Álvaro Corredor Estrada, Las palabras imposibles
(Schedas), 357 pgs.
Es evidente que al contemplativo que vive en el mundo no solamente le pueden ayudar los libros de espiritualidad o formación cristiana; también le son útiles en su caminar otros medios, como la novela, la poesía o el cine, a través de los cuales se puede transmitir la mirada propia de la fe, que capta la luz de la presencia y la acción de Dios en el mundo.
Ciertamente no resulta fácil encontrar obras literarias o cinematográficas que nos ayuden a entrenar una mirada contemplativa; pero eso mismo hace más necesario que se creen, se recomienden y se lean. Y ésa es la razón por la que animamos a los que tienen ansia de Dios y viven en el mundo a acercarse a Las palabras imposibles, una novela cuyo autor tiene la mirada del buscador de Dios y se ha empeñado en transmitirla en su relato.
A través del itinerario de una joven que busca su verdadera identidad, la novela afronta el reto que supone adentrarnos en el misterio del mal y trata de ayudarnos a buscar una nueva respuesta a ese misterio. Una respuesta que resulta novedosa, sorprendente y, quizá, escandalosa para nuestro mundo, pero que es tan antigua como la cruz del Redentor.
El mismo título de la obra muestra la dificultad que experimentan sus protagonistas para expresar con palabras la acción de Dios en su vida concreta -y dura-, así como la imposibilidad de comunicar con simples palabras el secreto que habita en el corazón de quien trata de responder al Dios que nos sale al encuentro en cada esquina de nuestra vida. Las palabras que intentan desvelar el misterio de Dios y del hombre siempre tienen el riesgo de convertirse en velo que oculta lo fundamental. Lo mismo que a una mirada rápida y superficial se le oculta la obra de Dios en la historia de cada persona.
Y a pesar de que las palabras se quedan cortas para manifestar lo profundo de Dios y del ser humano, el autor se ha propuesto con este relato de ficción situarnos en el umbral de ese misterio tan inefable como necesario. Merece la pena aprovechar su esfuerzo para descubrir un ejercicio de comunicación aparentemente imposible, quizá por su simplicidad, pero absolutamente fascinante y necesario.