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Contenido
Introducción
En el año 2019, el cardenal Robert Sarah ofreció en su libro Se hace tarde y anochece una amplia reflexión (422 páginas en la versión española) sobre la situación de nuestra sociedad y de la misma Iglesia, en la que no faltan numerosas sugerencias de respuesta, que no podemos dejar de tener en cuenta. Vamos a pasar por alto el diagnóstico pormenorizado que hace de la situación de nuestra cultura y de la vida eclesial, que ya hemos tenido en cuenta en los temas dedicados al diagnóstico de la situación. Buscamos en las páginas del libro las respuestas que pueden iluminar nuestra tarea de búsqueda de la reacción evangélica en la situación concreta que vivimos. En este sentido, una de las riquezas del libro es la recopilación enorme que realiza de textos de importantes autores que respaldan su reflexión. Sin embargo, una deficiencia que nos parece encontrar es la ausencia de modelos y formas concretas de llevar a cabo lo que él tan acertadamente propone. Pero hemos de aceptar que encontrar esa concreción ha de ser nuestra tarea.
1. Lo fundamental de la respuesta
Una primera observación que hemos de hacer es el cuidado que debemos tener para no perdernos en la amplitud de análisis y propuestas del libro de Sarah, porque sólo así seremos capaces de encontrar lo que nos parece central en la respuesta que él propone, que es, ante todo, una verdadera conversión que, apoyada en la fe, lleve a la santidad. No debemos desoír esta fuerte y clara llamada, que se eleva por encima de tantas respuestas tácticas o cómodas que podemos encontrar a nuestro alrededor.
a) Conversión y santidad
En su libro, este cardenal nos exhorta a convertir la crítica fácil y cómoda en exigencia de respuesta personal, descubriéndonos que, ante los males del mundo y de la Iglesia, lo único realmente eficaz que está en nuestra mano es la santidad.
Si pensáis que vuestros sacerdotes y vuestros obispos no son santos, sedlo vosotros por ellos. Haced penitencia, ayunad en reparación de sus faltas y de su cobardía (Sarah)1.
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Ve, repara con tu fe, con tu esperanza y tu caridad. Ve y repara con tu oración y con tu fidelidad. Gracias a ti, mi Iglesia volverá a ser mi casa (Sarah)2.
Afirma con contundencia que son los santos los únicos que pueden reformar la Iglesia. Y apuntala esta afirmación apoyándose de forma especial en la autoridad de Benedicto XVI, incluso antes de ser papa.
«Es esta una verdad que conocieron muy bien los santos: estos, en efecto, reformaron en profundidad a la Iglesia no proyectando planes para nuevas estructuras, sino reformándose a sí mismos. Lo que necesita la Iglesia para responder en todo tiempo a las necesidades del hombre es santidad, no management», afirmaba el cardenal Ratzinger en su Informe sobre la fe. Hay que buscar medios concretos para dejar de poner obstáculos a la acción divina. Pero, mientras nuestras almas sean tibias, cualquier medio resultará inútil (Sarah)3.
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Todos los días contemplamos un volumen inaudito de trabajo, de tiempo, de esfuerzos invertidos con entusiasmo y generosidad que no obtienen resultado. Y, sin embargo, toda la historia de la Iglesia demuestra que basta un santo para transformar a millares de almas (Sarah)4.
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No existe una mayoría contra la mayoría de los santos: la verdadera mayoría son los santos en la Iglesia y debemos orientarnos hacia los santos (Benedicto XVI)5.
Como sucede con la propuesta de la opción benedictina, esta llamada a la santidad del cardenal Sarah se convierte en una interpelación directa a nosotros, que deberíamos ser especialmente conscientes de la llamada universal a la santidad6; una llamada que no podemos eludir con la excusa de que la mayoría la desoye. Por lo tanto, hemos de superar la reacción cómoda que supone el enfado -a menudo farisaico- ante el pecado y el mal que nos rodea, así como el fácil recurso a inventarnos soluciones «geniales» que se apoyan únicamente en nuestra imaginación y capacidades. El único camino viable que nos queda consiste en aferrarnos con fuerza a la búsqueda de la santidad personal como única respuesta posible y necesaria a la situación en la que nos encontramos.
Yo, por mi parte, creo que son los santos quienes cambian las cosas y hacen que la historia avance. Las instituciones van por detrás: no hacen sino prolongar la acción de los santos. En Frère Martin [1951] escribía Bernanos: «Quien trata de reformar la Iglesia por esos medios, por los mismos medios con los que se reforma una sociedad temporal, no solo fracasa en su empresa, sino que acaba infaliblemente encontrándose fuera de la Iglesia […]. No se reforman los vicios de la Iglesia sino prodigando el ejemplo de sus virtudes más heroicas. Es posible que san Francisco de Asís no se haya sentido menos indignado que Lutero por el libertinaje y la simonía de los prelados. Es incluso cierto que él sufrió más cruelmente por ello, pues su naturaleza era muy diferente de la del monje de Weimar. Pero él no desafió a la iniquidad, no intentó enfrentarse con ella, él se arrojó en la pobreza, se sumergió en ella hasta lo más hondo que pudo, junto con los suyos, como en la fuente de todo perdón, de toda pureza. Y bajo la dulce mano de este mendigo, la gavilla de oro y de lujuria floreció como un seto de abril […]. La Iglesia no tiene necesidad de reformadores, sino de santos. Martin Lutero era el reformador nato». Estamos a la espera de los santos que se atrevan a consagrarse a esta reforma interior. ¿Quiénes serán? ¿Papas como san Gregorio VII o san Pío V? ¿Pobres desconocidos como san Francisco de Asís? ¿Padres y madres de familia como los de santa Teresa de Lisieux? Cada uno de nosotros está llamado a comenzar por él mismo (Sarah)7.
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Durante todas mis idas y venidas, no he encontrado una mejor encarnación de lo que entraña de verdad la opción benedictina que el ejemplo de los Tipi Loschi, […] a uno de los líderes de la comunidad, le pregunté qué podíamos hacer los demás para tener lo que ellos han logrado. Comenzad por tomaros en serio vivir como cristianos, me dijo. Aceptad que no valen las medias tintas (Dreher)8.
Esta respuesta planteada por el cardenal Sarah, y apoyada por Dreher, supone una ventaja y un serio reproche para el contemplativo en el mundo. La ventaja de que realmente no tiene que hacer nada especial u original para responder a la situación de la Iglesia, no necesita añadir nada a lo que tiene que ser. Pero, a la vez, supone el serio reproche de que si no da la respuesta no es porque sea difícil de encontrar, sino porque no es lo que tiene que ser, de modo que simplemente llegue a ser -por fin- lo que está llamado a ser por el hecho de ser cristiano y, con más motivo, por la llamada recibida a ser contemplativo en el mundo. Si realmente fuera lo que tiene que ser no haría falta tanto esfuerzo en buscar la verdadera respuesta al problema9.
Debemos tener presente que existe una santidad objetiva en la Iglesia, que no puede perderse porque la Iglesia dejaría de ser el Cuerpo santísimo de Cristo; pero esa santidad no es algo genérico, sino un modo de vida real que necesita encarnarse en los santos en cada momento de la historia.
La santidad objetiva que mora en la Escritura, en el sacramento y el ministerio tiene por misión fertilizar la santidad subjetiva, amorosa, de los miembros de la Iglesia. Porque ésta, por voluntad de Jesús, debe convencer al mundo de la verdad que él ha aportado. Textos, instituciones, celebraciones litúrgicas, quedan estériles si las semillas que hay en ellos no germinan, fructificadas por la gracia, en el campo de los corazones (Balthasar)10.
Y si falta la santidad, entonces la tarea ineludible que se debe afrontar es la conversión.
La Iglesia no se reforma con la división y el odio. La Iglesia se reforma comenzando por cambiar nosotros mismos. No dudemos, cada uno desde nuestro sitio, en denunciar el pecado, empezando por el nuestro (Sarah)11.
Se necesita una conversión que no se fundamente en el voluntarismo de una decisión convencida, sino que nazca de manera natural de una relación profunda con Dios.
Lo que necesita un cambio radical es nuestra relación con Dios. Por supuesto que debemos buscar medios concretos para poner por obra esa conversión radical […] Más que de palabras, tenemos necesidad de rehacer la experiencia de Dios. Ahí puede residir la esencia de toda reforma (Sarah)12.
Quizá se puede echar de menos en el libro de Sarah la concreción de esos medios y modelos de santidad para dar hoy la respuesta necesaria. Pero ésa es la tarea que debemos afrontar; y no sólo de forma teórica, sino tan práctica que la podamos encarnar en nuestra vida.
Además, esta conversión que lleva a la santidad no sólo responde a los problemas actuales de la Iglesia, sino también constituye una eficaz respuesta ante la situación de la sociedad actual:
No se trata de atacar o de criticar. Se trata de ser firmemente fiel a Jesucristo. Si no podemos cambiar el mundo, sí podemos cambiar nosotros. Si todos, humildemente, tomáramos esa decisión, el sistema de la mentira se derrumbaría solo, porque su única fuerza es el lugar que ocupa en nosotros: el ateísmo fluido se alimenta únicamente de mis compromisos con la mentira (Sarah, 415)13.
b) Esperanza basada en la fe
Resulta un problema que quien trata de responder evangélicamente a la situación del mundo y de la Iglesia trate de hacerlo partiendo del desánimo y la desesperanza. Evidentemente no podemos taparnos los ojos ante tanto mal, como no lo hace el cardenal Sarah, pero poco podríamos hacer si no mantuviéramos una esperanza basada en la fe, que nos permita reaccionar de un modo verdaderamente evangélico. Para ello, es necesario salir del vano optimismo que hemos señalado entre las reacciones equivocadas y también de un desánimo paralizante que cree que no se puede hacer nada.
Por eso hemos de tener mucho cuidado en salvaguardar lo esencial; de modo que, cuando hablamos de «crisis» en la Iglesia, desde el reconocimiento de la realidad y gravedad de dicha crisis, hemos de mantener a salvo la dimensión más profunda e invulnerable de la Iglesia, como nos recuerda acertadamente el cardenal.
Cuando se habla de una crisis de la Iglesia, es importante precisar que, como Cuerpo místico de Cristo, la Iglesia sigue siendo «una, santa, católica y apostólica». La teología, la enseñanza doctrinal y moral permanecen inalterables, inmutables e intangibles. La Iglesia, que es continuación y prolongación de Cristo en el mundo, no está en crisis. Posee las promesas de la vida eterna. Las puertas del infierno jamás prevalecerán contra ella. Sabemos, creemos firmemente que en su seno habrá siempre luz suficiente para quien quiere buscar sinceramente a Dios (Sarah)14.
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Pese a la violencia de los ataques que pueda sufrir, la Iglesia no morirá. Esa es la promesa del Señor y su palabra es infalible […] ¡La Iglesia, llena de pecadores, está libre de pecado! Siempre habrá en ella luz suficiente para quienes buscan a Dios (Sarah)15.
Debemos, por tanto, apoyarnos en Dios, por medio de la fe, para alimentar una esperanza firme que nos permita darle al problema la respuesta necesaria. No vaya a ser que reaccionemos sin apoyarnos en la fe a una crisis que, como vimos, está causada fundamentalmente por la falta de fe. Lo cual no tendría ningún futuro.
La certeza del creyente no procede de lo que sabe o de lo que ve, sino de lo que siente y ve Aquel en quien confía. Me fío de Dios por la claridad que hay en Él, y no por la claridad que hay en mí. Puedo estar ciego en lo tocante a la salvación, pero a mi fe no le preocupa, porque se apoya sobre la absoluta sabiduría de Dios […] De ahí la seguridad, el descanso del corazón y el coraje intelectual que experimenta el creyente. Está seguro de poseer la verdad porque sabe que le da la mano a quien es la verdad misma (Padre Jérôme)16.
2. Esquemas generales de respuesta
En esta obra, el cardenal Sarah ofrece dos esquemas de respuesta general, uno al principio y otro al final del libro. Vamos a detenernos en ellos, aunque este esfuerzo queda relativizado por la misma afirmación del autor:
Yo no tengo un programa. Cuando se cuenta con un programa, es porque se quiere llevar a cabo una obra humana. La Iglesia no es una institución que se pueda desarrollar o configurar conforme a nuestras ideas. Lo que hay que hacer es, sencillamente, recibir de Dios lo que Él nos quiere conceder (Sarah)17.
a) Esquema preliminar
El primer esquema (p. 15-20) puede resumirse fácilmente en los cuatro puntos de que consta:
- -Oración.
- -Doctrina católica.
- -El amor a Pedro.
- -La caridad fraterna (reconciliación).
b) Esquema basado en las virtudes
El segundo esquema es mucho más amplio y se organiza en torno a las virtudes cardinales y teologales18. No deja de ser luminoso que el autor deje de lado el concepto, tantas veces fluido y utópico, de «valores» para volver al clásico y cristiano de las «virtudes», que incluyen, a la vez, el esfuerzo humano y la gracia de Dios19. Podemos intentar sintetizarlo, para aplicárnoslo más fácilmente, del siguiente modo:
-Prudencia
Para el contemplativo en el mundo, la prudencia se identifica, en gran medida, con el discernimiento evangélico, que debe llevar a cabo de manera habitual en los acontecimientos ordinarios y extraordinarios de su vida20, como el modo que tiene para «descubrir los medios concretos para alcanzar los bienes que hemos elegido», pero que también «hay que ponerlos por obra», como propone el cardenal Sarah21. No es casualidad que esta prudencia se ponga en primer lugar, porque si falta la unión discernimiento-acción es imposible que se pueda dar la respuesta adecuada a la situación en que nos encontramos.
Entre los medios concretos que hay que poner en práctica, según nuestro autor, podemos destacar la penitencia, la renovación de la vida del clero y algunas acciones que encajan bastante bien con la «opción benedictina»:
Ser prudente consiste en emplear medios concretos para alcanzar la unión con Cristo y vivir como cristiano. Eso exige no vivir en sintonía con el mundo. Es el momento de recuperar el coraje del anticonformismo. Los cristianos tienen que ser capaces de crear oasis en los que el aire sea respirable; en los que, simplemente, sea posible la vida cristiana. Nuestras comunidades han de ser esos oasis en medio del desierto. Hay que poder dedicar tiempo a la oración, a la liturgia y a la caridad. El mundo se ha organizado en contra de Dios. Nuestras comunidades deben organizarse no limitándose a hacerle un hueco a Dios, sino situándolo en el centro (Sarah)22.
-Templanza
Es necesario que nuestra forma de vida tenga la moderación necesaria que haga posible la vida interior y la contemplación, sabiendo que nos jugamos en ello la capacidad de adoración. De nuevo resuenan aquí algunos elementos de la «opción benedictina».
Los monjes son un espejo y un modelo que conviene seguir. Fíjese en su ejemplo. Llevan una vida sencilla, sobria y humilde. No piense usted que desprecian el cuerpo. Al contrario: saben ponerlo en su sitio. Conocen la necesidad de la contemplación (Sarah)23.
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Los cristianos deben inventar nuevas formas de trabajo y de consumo. También en este aspecto son disidentes infiltrados en un mundo consumista (Sarah, 379)24.
-Fortaleza
Una situación tan grave como la que vivimos no se puede afrontar sin una gran fortaleza. Pero aquí no vale cualquier tipo de fuerza o poder, sino la fortaleza del manso de las bienaventuranzas, que no es blando ni tibio, que renuncia a la violencia y a la rigidez, que ama a los enemigos porque sabe que los tiene y los reconoce; pero que, a la vez, se opone con audacia al secularismo, que intenta arrastrarle a una vida en la que Dios no es el centro.
San Juan Crisóstomo, en una de sus homilías, comenta: «Mientras seamos corderos, venceremos e, incluso si estamos rodeados por numerosos lobos, lograremos vencerlos. Pero si nos convertimos en lobos, seremos vencidos, porque estaremos privados de la ayuda del pastor» (Sarah)25.
A ejemplo de los mártires, el manso es el verdadero fuerte porque posee el poder de la cruz y la resurrección de Cristo, en los que se apoya por la fe, y por eso es capaz de pagar con valentía el precio de su fidelidad. Y esta fortaleza se demuestra no sólo en las situaciones extraordinarias, sino en las dificultades normales del trabajo, la familia o el sacerdocio.
-Justicia
Hemos de ser conscientes de la tendencia actual a reducir la justicia a los mínimos para poder manipularla y subordinarla, de algún modo, a la ley del más fuerte. Frente a ello, debemos buscar una justicia que vaya de la mano de la libertad, evitando tanto la justicia sin libertad como propone el marxismo como la libertad sin justicia que defiende el liberalismo radical; una justicia que no excluya la generosidad y la caridad. Sin olvidar nunca que la verdadera justicia, para que sea tal, debe darle a Dios, en primer lugar, lo que es suyo.
-Esperanza
Nuestra esperanza se opone tanto al optimismo moderno como al pesimismo postmoderno, y no procede de ningún cálculo o previsión, sino de la fe en Dios y de la unión con él. Esta virtud es la que nos lleva a luchar permanentemente, aunque la batalla parezca perdida, y nos hace sembrar siempre, aunque parezca inútil nuestra siembra.
Un combate en el que las únicas armas que esgrimimos son la oración, el silencio, la palabra de Dios y la fe. Necesitamos que se alcen hombres y mujeres con coraje y energía espiritual para hablar y actuar, sembrando en torno a ellos semillas de sensatez, de verdad, de amor y de paz (Sarah)26.
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La esperanza ha de ser la virtud que nos hace sonreír como niños cuando estamos solos contra todos (Sarah)27.
Se trata de una esperanza que se alimenta especialmente de la fe en la vida eterna, que hay que proclamar con claridad, especialmente en este mundo en el que pasamos tan fácilmente de poner la esperanza en nosotros mismos a perder toda esperanza.
-Fe
A la hora de responder desde la fe a la situación del mundo hemos de conocer y salir al paso de todos los peligros que rodean a la misma fe, como son el deseo de acomodarla a la mentalidad del mundo, el miedo a testimoniarla, la tendencia a convertirla en un sentimiento personal, la posibilidad de anularla por medio del relativismo, la cómoda trampa de descuartizarla para aceptarla o rechazarla a trozos, la cobardía de dejar de reaccionar ante la herejía, el mal llamado pluralismo, la tentación de negar su plenitud en Cristo…
Hemos de ser conscientes de que la fe es el tesoro más valioso que tenemos y, en consecuencia, debemos amar nuestra fe y defender la fe que tienen los sencillos; sin olvidar nunca que la verdadera fe es la que se funda en el encuentro con Cristo, que ha de vivirse en comunión con la fe de la Iglesia y que comporta una participación en lo que Dios sabe y en lo que Dios ve.
Nos tiene que abrasar nuestro amor a la fe. No debemos empañarla ni diluirla con compromisos mundanos. No debemos falsificarla ni corromperla. ¡Nos jugamos la salvación de las almas: las nuestras y las de nuestros hermanos! «El día que tú no ardas de amor, otros morirán de frío», escribió François Mauriac. El día que no ardamos de amor a nuestra fe, el mundo morirá de frío, privado de su bien más preciado. ¡Somos nosotros los que tenemos que defender y anunciar la fe! (Sarah)28.
-Amor
Se hace absolutamente necesario redescubrir que el amor no es un sentimiento, sino una virtud teologal: el don -gracia- que nos da Dios y por el que nos permite participar de su amor hasta dar la vida a imagen de Cristo. Un amor que nace de la Eucaristía, recibida y adorada, y que lleva a amar al hermano por Dios, en Dios y como Dios lo ama.
-Religión
Hemos de redescubrir esta virtud olvidada, que tiene que ver con la justicia que exige darle a Dios lo que es suyo, y que nos tiene que llevar a recuperar el sentido de lo sagrado.
3. Algunas respuestas concretas a la situación de la sociedad
Son muchas las sugerencias concretas que hace este cardenal de origen africano a lo largo de su extensa obra. Vamos a exponer sucintamente algunas que nos parecen más importantes por su actualidad o porque son más cercanas a la respuesta que nosotros debemos dar.
a) Frente al relativismo y sus consecuencias
- -Redescubrir la noción de «naturaleza», es decir, de lo que las cosas son, del ser que Dios les ha dado, como participación de su ser.
La ley natural no es más que la expresión de lo que somos esencialmente. Es, en cierta manera, el modo de empleo de nuestro ser, las instrucciones de nuestra felicidad (Sarah)29.
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El derrumbamiento de la ética en una sociedad que ya no puede, como la antigua polis, vivir dentro de una ley natural que la rodee (porque la naturaleza es ya sólo material para la técnica) y que ha gastado también los restos de la ética cristiana (hasta discutirse si es que hay siquiera «valores fundamentales») es insostenible. No se puede esperar una autorregulación. La única esperanza auténtica está en un cristianismo que se deje llevar de nuevo ante su origen incomparable, su majestad, su irradiante gracia y su exigencia igualmente irradiante (Balthasar)30.
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Para la eficacia del testimonio cristiano, especialmente en estos campos delicados y controvertidos, es importante hacer un gran esfuerzo para explicar adecuadamente los motivos de las posiciones de la Iglesia, subrayando sobre todo que no se trata de imponer a los no creyentes una perspectiva de fe, sino de interpretar y defender los valores radicados en la naturaleza misma del ser humano. La caridad se convertirá entonces necesariamente en servicio a la cultura, a la política, a la economía, a la familia, para que en todas partes se respeten los principios fundamentales, de los que depende el destino del ser humano y el futuro de la civilización (Juan Pablo II [2001])31.
- -Frente al relativismo en la vida política, es necesario recordar que hay un bien objetivo, en el que se basa el derecho, que tiene un fundamento trascendente. Sólo a partir de aquí es posible oponerse a los totalitarismos, que actúan arbitrariamente y no admiten ninguna autoridad superior a ellos mismos. De igual modo, la libertad religiosa debe apoyarse en ese contenido objetivo justo accesible a la razón (propio del catolicismo)
¿Cuál es entonces el papel de los cristianos en la política? Ante todo, tienen que alzar una barrera contra la arbitrariedad totalitaria que prescinde de la ley natural. Y deben hacerlo apelando a su conciencia. Porque es en la conciencia donde el Creador ha inscrito ese orden objetivo. Es incoherente y hace mucho daño separar al cristiano por un lado y al ciudadano por otro. Por lo tanto, y retomando las palabras del cardenal Ratzinger en su libro Verdad, valores, poder, los cristianos tienen que atestiguar «la capacidad de verdad del hombre como límite de cualquier poder». La verdad es el único escudo contra la tentación de un poder ilimitado. Hemos de conservar esa capacidad esencial en el hombre de alcanzar la verdad, junto con su derecho a buscarla libremente hasta que la encuentre. Ese orden natural objetivo que los cristianos tienen el deber de defender es el bien de cualquier hombre. Para reconocerlo no hace falta profesar la fe cristiana. Se trata de un orden accesible a todos los hombres de buena voluntad. Los cristianos no pueden sentir ningún complejo a la hora de promoverlo. Tienen que hablar sin miedo, porque no actúan en nombre de un partido contra otro, sino que son testigos de la verdad, defensores de la naturaleza humana. Y deben estar dispuestos a sufrir y a morir por dar testimonio de esa verdad (Sarah)32.
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La resistencia espiritual es el mejor servicio que pueden prestar los cristianos a la sociedad política. Creo que en una sociedad humana el cristiano siempre será, en mayor o menor medida, un disidente. A veces lo encarcelarán con tal de hacerlo callar. Pero normalmente se le descalificará empleando una ironía conforme con los tiempos o el linchamiento mediático (Sarah)33.
- -Luchar contra el racionalismo, que niega la fe para afirmar la razón, y se cierra a todo conocimiento que vaya más allá de lo que podemos demostrar por el método científico:
La indigencia de la filosofía, la indigencia a la que la paralizada razón positivista se ha conducido a sí misma, se ha convertido en indigencia de nuestra fe. La fe no puede liberarse si la razón misma no se abre de nuevo. Si la puerta del conocimiento metafísico permanece cerrada, si los límites del conocimiento humano fijados por Kant son infranqueables, la fe está llamada a atrofiarse: sencillamente le falta el aire para respirar (Ratzinger [97])34.
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Se tiene la impresión de que para ellos, si la ciencia es el dominio de la precisión, los valores espirituales son el de la imprecisión. Esta debilidad metafísica, esta confusión de espíritu cuando se trata de lo esencial, constituyen sin duda una de las grandes debilidades del mundo occidental. Y no obstante, los valores espirituales son susceptibles de una precisión tan rigurosa como los datos científicos (Danielou [1961])35.
b) Frente a la peligrosa utopía del consumismo y el utilitarismo
- -A la vez que nos liberamos de las ataduras de la búsqueda ansiosa del bienestar, debemos de ser capaces de ofrecer algo distinto a quienes experimentan el vacío que produce el hedonismo reinante.
La civilización del bienestar mutila al hombre. Lo separa de la eternidad. Los hombres tienen que armarse de valor para salvar al hombre interior. La lucha contra la dictadura de la materia no es fácil. Nuestros contemporáneos viven como adheridos con pegamento. Pero los jóvenes, saturados por esta orgía de bienes materiales y asqueados del vacío que generan en el hombre, despertarán a este mundo cada vez menos humano para, con la fuerza de su energía, elevarnos hasta nuestros orígenes, hasta Dios y hasta los valores espirituales (Sarah)36.
- -Hemos de abrazar la gratuidad necesaria para afrontar las realidades importantes y abrir la puerta al amor gratuito en nuestro mundo tan utilitarista e interesado.
Creo que es urgente volver a vivir la experiencia de la gratuidad, condición de la amistad, la belleza, el estudio, la contemplación y la oración. Un mundo sin gratuidad es un mundo inhumano. Animo a los cristianos a abrir oasis de gratuidad en el desierto de la rentabilidad dominante. Deberíamos plantearnos esta pregunta: ¿dejo en cada uno de mis días la impronta de la gratuidad? La gratuidad no es un suplemento opcional del alma, sino la condición para la supervivencia de nuestra humanidad (Sarah)37.
- -El silencio es el arma imprescindible del que quiera ofrecer una verdadera alternativa al mundo moderno y postmoderno.
La verdadera revolución procede del silencio: nos conduce hacia Dios y hacia los demás para ponernos humilde y generosamente a su servicio. Solo el silencio y la reflexión, iluminados por las realidades divinas, son capaces de hacer renacer la vida interior. Hay que facilitar al hombre moderno los medios para volver a encontrar el camino de su corazón y escapar del invierno de los bajos instintos (Sarah)38.
c) Frente a la ideología de género
La ideología de género, según Sarah, forma parte de la tendencia de la civilización occidental al odio hacia a sí misma y a la autodestrucción. Se basa en un concepto de libertad que necesita negar lo dado por la naturaleza para autoafirmarse, y no sólo genera situaciones caóticas en la sociedad, sino que adopta dimensiones totalitarias39. Esta ideología no solo es anticristiana, sino también antihumanista, y precisa de una respuesta eficaz por nuestra parte, lo que supone:
- -Defender el derecho de todo ser humano a nacer de un padre y una madre, y el derecho a conocer los propios orígenes
- -Apoyar a las familias.
Es urgente defender y apoyar a las familias. No se trata solamente de un deber moral: es una parte del combate espiritual (Sarah)40.
- -Mantener ante los homosexuales una actitud de respeto y caridad, salvando la valoración moral negativa de las acciones pecaminosas.
Son personas tan amadas por Dios como cualquier hombre y cualquier mujer. Durante su Pasión, el Señor derramó su sangre por cada uno de ellos. Tenemos que mostrarles toda nuestra compasión. Como verdaderos pastores, debemos dirigirnos también hacia quienes reivindican con agresividad la legitimidad de su conducta. Son la oveja perdida que hay que ir a buscar lejos, sin calcular riesgos, para devolverla al redil cargándola sobre nuestros hombros. La primera caridad que les debemos es la verdad. Que nadie espere de la Iglesia palabras de aquiescencia (Sarah)41.
d) Frente a la falsa esperanza del transhumanismo
- -El cardenal Sarah no deja de ver el peligro post-moderno del transhumanismo que se vuelve necesariamente inhumano.
Nuestra esperanza, no obstante, no está en el hombre ni en la ciencia. Está en Dios. Para los cristianos el alma sobrevive a la desaparición terrenal del cuerpo. Según el plan de Dios, algún día recuperaremos nuestra envoltura corporal. La resurrección o la vida eterna son obra del Padre, no del hombre. Y, sin embargo, yo mismo he constatado que la Iglesia ya no predica sobre el alma, la eternidad y las postrimerías. A los sacerdotes les da miedo que se rían de ellos […] La Iglesia no tiene derecho a ser mediocre. Si se niega a denunciar los sueños prometeicos de nuestro tiempo, falta gravemente a su misión divina. Si no propone ningún remedio a las derivas transhumanistas, traiciona a Cristo. Si se adapta a los tiempos, se aleja de Dios (Sarah)42.
Podemos completar esta respuesta con la que propone Hadjadj.
Por lo tanto, conviene reconocer que el hombre no es una existencia sin esencia, una libertad que se construye a sí misma (y, así, se destruye a sí misma), sino que es, antes que nada, una presencia, un presente, un don… Con el hundimiento de los progresismos y de un determinado humanismo antropocéntrico, se ha perdido la confianza en el hombre. Con mucha razón, además. Lo dice sin ambages el profeta Jeremías (17, 5): Maldito sea aquel que fía en hombre. De ahí ese aborrecimiento de lo humano, ese fantasma de una huida hacia lo transhumano, huida de la que no se ve que es el reverso de nuestras frustraciones y el culto a lo peor que hay en nosotros: el gusto por la eficacia, por la manipulación, por la comodidad, por la satisfacción monótona, por la pérdida de toda hospitalidad para con la diversidad de rostros en su desnudez y su singularidad sin precio.
La confianza en lo humano no se puede fundamentar en el hombre mismo. Debe venir de una Buena Noticia, de la Revelación de que la naturaleza humana ha sido elegida antes de la creación del mundo e incluso asumida por Dios en persona. ¿Por qué cultivarse, en lugar de transformarse? ¿Por qué continuar la aventura humana, en lugar de dejarle el sitio a un programa cibernético? ¿Por qué seguir trayendo a este mundo pequeños mortales mediante la oscura unión de los sexos, en vez de fabricar, en una probeta, humanoides más eficaces, más contentos consigo mismos y, quizás, inmortales, por no decir irrompibles? ¿Por qué seguir desarrollando culturas, en vez de entregarse a las quimeras de la tecnocracia?
Simplemente, porque el Eterno es el creador y el redentor del hombre y de la mujer, y no de primates superperfeccionados; porque el Salvador no es Superman, sino ese hombre que muestra Pilato, un hombre vulnerable, flagelado, entregado a las burlas, y que, por eso mismo, manifiesta que la verdadera grandeza no está en la extensión horizontal de nuestro poder, sino en un grito vertical; que la vida verdadera no está en la acumulación del tener, sino en la ofrenda del ser; que la verdad más elevada no está en un saber que domine, sino en una hospitalidad que acoja, que se asombre de la incomprensible presencia de un rostro (Hadjadj)43.
- -Quien pretende ser fiel al Evangelio deberá oponerse al antihumanismo, que desprecia la debilidad y a los más débiles.
Si queremos seguir siendo humanos, debemos aceptar nuestra naturaleza de criaturas y volvernos de nuevo hacia el Creador (Sarah)44.
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Frente a esta tentación de poder absoluto, yo quiero proclamar mi amor y mi infinito respeto por la debilidad. Vosotros, los enfermos, los débiles de cuerpo o de mente, los que sufrís una minusvalía o una malformación: ¡vosotros sois importantes! Poseéis una dignidad particular porque os parecéis de un modo especial a Cristo crucificado. Permitidme que os diga que la Iglesia entera se arrodilla ante vosotros, porque sois portadores de su imagen, de su presencia. Queremos serviros, amaros, consolaros, aliviaros. Y queremos también aprender de vosotros. Vosotros nos predicáis el Evangelio del sufrimiento. Sois un tesoro. Vosotros nos mostráis el camino (Sarah)45.
- -En este mismo sentido, también es necesario acompañar a los moribundos, no callar ante la eutanasia o crear oasis de vida
La calidad de una civilización se mide por el respeto que muestra hacia sus miembros más débiles (Jerôme Lejeune)46.
e) Ante la adoración al progreso
- -Hay que rescatar la sana armonía entre fe y ciencia, de modo que el progreso humano no esté reñido con el plan de Dios y su salvación.
El sentido de cualquier progreso auténtico es Dios. La velocidad y la artificialidad no pueden llevarnos a Él. El hombre del instante no es hombre de Dios: acaba por no comprender su razón de ser (Sarah)47.
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Hoy la Iglesia debe alentar todo progreso científico que esté de verdad al servicio del hombre. Para ello, tiene que seguir siendo ella misma y continuar predicando lo que Cristo le ha transmitido (Sarah)48.
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Paradójicamente, el progreso podría llevarnos a descubrir a Dios. El progreso debería ser el medio más favorable para un constante descubrimiento de lo que Dios ha querido. Todos los descubrimientos científicos o tecnológicos evocan la Creación de Dios. Un barniz de ciencia aleja de Dios, mientras que una ciencia inteligente y reflexiva nos acerca a Él (Sarah)49.
4. Algunas respuestas concretas a la situación de la Iglesia
Enumeraremos ahora algunas sugerencias del autor que pueden servirnos de orientación en el momento eclesial en el que vivimos:
a) Llamar a las cosas por su nombre, ser conscientes de la situación
No tengamos miedo de decir que la Iglesia necesita una profunda reforma, y que esa reforma pasa por nuestra conversión (Sarah)50.
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No reaccionaremos mientras no seamos conscientes de la gravedad de nuestro deterioro (Sarah)51.
b) La valentía de predicar la cruz
¡Sí, hace falta una auténtica reforma en la Iglesia, que debe poner la cruz en el centro! No se trata de hacer que la Iglesia sea aceptable según los criterios del mundo. Se trata de purificarla para que ofrezca al mundo la cruz en toda su desnudez (Sarah)52.
c) Oración y adoración
Sin la unión con Dios, cualquier iniciativa para el fortalecimiento de la Iglesia y de la fe será inútil […] Una Iglesia cuyo bien más preciado no sea la oración corre hacia la perdición. Si no recuperamos el sentido de las largas y pausadas vigilias junto al Señor, lo traicionaremos […] No se trata de multiplicar las devociones. Se trata de guardar silencio y de adorar. Se trata de arrodillarse. Se trata de penetrar en la liturgia con temor y con respeto (Sarah)53.
d) Mantenerse firmes
-A los sacerdotes:
Por eso quiero decirles a todos los sacerdotes: manteneos fuertes y firmes. Sí, por culpa de algunos ministros, os etiquetarán a todos de homosexuales. Arrastrarán por el fango a la Iglesia católica. La presentarán como si solo estuviera formada por sacerdotes hipócritas y ávidos de poder. No se inquiete vuestro corazón. El viernes santo acusaron a Jesús de todos los crímenes del mundo y Jerusalén gritó: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!». Pese a las encuestas tendenciosas que ofrecen un panorama desolador de eclesiásticos irresponsables y con una vida interior anémica al mando del gobierno de la Iglesia, manteneos serenos y confiados, como la Virgen y san Juan al pie de la cruz (Sarah)54.
-A los fieles:
Los cristianos se estremecen, vacilan, dudan. A ellos va dirigido este libro. Para decirles: ¡no dudéis! ¡Manteneos firmes en la doctrina! ¡Perseverad en la oración! (Sarah)55.
e) Ante el relativismo doctrinal
- -Ante la confusión interna y frente a la incomprensión del mundo no hay que inventar nada porque ya tenemos la Revelación. No somos dueños de una verdad que podamos manipular a nuestro antojo, sino meros transmisores de algo que se nos ha dado
Cuando la tempestad azota con violencia a una nave, es importante arrimarse a lo que es estable y sólido. No es el momento de lanzarse detrás de las novedades de moda que corren el peligro de desvanecerse antes de haber podido tocarlas siquiera. Hay que seguir el rumbo sin desviarse, esperar a que se despeje el horizonte. Me gustaría decirles a los cristianos: ¡no os inquietéis! En vuestras manos está el tesoro de la fe de la Iglesia (Sarah)56.
- -Hay que construir la unidad de la Iglesia en torno al depósito de la fe y la hermenéutica de la continuidad, que se opone a la ruptura con la Tradición, aceptando sólo lo que hay después del concilio Vaticano II o sólo lo que hay antes de él.
Solo recuperaremos nuestra pacífica unidad si nos hacemos uno solo en torno al depósito de la fe. Ha llegado el momento de rechazar las hermenéuticas de ruptura que rompen tanto la transmisión de la herencia como la unidad del cuerpo eclesial (Sarah)57.
- -Hemos de proclamar con valentía el Evangelio y sus consecuencias
Al pueblo cristiano le debemos una enseñanza clara, sólida y estable (Sarah)58.
· · ·
Querría suplicar a los obispos y a los sacerdotes que cuiden la fe de los fieles (Sarah)59.
- -Este relativismo doctrinal, que afecta profundamente a la Iglesia, se manifiesta en la crisis de la teología; en un falso ecumenismo que renuncia a la verdad y en una ausencia de criterios claros y firmes en la enseñanza moral de la Iglesia
La incultura contemporánea es la ruina del hombre, reducido prácticamente a un estadio animal. La disolución de la cultura engendra un sentimentalismo perverso y vacío. Hay que aprender de nuevo a conocer a Jesucristo, a creer que nos ama y que ha muerto por amor a nosotros. Hay que aprender de nuevo el catecismo de la Iglesia católica. Hay que tener el valor y la determinación de adquirir el conocimiento de las verdades fundamentales del credo de la fe católica. ¿Qué razón hay para que tantos católicos se conformen con una piedad analfabeta, sin argumentos; con una religión dominada por espasmos emocionales: una religión sentimental, con una moral ciega privada de la base de una doctrina sólida? La cultura nos conduce a la luz. Pero ello requiere pasar por fases exigentes, un trabajo intenso y combates librados con ayuda de la inteligencia […] No se puede alcanzar la fe sin emplear la razón. La identificación mística con Dios sin ayuda de la reflexión es un quietismo peligroso (Sarah, 337)60.
f) Ante el pecado o la mediocridad de los pastores61
- -Hay que exigir a los pastores fidelidad a la fe católica y a la doctrina y praxis de los sacramentos, a la vez que se hace oración y penitencia por ellos.
El sacerdote más indigno sigue siendo instrumento de la gracia divina cuando celebra los sacramentos. ¡Hasta ese extremo nos ama Dios! Consiente en confiar su cuerpo eucarístico a las manos sacrílegas de sacerdotes miserables. Si pensáis que vuestros sacerdotes y vuestros obispos no son santos, sedlo vosotros por ellos. Haced penitencia, ayunad en reparación de sus faltas y de su cobardía. Solo así podremos llevar sobre nosotros la carga de los otros (Sarah)62.
- -Es necesario que los cristianos sepan lo que realmente deben pedir a los sacerdotes.
Es urgente que los cristianos digan a los sacerdotes quiénes son. Es urgente que dejen de pedirles que sean amigos simpáticos o managers eficaces. ¡Hoy me gustaría que cada cristiano saliera en busca de un sacerdote y le diera las gracias por lo que es! No por lo que hace, sino por lo que es: ¡un hombre radicalmente entregado a Dios! (Sarah)63.
A estas respuestas concretas del cardenal Sarah ante la situación de la Iglesia podemos añadir las que han hecho otros autores en el mismo sentido:
- -Recordar la función del papado:
La visible concentración de la colegialidad apostólica en la función de Pedro no hay que confundirla ni compararla con el principio de unidad que funda la Iglesia como tal y que fue y sigue siendo el Cristo pneumático. Ni el Papa es la santidad subjetiva de la Iglesia ni funda él su unidad. Su misión es sólo preservar esta unidad ya fundada (Balthasar)64.
- -Reclamar la auténtica fe de la Iglesia:
Este pueblo de Dios que busca no debe dejarse embotar su sentido de lo católico. Más bien, en una hora en que muchos pastores callan o renuncian abiertamente, deben tomar en serio su responsabilidad y alzar su grito de protesta en nombre del credo en el que fueron bautizados (Balthasar)65.
· · ·
Si por parte de los que en la Iglesia son responsables principales de la fe se da una renuncia individual o colectiva, de parte de los fieles no es signo de infidelidad, sino al contrario de fidelidad, el ejercer la crítica y no admitir lo que enseña tal o cual sacerdote o tal obispo o un grupo de obispos, en la medida en que eso esté en clara oposición a lo que el Papa, los concilios y toda la tradición de los obispos han enseñado hasta ahora. La obediencia de los fieles ha de ser esclarecida y de tal clase que, a través de los hombres, se dirija a Cristo sólo. Si personas que representan a Cristo se colocan abiertamente en contradicción con él, con la tradición global de la Iglesia y con aquellos que son hoy sus más seguros representantes, no hay que dudar en oponerse a ellas, primero respetuosamente y, en caso de que no entiendan o no acepten la crítica, enérgicamente y en la cara (Bouyer)66.
NOTAS
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 19.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 20.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 128-129.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 31.
- Citado en Sarah, Se hace tarde y anochece, 30.
- «Dios parece poner un especial empeño en que algunas personas entren y permanezcan en esa plenitud de vida cristiana que quiere para todos. Y su interés y deseo lo muestra suscitando en ellas un encuentro personal con él y dándoles la gracia que potencia el ser bautismal, para impulsarlos con fuerza hacia la unión con él y a la transformación en Cristo. Y a eso es a lo que llamamos «vocación contemplativa»» (Contemplativos en el Mundo, Fundamentos, 87-88).
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 135-136. «Para que sea fecunda en bien de la Iglesia, la reforma debe presentar dos condiciones. Por una parte, como lo ha demostrado muy bien el P. Congar, debe referirse a lo que es perpetuamente reformable y dejar intacto lo que es irreformable. El drama de la Reforma fue que queriendo suprimir los abusos hería la sustancia de la misma fe y de la vida de la Iglesia. Por otra parte, debe realizarse en el interior de la Iglesia. Sin duda, Lutero pudo legítimamente sufrir al ver que su llamada a un retorno al Evangelio era mal entendida en la corte romana. Francisco de Asís, Catalina de Siena habían sufrido por la reforma de la Iglesia, pero en el interior de la Iglesia» (Danielou, Escándalo de la Verdad, 157-158).
- Dreher, La opción benedictina, 289.
- Bastaría con releer la Introducción de los Fundamentos (15-20) y hacer un recorrido por los diversos retiros que han ido haciendo una llamada concreta a la santidad: «¿Por qué no soy santo?» (enero 2015), «La radicalidad de los santos» (junio 2015); «La simplicidad de la santidad» (octubre 2016), «El realismo de la fe» (junio 2018), «Una palanca hacia la santidad» (febrero 2020). Sin contar con diversos retiros que suponen propuestas concretas para situarse como contemplativos en el mundo: «Contemplación y mundo» (octubre 2015), «anhelo apostólico» (enero 2016); «Contemplativos y desierto en el mundo» (febrero 2018), «El cristiano ante la agonía del mundo» (junio 2019).
- Balthasar, A los creyentes desconcertados, 22.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 13.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 131.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 415.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 106.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 12.13.
- Citado en Sarah, Se hace tarde y anochece, 415-416.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 369. Cita en este sentido a Juan Pablo, Novo millennio ineunte, que afirma de forma sencilla pero contundente que el programa es Cristo.
- Cf. Se hace tarde y anochece, 369-418.
- Lo cual encaja con el amplio análisis y propósito del libro de MacIntyre, Tras la virtud.
- Para este discernimiento existe un abundante material en los temas de espiritualidad de nuestra web «El discernimiento de espíritus» y «El discernimiento espiritual».
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 370-371.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 374-375.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 377.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 379.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 390.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 389.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 393.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 400.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 187.
- Balthasar, A los creyentes desconcertados, 92-93. «Lo que constituye el valor de este orden natural, tan desconocido por el pensamiento contemporáneo y cuya importancia redescubrimos cada vez más, es que representa la expresión del pensamiento de Dios sobre el hombre. No podemos, como piensan tantos hombres de hoy, hacer del hombre lo que queramos. El hombre no es creación del hombre, como piensan Marx y Sartre; no tenemos que inventar un tipo de humanidad; éste nos es dado y sólo nos corresponde ayudarle a lograr su plenitud» (Danielou, Escándalo de la Verdad, 214).
- Juan Pablo II, Novo millennio ineunte, 51.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 363. «La afirmación de la trascendencia de la persona humana con relación a la sociedad política y económica se nos muestra como el elemento esencial de la civilización […] Implica una referencia a un absoluto de valores, puesto que hemos dicho que la libertad humana no era la fuente del derecho, sino que se refería a un bien y a una verdad que existen fuera de ella. Concretamente, este orden de valores corresponde a la revelación judeo-cristiana» (Danielou, Escándalo de la Verdad, 217-218).
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 364.
- Citado en Sarah, Se hace tarde y anochece, 36.
- Danielou, Escándalo de la Verdad, 187.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 319.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 321.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 311. La necesidad y la fuerza del silencio está ampliamente desarrollada en Cardenal Robert Sarah, La fuerza del silencio. Frente a la dictadura del ruido, Madrid 2017 (Palabra).
- «Los profesores de universidades y colegios públicos, los médicos y los abogados tendrán que enfrentarse a una presión tremenda para que capitulen ante esta ideología si quieren conservar su trabajo. Lo mismo les pasará a los psicólogos, los trabajadores sociales y todos los empleados asistenciales; y, por supuesto, a los floristas, fotógrafos, reposteros y a los negocios que se sometan a las regulaciones del espacio público» (Dreher, La opción benedictina, 223).
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 197.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 198.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 265.
- Hadjadj, Puesto que todo está en vías de destrucción, 66-67; cf. 58-59.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 213.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 215.
- Citado en Sarah, Se hace tarde y anochece, 228.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 250.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 251.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 252.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 14.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 129.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 40.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 15-16.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 12.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 12.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 109.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 111-112.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 16.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 108.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 337.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 61-102, dedica todo un capítulo a la crisis del sacerdocio.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 19.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 101-102.
- Balthasar, A los creyentes desconcertados, 71.
- Balthasar, A los creyentes desconcertados, 78.
- Citado en Balthasar, A los creyentes desconcertados, 78.