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Fabrice Hadjadj

La fe de los demonios (o el ateísmo superado), Granada 2011 (Nuevo Inicio), 20-21.

Según Pascal existen tres actitudes posibles respecto de la existencia de Dios; a las que el filósofo Hadjadj añade una cuarta actitud, quizá la más dramática y peligrosa: la de los que teniendo fe hacen imposible la acción de la gracia en ellos. Esto debe llevarnos a un serio examen de nuestra autenticidad cristiana, teniendo en cuenta las palabras del Señor, que nos dice que «al que mucho se le dio más se le reclamará» (Lc 12,48).

Cuando precisa su tipología de las actitudes frente a Dios, Pascal retoma su distinción entre el ateo que busca y el ateo que ya no busca, a la que añade, evidentemente, la categoría del fiel: «Sólo hay tres clases de personas: los que habiendo encontrado a Dios le sirven, los que no habiéndolo encontrado se dedican a buscarlo y los que viven sin haberlo encontrado y sin buscarlo. Los primeros son razonables y dichosos, los últimos son estúpidos y desdichados, los del medio son desdichados y razonables»1.

No se trata aquí de darse cuenta de que cierto ateísmo puede ser razonable, tesis que no deja de plantear graves problemas (el único ateísmo razonable es un ateísmo que debería alejarse de sí mismo sin cesar para no zozobrar en su propia idolatría). Se trata de completar una tipología que se pretendería exhaustiva y que, no obstante, omite el peor de los casos. Además de los fieles que habiéndolo encontrado sirven a Dios, de los ateos que no habiéndolo encontrado buscan todavía y de los que, sin haberlo encontrado, ya no buscan, hay otros que han encontrado a Dios y sin embargo no le sirven. Se pierden en la medida misma en que lo han encontrado. Le sirven tanto menos cuanto que se sirven a sí mismos. No escriben Tratados de ateologia. Son demasiado espirituales para tal cosa. Los artículos de la fe católica no plantean a sus ojos la más mínima duda. Y a pesar de ello rechazan a Dios de la manera más radical -con conocimiento de causa. Superan el ateísmo y nos descubren un lugar tanto más tenebroso cuanto que se sirve de la luz para adensar sus tinieblas: la claridad hecha para iluminar es desviada y así se acrece su negrura.

Tal es el lugar de lo demoníaco. Concierne primeramente a los demonios, sin duda, pero un cristiano no debería desconocerlo, porque también describe una posibilidad trágicamente suya: una falsedad en la que uno se sumerge estando en medio de la verdad misma, una perdición que se abre en el corazón mismo de la cristiandad.


NOTAS

  1. Blaise Pascal, Pensamientos, 149.