. En el momento de la prueba, dejamos un poco de estar admirados, salvo si queremos seguir estándolo… estoy a punto de tratar el pecado de los ángeles, no puedo más, no puedo más, me paro.
B: –Es como la vocación. Vuelvo a mi punto de partida… Cuando Dios invita a alguien, hasta que no haya dicho «sí»… eso no le gusta nada, no está admirado de que Dios le llame.
Molinié: –Salvo si ha sido maravillado antes, y sigue estándolo, porque precisamente… «¿Quién como Dios?» Entonces no puedo negarle eso. Evidentemente, si no ha sido admirado antes, entonces en efecto… Pero Dios hace todo lo que puede y todo lo que debe para que sea admirado antes. Si no dice «sí» en el momento de la vocación, es culpa suya, es exactamente Lucifer.
A: –Tengo la impresión de que para la vocación, lo primero es estar admirado. Yo diría lo contrario.
Molinié: –Si no has estado admirada antes, no puedes estarlo únicamente por la vocación. No es la vocación como tal la que te admira, ¡es Dios!
A: –Sí, Dios, quiero decir la llamada de Dios cuando él se manifiesta.
Molinié: –La llamada de Dios sólo te admira si Dios te admira. La llamada en sí misma puede muy bien no producir admiración. «Toma a tu hijo, inmólamelo…» Si Abrahán no hubiera estado un poco admirado antes, no habría podido esperar contra toda esperanza.
A: –La admiración, ¿se pide?
Molinié: –Oh sí, como todo lo demás. Pero desafío a cualquiera a pedir la admiración, si no está ya un poco admirado. El mejor punto de partida es, a pesar de todo, la admiración, no la petición. La naturaleza está hecha para eso, Dios nos ha dado todo lo necesario. La espontaneidad profunda de la naturaleza es la admiración.
A: –¿Entonces por qué…?
Molinié: –Bloqueamos la admiración; seguro que hay un momento en que la bloqueamos, sea por el pecado personal, o por el pecado original.
A: –Si no nos hiciésemos preguntas todo el tiempo, ¡estaríamos atormentados por lo que es Dios!
Molinié: –Es magnífico, y eso es exactamente la meditación: ¡estar atormentado por la admiración de lo que es Dios!
C: –¿Es eso lo que ha salvado al buen ladrón?
Molinié: –Nada nos salva nunca sin que la admiración esté en la base. Siempre es lo mismo. Admiración natural, completada por una admiración sobrenatural, y por una confianza del mismo género: sobrenatural. Pero la naturaleza actúa en el acto por el cual nos refugiamos. Cuando Cristo dice a Van: «El que tenga dos pies en el infierno, que se lance a mi misericordia en el último momento». Pranzini, abrazando el Crucifijo, tiene una parte de admiración natural ante el amor de Dios. La gracia no destruye la naturaleza sino que la dilata.
A: –¿Es el amor el que hace crecer la admiración? Cuando estamos enamoradas, nos preguntamos: ¿dónde está? ¿qué hace? ¿quién es?…
Molinié: –Es verdad. Pero el amor está provocado por una admiración inicial: «¡Qué guapo!» Para amar, hay que derretirse. Hay quienes se derriten enseguida, así… y después aman… pero porque se han derretido. Hay un momento en que nos dejamos poseer, nos hacemos poseer. Es verdad que la salvación consiste en dejarse poseer, y la reprobación en decir: no me tendrás. Sentimos que eso es tremendamente verdadero…
Molinié: –Desarróllalo, te lo suplico, ¿qué te aterra?
A: –Volver a entender la frase de Jesús: «Si no os volvéis como niños».
Molinié: –Ah, ¿eso te aterra?
A: –Sí. Nunca había pensado que la admiración pudiera llegar tan lejos… y que el que ya no se hace preguntas se vuelve amorfo, no piensa más en Dios, ¡vaya!
Molinié: –Nos aletargamos.
A: –Sí, ¡eso me aterra!
Molinié: –Ves, eso me sorprende un poco, es la razón por la que te he pedido que precises. No lo esperaba, pero es un buen temor.
A: –Es una gracia estar admirado, pero no podemos producirlo, ni provocarlo.
Molinié: –No. Ciertamente no estás suficientemente admirada, sientes merodear el letargo y el peligro mortal del letargo, estoy de acuerdo. Pero estás suficientemente despierta, y admirada por tanto ‑es la misma palabra6‑ para suplicar que el letargo no avance demasiado y que, por el contrario, la admiración se vuelva cada vez más invasora. ¡Aunque sea doloroso! Ésa no es la cuestión. Por supuesto que será doloroso. Estamos prevenidos, es el régimen de la cruz, el misterio de la cruz, la locura de la cruz; no desaparecerá, pero la fecundidad de este sufrimiento admirado, o de esta admiración crucificada ‑¡la luz crucificada!‑ ha sido prometida por la palabra de Dios. Ahí está, para calmar tus terrores… y sobre todo, avivar tu confianza.
Del libro M.-D. Molinié, Coupable de tout pour tous. Variations sur le mystère du Salut, La Nef 2008, 77-101, que corresponden a las sesión de preguntas del 24 de octubre de 1997.
NOTAS
- N del T: cf. M. D. Molinié, Adoration ou désespoir, capítulos 1 y 2.
- N del T: ruminatio (rumia) es un término técnico de la oración con la Palabra de Dios (lectio divina) que hace referencia a repetir la Palabra en el corazón, como algunos animales mastican una y otra vez el alimento. Puede hacer referencia a la Virgen que meditaba en el corazón lo que le sucedía (cf. Lc 2,19-51).
- N del T: Sal 36,30, según la Vulgata.
- N del T: se refiere a la Carta 23 que, a su vez, se remite al capítulo 2 de Adoración o desesperación, que cita el testimonio del archimandrita Spiridon tomado de Archimandrite Spiridon, Mes Missions en Sibérie, Ed. du Cerf, 1968, pP. 15-17.
- N del T: Les Freres Jacques fueron un cuarteto muy popular de intérpretes y actores de los años 50 y 60. El grupo fue conocido por su sentido del humor y su extravagante vestimenta.
- N del T: el autor se refiere explícitamente a «veille» (despertar) y «émerveillement» (admiración).