M. D. Molinié , O. P.
Cartas a sus amigos, Carta 1.
1. La intuición y el tormento de lo que debe ser, o debería ser, el don total a Dios. Digo la intuición o el tormento, para precisar que este don puede estar hecho o no, o en proceso de hacerse o de huir de él. Lo que cuenta es la aceptación leal, radical e intrépida de una lucidez lo más fuerte posible de esta realidad. Reconocer que éste es el gran negocio de la vida, y que todo el resto es secundario o pura literatura. Aceptar ser atormentados por esta llamada durante toda nuestra vida.
2. En consecuencia, una preocupación absoluta por la verdad: no fabricarnos una falsa imagen, no presentarnos mejor de lo que somos, ni intentar persuadirnos o persuadir a los demás de que hemos realizado lo que no hemos hecho.
3. En consecuencia, en las relaciones con el prójimo, un esfuerzo de lealtad absoluta y de misericordia absoluta: es imposible que seamos verdaderos si no nos sabemos perdonados. El «Yo confieso» mutuo debe ser la carta magna de nuestras relaciones y de nuestros diálogos.
4. El deseo de una formación doctrinal, cada uno según sus capacidades, pero con el amor de esta dimensión contemplativa tan violentamente rechazada o despreciada por numerosos cristianos. Esto es una nota propia de la familia dominicana.
5. El deseo de aprender a rezar (hubiera podido poner también este párrafo en cabeza: es en verdad inclasificable).
6. El deseo eficaz de comulgar a menudo lo más posible.
7. No me atrevo a decir nada, de momento, de la Virgen y de santa Teresa del Niño Jesús, salvo este dato negativo: no desinteresarse categórica y sistemáticamente por ellas. Por lo menos permanecer abiertos a esta dimensión de la vida cristiana por un acto de fe.