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Introducción

Vamos a dedicar este tema a una reciente propuesta que intenta responder a la situación actual de la Iglesia y del mundo. Se trata de la «opción benedictina», aunque sería más preciso denominarla la «opción Benito». Esta propuesta ha creado multitud de reacciones en el mundo cristiano, lo cual ya es una buena señal, dada la tendencia a la ceguera y a la falta de reacción que padecemos. Sólo por el pequeño revuelo que ha provocado, ya habría que valorarla positivamente. Gran parte de la polémica suscitada por ella tiene que ver con las opciones que propone en el ámbito político; y, desgraciadamente, es menor la reacción a las propuestas que presenta en el ámbito eclesial, familiar, laboral, etc.

Si nosotros nos adentramos en este intento de respuesta no es para hacer un simple ejercicio de análisis o de crítica, que ya ha sido realizado por muchos, sino que vamos a sumergirnos en la obra de Dreher para buscar pistas que nos descubran la respuesta que debemos dar nosotros, para aprovechar lo que sea válido de ella y corregir o añadir lo que veamos que no encaja con la respuesta que debamos ofrecer cada uno de nosotros.

1. Definición

Vamos a intentar definir la opción benedictina a partir de lo que dice el autor que la propone, evitando simplificaciones y prejuicios, positivos y negativos, que oscurecen las sugerencias de Dreher.

En primer lugar, es claro que la propuesta es una llamada urgente a reaccionar de forma nueva a la situación actual (que no deja de analizar y valorar), intentando aglutinar fuerzas y sacándonos del individualismo. El objetivo fundamental que pretende es poder vivir la fe cristiana y sus valores específicos en un mundo en el que cada vez esto resulta más difícil. Se trata entonces de:

Desarrollar soluciones comunitarias creativas que nos ayuden a aferrarnos a nuestra fe y a nuestros valores en un mundo que nos es cada vez más hostil. Tendríamos que optar entre dar un salto hacia una forma realmente contracultural de vivir el cristianismo o condenar a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos a la asimilación (Dreher)1.

La opción benedictina supone un cambio fuerte en nuestra vida para que se puedan poner en práctica las virtudes cristianas, que desgraciadamente se pierden dentro de las mismas confesiones cristianas actuales. Se trata, por tanto, de una respuesta práctica, que busca revivir la Tradición en medio de un ambiente hostil, por lo que no puede extrañar el rechazo a la opción benedictina que realizan muchos cristianos desde algunas de las soluciones equivocadas que analizábamos en el tema anterior.

Si queremos sobrevivir, tenemos que regresar a las raíces de nuestra fe, tanto en pensamiento como en obra. Vamos a tener que educar nuestro corazón en hábitos ya olvidados en la Iglesia de Occidente. Vamos a tener que cambiar nuestras vidas y nuestra perspectiva de forma radical. En definitiva, vamos a tener que ser Iglesia, sin concesiones, cueste lo que cueste (Dreher)2.

Esta opción no pretende reconstruir la Cristiandad, o hacer que la Iglesia vuelva a su esplendor o a su influencia en el mundo (y eso se puede valorar positiva o negativamente), sino crear pequeños grupos (no necesariamente comunidades al estilo monástico) en las que sus miembros vivan la fe de forma intensa y se ayuden a «sobrevivir», esto es, a permanecer fieles y activos en la situación actual y en la que se avecina.

El papa emérito Benedicto XVI augura un mundo en el que la Iglesia vivirá en pequeños círculos de fieles comprometidos que viven su fe intensamente y que tendrán que desgajarse de la sociedad de algún modo para aferrarse a la verdad (Dreher)3.

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La opción benedictina no es una técnica para revertir las pérdidas -políticas y de cualquier otro tipo- que hemos sufrido los cristianos. No propone una estrategia para retrasar el reloj y volver a una época dorada imaginaria. Y menos aún es un plan para construir comunidades de puros, aislados del mundo real. Por el contrario, la opción benedictina es una llamada a emprender la larga y paciente tarea de reclamar el mundo real a la vida moderna y liberarlo de su artificio, su alienación y su atomización. Es un modo de ver el mundo y de vivir en el mundo que socava la gran mentira de la modernidad: que los humanos no somos más que fantasmas dentro de una máquina y que podemos ajustar sus parámetros como nos plazca (Dreher)4.

Quizá habría que recordar aquí la reflexión más amplia, que data del año 69, en la que el joven teólogo Ratzinger anunció esta Iglesia más pobre, más pequeña, pero más auténtica, que encaja con la propuesta de Dreher:

También en esta ocasión, de la crisis de hoy surgirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad. Se presentará, de un modo mucho más intenso que hasta ahora, como la comunidad de la libre voluntad, a la que sólo se puede acceder a través de una decisión. Como pequeña comunidad, reclamará con mucha más fuerza la iniciativa de cada uno de sus miembros […] La Iglesia encontrará de nuevo y con toda la determinación lo que es esencial para ella, lo que siempre ha sido su centro: la fe en el Dios trinitario, en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la ayuda del Espíritu que durará hasta el fin. La Iglesia reconocerá de nuevo en la fe y en la oración su verdadero centro y experimentará nuevamente los sacramentos como celebración y no como un problema de estructura litúrgica. Será una Iglesia interiorizada, que no suspira por su mandato político y no flirtea con la izquierda ni con la derecha. Le resultará muy difícil. En efecto, el proceso de la cristalización y la clarificación le costará también muchas fuerzas preciosas. La hará pobre, la convertirá en una Iglesia de los pequeños. El proceso resultará aún más difícil porque habrá que eliminar tanto la estrechez de miras sectaria como la voluntariedad envalentonada. Se puede prever que todo esto requerirá tiempo. El proceso será largo y laborioso, al igual que también fue muy largo el camino que llevó de los falsos progresismos, en vísperas de la revolución francesa ‑cuando también entre los obispos estaba de moda ridiculizar los dogmas y tal vez incluso dar a entender que ni siquiera la existencia de Dios era en modo alguno segura- hasta la renovación del siglo XIX. Pero tras la prueba de estas divisiones surgirá, de una Iglesia interiorizada y simplificada, una gran fuerza, porque los seres humanos serán indeciblemente solitarios en un mundo plenamente planificado. Experimentarán, cuando Dios haya desaparecido totalmente para ellos, su absoluta y horrible pobreza. Y entonces descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo totalmente nuevo. Como una esperanza importante para ellos, como una respuesta que siempre han buscado a tientas. A mí me parece seguro que a la Iglesia le aguardan tiempos muy difíciles. Su verdadera crisis apenas ha comenzado todavía. Hay que contar con fuertes sacudidas. Pero yo estoy también totalmente seguro de lo que permanecerá al final: no la Iglesia del culto político, que fracasó ya en Gobel, sino la Iglesia de la fe. Ciertamente ya no será nunca más la fuerza dominante en la sociedad en la medida en que lo era hasta hace poco tiempo. Pero florecerá de nuevo y se hará visible a los seres humanos como la patria que les da vida y esperanza más allá de la muerte (Ratzinger)5.

Hay que comprender muy bien lo que supone san Benito como referencia:

El ejemplo de san Benito nos llena de esperanza hoy en día porque nos revela lo que pequeños grupos de creyentes pueden conseguir al reaccionar de una manera creativa ante los retos que les plantean su tiempo y espacio. Se trata de canalizar la gracia que fluye a través de aquellos que se abren por completo a Dios y encarnan esa gracia en una forma de vida diferente (Dreher)6.

Se trata, pues, de aprovechar la situación de minoría e incomprensión en la que nos encontramos para abrazar con mayor libertad una fidelidad más plena al Evangelio y sin compromisos con el mundo.

En cierto sentido, el nuevo estatus minoritario de los cristianos puede ayudarnos a mantener nuestro foco de atención donde debería estar. Como escribe Russell Moore, líder de la Convención Baptista del Sur, en su libro Onward, al perder su respetabilidad cultural, la Iglesia es más libre para ser completamente fiel (Dreher)7.

No hay que ocultar que la opción benedictina hace un juicio muy negativo del mundo en el que nos adentramos y renuncia a esperar que la política de los partidos nos consiga un ambiente propicio para la fe. También denuncia un cristianismo que se deja llevar por las corrientes del mundo y ha adulterado la fe. Algunos lo descalifican por pesimista o apocalíptico, pero nosotros no podemos negar el realismo de su análisis. La opción benedictina pasa por volver a la Tradición, abandonar el terreno de la política oficial, apartarse del mundo (no necesariamente de forma física), y responder de forma concreta en el terreno social y político, pero de una manera más humana, distinta de la participación en los partidos políticos y en sus estrategias de poder.

Todos siguen la ortodoxia cristiana, es decir, son conservadores en lo teológico dentro de las tres grandes ramas del cristianismo histórico, y saben que si los creyentes no abandonan Babilonia y se retiran -unas veces metafórica y otras literalmente- su fe no les sobrevivirá más de una o dos generaciones en esta cultura de la muerte. Reconocen una verdad incómoda: la política no nos salvará. En lugar de seguir apuntalando el orden establecido, han asumido que el reino al que pertenecen no es de este mundo y han optado por no exponer su ciudadanía a tal riesgo. Estos cristianos ortodoxos están plantando las semillas de lo que denomino la opción benedictina, una estrategia que se fundamenta en la autoridad de las Escrituras y la sabiduría de la Iglesia primitiva para abrazar el «exilio interior» y conformar una animosa contracultura (Dreher)8.

Sin embargo, no es el miedo al mundo actual sino el amor, lo que lleva a tomar opciones radicales para vivir la fe con autenticidad.

En el momento en que la opción benedictina cese de centrarse en la comunión con Cristo y de procurar que el amor empape nuestras relaciones vecinales, dejará de ser benedictina […] No sería una estrategia que nos haga mejorar ni un plan para salvar a la Iglesia y al mundo (Greg Thompson)9.

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El amor es el único camino que tenemos para salir de esta, pero no como éxtasis romántico, sino un amor pulido e intensificado por la oración, el ayuno y la contrición cotidianos, y, para muchos cristianos, también por los sacramentos. Y el sufrimiento tiene que ser otro de los factores que lo perfeccione, no hay alternativa (Dreher)10.

Como puede verse, la opción benedictina no quiere salvar la cultura, sino proponer una cultura cristiana -realmente cristiana-, que en nuestro mundo resultará «contracultural».

La espiritualidad benedictina promueve la creación de una cultura cristiana, ya que se centra en desarrollar y mantener el cultus cristiano, término latino que significa «adoración». La cultura es el modo de vida que brota de la adoración en común de un pueblo. Aquello que reverenciamos como lo más sagrado determina el fondo y la forma de nuestra cultura, que emerge orgánicamente durante el proceso que conlleva hacer tangible una fe. Si esto va a redundar en la legítima renovación de la cultura cristiana, la opción benedictina tendrá que focalizarse en la vida de la Iglesia. Lo demás se nos dará por añadidura (Dreher)11.

La clave de la opción benedictina no está en la eficacia de las acciones concretas que puedan realizarse, sino en la autenticidad con la que se abraza la vida cristiana y en la construcción de pequeñas realidades humanas, que, aunque puedan parecer insignificantes, serán bendecidas por Dios si son auténticas. Esta propuesta, que constituye la clave de la llamada a la acción que realiza la opción benedictina, resulta inexcusable para nosotros porque traduce con fidelidad a nuestra realidad actual la propuesta evangélica, tal como podemos ver, por ejemplo, en las parábolas de la semilla de mostaza (Mc 4,30-32), la levadura en la masa (Mt 13,33) o la sal de la tierra (Mt 5,13).

Tenemos que avanzar confiando en que puede que las pequeñas cosas que hagamos redunden en algo grande con el tiempo, me explicaba. Todo depende de Dios. Lo único que podemos hacer nosotros es servirle (Dreher)12.

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Encontramos a otros como nosotros y construimos comunidades, escuelas al servicio del Señor. No lo hacemos para salvar el mundo: el único motivo que nos mueve es el amor a Dios y sabernos necesitados de una comunidad y de una vida ordenada para entregarnos a Él por completo. Vivimos plenamente la liturgia, narramos el relato sagrado en el culto y en nuestros cantos. Ayunamos y celebramos. Nos casamos y casamos a nuestros hijos y, aunque estemos exiliados, contribuimos a que la ciudad viva en paz. Damos la bienvenida a los recién nacidos y enterramos a nuestros muertos. Leemos la Biblia y hablamos a nuestros hijos de los santos. Y también de Ulises, Aquiles, Eneas, Dante, Don Quijote, Frodo y Gandalf, así como de todas las historias que transmiten el verdadero significado que entraña ser un hombre o una mujer en Occidente. Trabajamos, rezamos, nos confesamos, mostramos misericordia, acogemos a los forasteros y cumplimos los mandamientos. Cuando sufrimos, especialmente cuando lo hacemos a causa de Cristo, damos gracias, porque eso es lo que tiene que hacer un cristiano. ¿Quién sabe qué hará Dios con nuestra fidelidad? Ciertamente nosotros no. Nuestra misión es, en palabras del poeta cristiano W. H. Auden, «avanzar con gozo entre tropiezos» (Dreher)13.

Finalmente, debemos señalar que la opción benedictina no constituye una absoluta novedad, puesto que podemos encontrar propuestas similares en otros autores, que ya proponían modos de evitar que los cristianos fueran absorbidos por la masa y pudieran salvar lo esencial de la fe sin necesidad de huir del mundo.

O el individuo es absorbido por las colectividades… o bien se adapta, sí, a las grandes estructuras de vida y de trabajo y renuncia a una libertad de movimientos y de formación individuales -libertad que ya no resulta posible-, pero todo para concentrarse sobre sus raíces y salvar en primer lugar lo esencial (Guardini)14.

2. Puntualizaciones

Una de las críticas que se le ha hecho al libro de Dreher es que su idea no es original. Ciertamente, así es. Algunos atribuyen la idea a John Senior, que en 1983 publicó «La restauración de la cultura cristiana» y en 1978 había publicado «La muerte de la cultura cristiana». En el capítulo dedicado al «Espíritu de la Regla afirma»:

No fueron las enciclopedias ni las estructuras del Imperio las que salvaron a la civilización y a las almas, sino la Regla de San Benito (Senior)15.

Otro precedente, que sí cita Dreher, es Alasdair MacIntyre, Tras la virtud, (1984), que al final de su análisis filosófico sobre la situación de la filosofía moral concluye:

Siempre es peligroso hacer paralelismos históricos demasiado estrechos entre un período y otro; entre los más engañosos de tales paralelismos están los que se han hecho entre nuestra propia época en Europa y Norteamérica y el Imperio romano en decadencia hacia la Edad Oscura. No obstante, hay ciertos paralelos. Se dio un giro crucial en la antigüedad cuando hombres y mujeres de buena voluntad abandonaron la tarea de defender el imperium y dejaron de identificar la continuidad de la comunidad civil y moral con el mantenimiento de ese Imperium. En su lugar se pusieron a buscar, a menudo sin darse cuenta completamente de lo que estaban haciendo, la construcción de nuevas formas de comunidad dentro de las cuales pudiera continuar la vida moral de tal modo que moralidad y civilidad sobrevivieran a las épocas de barbarie y oscuridad que se avecinaban. Si mi visión del estado actual de la moral es correcta, debemos concluir también que hemos alcanzado ese punto crítico. Lo que importa ahora es la construcción de formas locales de comunidad, dentro de las cuales la civilidad, la vida moral y la vida intelectual puedan sostenerse a través de las nuevas edades oscuras que caen ya sobre nosotros. Y si la tradición de las virtudes fue capaz de sobrevivir a los horrores de las edades oscuras pasadas, no estamos enteramente faltos de esperanza. Sin embargo, en nuestra época los bárbaros no esperan al otro lado de las fronteras, sino que llevan gobernándonos hace algún tiempo. Y nuestra falta de conciencia de ello constituye parte de nuestra difícil situación. No estamos esperando a Godot, sino a otro, sin duda muy diferente, a San Benito (MacIntyre)16.

Sin embargo, ha sido Dreher, seguramente con menos profundidad que estos dos antecedentes, el que ha divulgado con mayor amplitud la idea de la opción benedictina. Ése es su mérito.

Otra dificultad, ésta de tipo histórico, es que Dreher parece afirmar que san Benito funda una orden monástica «para responder» al colapso de la civilización romana.

San Benito, padre del monacato occidental en el siglo VI, respondió al colapso de la civilización romana fundando una orden monástica (Dreher)17.

Unida a esta dificultad, está la sensación de que puede entenderse tanto el monacato como la opción benedictina como una forma de huir del mundo.

A estas dificultades hay que responder con rotundidad que lo que mueve a san Benito cuando se retira a la vida monástica es sólo la búsqueda de Dios. Sería una distorsión de la vida monástica -y cristiana- adjudicarle otro objetivo que no sea la unión con Dios y la gloria de Dios. Lo realmente impresionante de la repercusión que tuvieron los monasterios benedictinos en el mundo entero es que, buscando sólo a Dios, transformaron una sociedad y mantuvieron una cultura. Por eso, quizá aquí haya una clave importante para nosotros: buscando a Dios con radicalidad es como podemos renovar y proponer una cultura distinta ante el anti-humanismo postmoderno; pero, si invertimos los fines y pretendemos principalmente cambiar la sociedad, no sólo no la cambiaremos, sino que desvirtuaremos la fe.

¿Por qué surge san Benito y por qué surge la primera opción benedictina, la del propio san Benito? Hay que entender que san Benito, cuando realiza esa fuga mundi […],se retira a la soledad de Subiaco y luego empieza a reunir discípulos, su idea no es conservar la cultura clásica greco-romana […], ni siquiera tiene la idea de ir a fundar un monasterio, ni, desde luego, la de fundar una orden. Todo eso va a venir después. La idea de san Benito cuando se retira a la soledad de Subiaco es únicamente la búsqueda de Dios […] buscar a Dios ante todo, estar a solas con Dios, ser sólo para Dios18 […] Los monjes sin haber sido conscientes o sin haberlo buscado como fin -porque no era lo que buscaba san Benito- se van a convertir ciertamente en los transmisores de la cultura grecorromana, unida al aliento del cristianismo y al aporte de los pueblos germánicos, y van a dar lugar entonces a la cultura occidental (Santiago Cantera, prior de la Basílica de la Santa Cruz Valle de los Caídos)19.

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Se huía del mundo no para abandonarlo a sí mismo, sino para crear en determinados centros de espiritualidad una nueva posibilidad de vida cristiana y, por consiguiente, humana. Se tomaba buena nota de la alienación de la sociedad y -en el desierto o en el monasterio- se reconstruían oasis abiertos a la vida y a la esperanza de salvación para todos […] El problema estriba una vez más en encontrar el equilibrio. Dejando ahora al margen las vocaciones monásticas o eremíticas, no sólo legítimas, sino incluso preciosas para la Iglesia, el creyente se ha visto obligado a vivir el no fácil equilibrio entre justa encarnación en la historia e indispensable tensión hacia la eternidad. Es este equilibrio el que impide sacralizar el compromiso terreno y, al mismo tiempo, recaer en la acusación de «alienación» (Ratzinger)20.

En esa misma línea, hay que afirmar que la vida contemplativa no se aparta del mundo para huir de él, sino como consecuencia de una llamada a buscar a Dios radicalmente y poder entrar en el corazón de Cristo y en el corazón del mundo. El contemplativo no se desentiende del mundo, sino que se introduce en él de una manera distinta, más profunda y más eficaz.

A partir de aquí, podemos entender algo que normalmente no se tiene suficientemente en cuenta, y es que el verdadero contemplativo, ya esté dentro o fuera del monasterio, no es aquel que se retira del mundo para salvar su propia alma, sino el que se introduce en el corazón del mundo y ora a Dios desde allí, prolongando la eficaz intercesión de Cristo de la que participa por su íntima unión con él. Esta capacidad brota del mismo ser del contemplativo y le permite llevar a cabo, desde el mundo o desde el monasterio, su misión irrenunciable de realizar ese viaje al corazón del mundo, donde habita el pecado y el sufrimiento, para establecer un puente hasta el corazón de Dios, por medio de los gemidos inefables que suscita en él el Espíritu (Fundamentos)21.

Esta puntualización es importante porque, de otro modo, parecería difícil aplicar la opción benedictina a los contemplativos que están llamados a vivir en el mundo. De hecho, el mismo libro de Dreher disipa esta impresión que pueden producir algunas de sus páginas.

«La meta original del monacato no era simplemente aislarse de la corrupción del mundo para sobrevivir, si bien en muchos casos esa idea de supervivencia ha tenido mucho peso», continúa. «Lo primordial era buscar a Dios, y esa búsqueda condujo a los monjes a conservar la sabiduría clásica y la tradición pagana, ya que amaban la verdad y la belleza allá donde se encontraran» (Handby)22.

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El camino de san Benito no es una vía de escape del mundo real, sino un modo de ver el mundo y habitar en él tal y como es. La espiritualidad benedictina nos enseña a soportar el mundo con amor y transformarlo como el Espíritu Santo nos transforma a nosotros. La opción benedictina se inspira en las virtudes de la regla para cambiar el modo en el que los cristianos afrontamos la política, la Iglesia, la familia, la comunidad, la educación, nuestros trabajos, la sexualidad y la tecnología (Dreher)23.

Ciertamente que la opción benedictina -y la vida benedictina que toma como referencia- propone una cultura cristiana, pero no -como a veces se entiende- una cultura con un barniz cristiano que no necesita de una vida cristiana intensa. Recordemos sus palabras, citadas más arriba:

La espiritualidad benedictina promueve la creación de una cultura cristiana, ya que se centra en desarrollar y mantener el cultus cristiano, término latino que significa «adoración». La cultura es el modo de vida que brota de la adoración en común de un pueblo. Aquello que reverenciamos como lo más sagrado determina el fondo y la forma de nuestra cultura, que emerge orgánicamente durante el proceso que conlleva hacer tangible una fe. Si esto va a redundar en la legítima renovación de la cultura cristiana, la opción benedictina tendrá que focalizarse en la vida de la Iglesia. Lo demás se nos dará por añadidura (Dreher)24.

En esta línea se resuelve otra de las dificultades que se le plantea al libro: parece que la opción benedictina propone la creación de guetos aislados del mundo para sobrevivir a la barbarie.

Nuestra propuesta consiste en intentar construir un modo de vida cristiano que sea una isla de santidad y estabilidad en medio de las aguas agitadas de la modernidad líquida. No perseguimos la quimera de un paraíso terrenal, simplemente buscamos el modo de permanecer firmes en la fe en los tiempos de prueba que nos han tocado vivir (Dreher, 81)25.

Hay que reconocer que una de las sugerencias más importantes del libro es la creación de comunidades en las que se pueda vivir la fe; sin las cuales afirma el autor que no se puede sobrevivir como cristianos auténticos. Pero no se trata de pretender crear comunidades aisladas, al estilo de los amish, ni de tener una actitud cerrada ante el mundo, lo cual sería difícilmente compatible con el Evangelio: «No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno» (Jn 17,15).

Encontramos a otros como nosotros y construimos comunidades, escuelas al servicio del Señor. No lo hacemos para salvar el mundo: el único motivo que nos mueve es el amor a Dios y sabernos necesitados de una comunidad y de una vida ordenada para entregarnos a Él por completo (Dreher)26.

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No es solo una cuestión de supervivencia. Para estar en el mundo como Cristo espera de nosotros, tendremos que pasar mucho más tiempo fuera del mundo, en profunda oración y sometiendo nuestro espíritu a cuantiosas pruebas, como Jesús hizo al retirarse al desierto para orar antes de su vida pública. No podemos dar al mundo algo que no tenemos (Dreher)27.

Es cierto que Dreher propone la imagen del «arca» que surca la tempestad, que es una imagen tradicional de la Iglesia que no debe rechazarse; pero afirma a continuación que esta imagen debe complementarse con la del «templo» de Ez 47, del que sale abundante el agua que es capaz de sanear el Mar Muerto.

La Iglesia es, entonces, el arca y el manantial, y los cristianos hemos de asumir que tenemos que vivir en estas dos realidades. Dios nos entregó el arca de la Iglesia para mantenernos a flote durante el temible diluvio, pero la Iglesia también es el lugar que Dios nos dio para que ahogáramos simbólicamente nuestros hombres viejos en las aguas del bautismo y nacer de este modo a una nueva vida en la que el eterno torrente de su gracia nos servirá de alimento. Para vivir la opción benedictina tenemos que contemplar las dos visiones a la vez (Dreher)28.

Otra dificultad del libro, que hay que tener en cuenta para poder aprovecharlo, es que está escrito desde la perspectiva de la sociedad y el cristianismo de los Estados Unidos. Aunque en la situación política española, europea y occidental no sería difícil descubrir la misma dificultad para encontrar opciones políticas con las que pueda identificarse un católico, así como la falta de representación de los valores «innegociables» de la vida o de la familia en nuestros parlamentos, sin embargo, estamos muy lejos de tener la idea de comunidad que existe en la sociedad y en las poblaciones norteamericanas, y la capacidad que tienen de asociarse para realizar obras comunes, también en la Iglesia. No obstante, las propuestas de Dreher constituyen un buen acicate para vencer el individualismo con el que vivimos la fe entre nosotros y para superar nuestra dificultad para emprender obras en colaboración con cristianos de otras confesiones. En este sentido podemos ver que el pluralismo de confesiones cristianas que aparece en la obra, y que en Estados Unidos se vive con toda naturalidad, está muy lejos de lo que vivimos los católicos europeos.

Una dificultad importante que asoma en el horizonte en la obra de Dreher, y que también denota su origen estadounidense, es la necesidad de que exista libertad religiosa para que pueda realizarse la opción benedictina.

La libertad religiosa es de una importancia crítica para la opción benedictina. Sin una defensa sólida y exitosa de las garantías que ampara la Primera Enmienda, los cristianos no podremos edificar las instituciones comunitarias que son la clave para preservar nuestra identidad y nuestros valores (Dreher)29.

Sin negar la necesidad de luchar por la libertad religiosa que, como él manifiesta, está cada vez más amenazada, es necesario afirmar que lo fundamental de esta opción exige que pueda mantenerse dentro de un ambiente de oposición e incluso de persecución. No en vano, el mismo Dreher recuerda las diversas formas de «opción benedictina» realizadas dentro de la persecución comunista.

También se ha acusado a Dreher de renunciar a la influencia de los cristianos en la política, como si la opción benedictina supusiera la huida de ella. Creemos que esta acusación no entiende bien lo que propone el autor, que puede ser discutible, pero es algo muy diferente. Lo que plantea, sin duda, es la necesidad de renunciar a poner la esperanza en que sean los partidos conservadores actuales -menos aún los liberales- los que vayan a salvar los valores cristianos y eviten la muerte de la civilización cristiana.

En este sentido, debemos recordar que Dreher afirma que no merece la pena empeñarse en hacer compatible una vida cristiana plena con la política que se realiza a través de los partidos políticos, tal como están configurados en nuestra sociedad. Para algunos críticos de la opción benedictina, esta renuncia a la acción política resulta muy discutible, pero no cabe duda de que la dificultad que señala es muy real y no puede dejar de tenerse en cuenta.

Por muy furibundas y absorbentes que sean las batallas entre partidos políticos, los cristianos no podernos perder de vista que la política convencional no puede arreglar la sociedad y la cultura. No es la vía adecuada porque tanto la derecha como la izquierda parten de la misma postura, de la idea de que el verdadero objetivo de la política es facilitar y ampliar la posibilidad de elección. Ningún partido ofrece un programa consistente con la verdad cristiana (Dreher)30.

A algunos les parece exagerada la situación que prevé, pero no hay que descartarla a priori.

El cambio que debemos llevar a cabo pasa por aceptar que en los próximos años puede que los fieles nos veamos en la tesitura de tener que elegir entre ser un buen ciudadano o ser un buen cristiano (Dreher)31.

A pesar de todas estas prevenciones sobre la participación de los cristianos en la política y en la vida social, tal como están configuradas en nuestras sociedades, hay que afirmar con claridad que la opción benedictina no se desentiende de la sociedad ni renuncia a influir en ella. Pretende, de hecho, realizar esta influencia en la sociedad por medio de algo que se puede llamar «política» en el sentido de que se preocupa por la sociedad, pero no lo es tal como la conocemos; razón por la cual él lo denomina «política apolítica». Ésta podría definirse como una dedicación a transformar valientemente la sociedad por medio de acciones y actitudes concretas que influyan en ella, pero sin participar en la lucha de poder propia de los partidos, tanto entre ellos como dentro de ellos mismos. Este planteamiento se inspira en la forma en que los disidentes checos Havel y Benda trabajaban, de manera sencilla pero valiente, para influir en una sociedad sometida a la dictadura comunista que les impedía plantear sus opciones a través de la política oficial32.

La opción benedictina nos llama a una renovada política cristiana que surge de nuestra relativa impotencia en la sociedad contemporánea […] Los cristianos tenemos que centrarnos en un tipo diferente de política (Dreher)33.

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No se trata de que dejemos de votar o de participar activamente en la política convencional, pero la clave está en que eso ya no basta (Dreher)34.

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Para que quede claro, los cristianos no podemos permitirnos esfumarnos del espacio público. La Iglesia no debe eludir la responsabilidad de rezar por los líderes políticos y de hablarles proféticamente. A los cristianos no solo nos incumbe como tales la lucha contra el aborto y proteger la libertad religiosa y la familia tradicional […] Lo que tenemos que plantearnos de verdad no es si dejar o no la política por completo, sino cómo hacer un uso prudente de nuestro poder político, especialmente en una cultura política tan inestable (Dreher)35.

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¿Cómo actuaría la disidencia checa en nuestras circunstancias -la llamemos «política apolítica» o «polis paralela»-? Havel nos da una serie de ejemplos. Piensa en los profesores que se aseguran de que los niños aprendan cosas que no se enseñan en las escuelas estatales. Piensa en los escritores que escriben lo que realmente creen y se las arreglan para publicar sus obras, cueste lo que cueste. Piensa en los sacerdotes y pastores que encuentran la forma de llevar una vida religiosa a pesar de la condena y los obstáculos legales o en los artistas a los que no les importa un comino la opinión oficial. Piensa en los jóvenes que deciden no preocuparse por lo que la sociedad considera éxito y se bajan del carro ambicionando una vida íntegra, pase lo que pase. Esta gente que no claudica ante la asimilación general y prefiere en cambio crear sus propias estructuras está viviendo la opción benedictina […] La tarea parece común y corriente, pero no te engañes: es política del más alto nivel, una política en tiempos de guerra y combatimos, nada más y nada menos, en la guerra cultural para evitar lo que C. S. Lewis denominó «la abolición del hombre» (Dreher)36.

Quizá pueda discutirse si algunos cristianos deben mantenerse en la política tal como se ejerce en los partidos y en los parlamentos, pero no cabe duda de que esta «política sin política» abre un amplio campo de acción para muchos cristianos que quieren influir en la sociedad actual y no ven la posibilidad de acercarse a la política oficial.

Nos encontramos, por último, con una dificultad que aparece con más fuerza cuando se lee el libro desde la perspectiva de los que han recibido la vocación de ser contemplativos en el mundo. Se trata del obstáculo que supone unir dos vidas tan diferentes como la laical y la monástica como propone la opción benedictina, que se limita a aplicar a la vida secular una simple «adaptación» de la vida monástica, con el fin de que los cristianos que viven en el mundo puedan dar la respuesta necesaria en la situación complicada en que viven, olvidando que la gracia bautismal les capacita por sí misma para responder adecuadamente con un tipo de santidad plenamente laical. Esto es lo que vemos cuando propone para los laicos una serie de valores monásticos que extrae de la Regla de san Benito37.

La regla se hizo para los monjes, obviamente, pero sus enseñanzas se pueden adaptar fácilmente para que sean de provecho también para los fieles laicos (Dreher)38.

No pretendemos poner en duda la necesidad de la vida monástica; es más, estamos convencidos de que la autenticidad de la vida contemplativa monástica es especialmente urgente en este momento de la historia y de la vida de la Iglesia. Pero la radicalidad de la vida cristiana que exige la situación actual y que plantea la opción benedictina no se basa en una «adaptación» de la vida monástica al resto de los cristianos, como si tuvieran que ser monjes de segunda categoría, sino en el bautismo que ofrece a todos la posibilidad y la urgencia de la santidad. De modo que, siguiendo plenamente su vocación laical (o sacerdotal, o religiosa), pueden y deben dar una respuesta específica al mundo y a la Iglesia. Para ello basta con tomar como modelos a aquellos que han vivido su vocación en plenitud, es decir a los santos, sean monjes, sacerdotes, religiosos o seglares, cuyo testimonio demuestra que vivir la vida cristiana auténtica en la propia vocación es suficiente para responder adecuadamente a la crisis actual. No se nos oculta que la dimensión comunitaria, el distanciamiento del mundo y la búsqueda de formas concretas de respuesta son elementos imprescindibles de esta reacción que propone la opción benedictina. Pero, y no creemos que se oponga al espíritu de esta opción, la vida monástica no es la única referencia para dar una respuesta de este tipo. Los mismos ejemplos que plantea Dreher a lo largo del libro así lo manifiestan. Creemos que la posibilidad de responder con plenitud a la llamada universal a la santidad no necesita que se adapten elementos que son específicos de la vida monástica, basta con llevar a plenitud las potencialidades que se encuentran en la gracia bautismal.

La vocación contemplativa es la vocación normal de todo cristiano, ya que por el bautismo hemos recibido el Espíritu Santo que nos ha hecho hijos y templos de Dios, dándonos la posibilidad real de vivir inmersos en el mismo Dios y de comunicarnos abiertamente con él. Por lo tanto, vivir la vida de la gracia de forma permanente está al alcance de todos los cristianos, y ese modo de ser y de vivir es precisamente el modo contemplativo de vida. La mayoría de la gente cree que este modo de vida está reservado sólo a los místicos o a los monjes. Sin embargo, el encuentro personal con el Dios vivo es el centro y el núcleo de toda vida cristiana y, por lo tanto, es una gracia que Dios pone al alcance de todos los bautizados, para que puedan entrar en la experiencia que nos muestra el auténtico rostro de Dios, y descubran cómo vivir en comunión con él. En el fondo, la vida contemplativa consiste en vivir el encuentro humano con Dios de manera consciente y personal, lo que hace que el creyente supere la vivencia rutinaria de la religión y descubra en sí mismo un ser distinto, una nueva dignidad, que le permite ser lo que realmente es, aquello a lo que Dios le llama a ser desde la creación, tal como dice san Pablo: «Él nos eligió en Cristo antes de la fundación del mundo para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor. Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia» (Ef 1,4-6) (Fundamentos)39.

Quizá sea un benedictino, que cita el mismo Dreher, el que indica lo fundamental que hay que buscar en la Regla, pero que no es exclusivo de ella:

El laicado se puede beneficiar de la regla, dice, si entienden qué tiene de radical la vida de san Benito: un abandono total de la voluntad propia para que se cumpla la de Dios. El método requiere que se aplique con equilibrio, pero el Señor nos puso una meta extraordinaria: ser perfectos, como nuestro Padre celestial es perfecto (padre Bendict)40.

Esto significa que, de hecho, se puede experimentar con fuerza la necesidad de abrazar las virtudes cristianas básicas para responder a la situación sin necesidad de buscarlas en los monasterios.

La virtud básica será ante todo la seriedad en el deseo de verdad. Tal vez se pueda ver un paso hacia ella en la objetividad que puede apreciarse en muchas cosas. Esta seriedad quiere saber qué se persigue con todas las habladurías sobre el progreso y la explotación de la naturaleza, y carga con la responsabilidad que la nueva situación impone. La segunda virtud será la fortaleza; una fortaleza sin aspavientos, espiritual y personal, que se enfrenta con el caos amenazante. Ha de ser más pura e intensa que la que se necesita para enfrentarse con las bombas atómicas y con los instrumentos inventados para sembrar bacterias, ya que ha de resistir al enemigo universal, al caos que hace progresos dentro de la misma obra del hombre, y además tiene contra sí, como toda fortaleza heroica de verdad, a la mayoría, a la opinión pública, y a la mentira concretada en consignas y organizaciones. Todavía se ha de añadir un tercer elemento: el ascetismo […] El hombre tiene que aprender a ser dueño de sí mediante el vencimiento y la abnegación, y con ello a ser dueño de su propio poder. La libertad que da este dominio orientará aquella seriedad hacia las opciones reales, en tanto que hoy vemos cómo se emplea en ridiculeces una gravedad casi metafísica; hará que el mero valor se convierta en fortaleza, y desenmascarará los pseudoheroísmos en nombre de los cuales se deja inmolar el hombre, fascinado por pseudoabsolutos (Guardini)41.

3. Opciones concretas

No podemos terminar esta búsqueda de una respuesta ante la situación actual en la obra de Dreher sin mencionar, al menos, algunas de las propuestas concretas que aparecen como ejemplos de la «opción benedictina».

a) Política apolítica (cap. IV)

La primera de estas propuestas concretas se refiere a la «política apolítica» que antes hemos mencionado, de la que es un ejemplo el trabajo de los disidentes checos Havel y Benda, que vivieron en situaciones de persecución, y que pueden ser un magnífico ejemplo para nosotros. Su actuación la podemos resumir de la siguiente manera:

  • -Salir de la mentira, pagando para ello el precio que supone dar testimonio de la verdad.
  • -Conservar la humanidad, aunque seamos vistos como una amenaza.
  • -Hacer realidad que sólo una vida mejor introduce un sistema mejor.
  • -Vivir la verdad en comunidad.
  • -No colaborar con el sistema inhumano y anticristiano que se quiere imponer.
  • -No construir un gueto.
  • -Romper el aislamiento para construir una ciudad paralela en la que se pueda convivir en verdad.

Hemos llegado a un momento crucial en el que lo que necesitamos no es tanto un movimiento político -sin desdeñar su importancia para conseguir ciertos bienes públicos-, sino un reavivamiento de la cultura, de prácticas y modos de vida sostenibles y justos que partan de la experiencia común, de la memoria y de la confianza. Sin embargo, no podremos conseguirlo tratando de volver al pasado y de recuperar lo que ya está perdido. Irónicamente, lo que necesitamos nos lo provee el propio medio de destrucción, y lo encontramos en las fuerzas del liberalismo mismo: la creatividad humana y nuestra capacidad para reinventamos, para comenzar de nuevo una y otra vez (Deneen)42.

b) Familia (cap. VI)

  • -Convierte tu casa en un monasterio doméstico.
  • -No temas ser un inconformista.
  • -No subestimes a los amigos de tus hijos.
  • -No idolatres a tu familia.
  • -Vive cerca de otros miembros de la comunidad.

Se necesita una aldea para criar a un niño (Dreher)43.

c) Educación (cap. VII)

  • -Es el mejor medio para defender y restaurar los valores morales y religiosos.
  • -Hemos de concentrarnos en la educación porque es esencial para la supervivencia del cristianismo.
  • -Cuidar la educación cristiana clásica: tradición occidental, contracultural, esfuerzo y compromiso.
  • -Hay que partir y educar en el supuesto fundamental de que la realidad esconde una estructura unificada que Dios ha puesto ahí para que la descubramos.
  • -Enseñar la Biblia a los niños.
  • -Adentrar a los jóvenes a la historia de Occidente.
  • -Sacar a los hijos de la escuela pública.
  • -No hacerse ilusiones con los colegios cristianos.
  • -Fundar escuelas cristianas clásicas.
  • -Trabajar la educación en casa.

El hombre es, por lo tanto, simultáneamente el único espíritu y el único animal que debe ser educado. Sin duda, podemos adiestrar a un animal, pero la educación no es adiestramiento, porque atañe también a un espíritu. El adiestramiento es determinista, forma para realizar una tarea muy determinada como respuesta a una señal […] La educación, por el contrario, cultiva la libertad. De ahí que la mejor educación nunca sea garantía absoluta contra la degeneración […] Tenemos, pues, que constatar algo terrible: la educación nos rescata de lo porcino, pero, al hacer posible lo humano, posibilita del mismo modo lo demoníaco (Hadjadj)44.

d) Sexualidad (cap. IX)

La vida sexual es el área en la que más contraculturales tendremos que ser y en la que más necesitados estaremos del apoyo de los demás cristianos para mantenernos firmes en estas convicciones que están tan mal vistas. Tenemos que abrazar la riqueza de la sexualidad cristiana, comprender cómo la torpedea la Revolución Sexual, asumir nuestra parte de culpa y prepararnos para pelear por la ortodoxia de nuestros hijos (Dreher)45.


NOTAS

  1. Dreher, La opción benedictina, 24.
  2. Dreher, La opción benedictina, 26.
  3. Dreher, La opción benedictina, 26.
  4. Dreher, La opción benedictina, 284.
  5. Ratzinger, Fe y futuro. Cf. el testimonio de Ogorodnikov, en Molinié, Cartas a sus amigos, 35 (M.-D. Molinié, Lettres du Père Molinié à ses amis, 2, 264-267), sobre los hogares de fe en la Rusia soviética.
  6. Dreher, La opción benedictina, 39.
  7. Dreher, La opción benedictina, 133.
  8. Dreher, La opción benedictina, 41-42.
  9. Citado en Dreher, La opción benedictina, 287.
  10. Dreher, La opción benedictina, 289.
  11. Dreher, La opción benedictina, 132.
  12. Dreher, La opción benedictina, 290.
  13. Dreher, La opción benedictina, 291-292.
  14. Guardini, El ocaso de la edad moderna, 89.
  15. John Senior, La restauración de la cultura cristiana, Madrid 2018 (Homo Legens), 150.
  16. Alasdair MacIntyre, Tras la virtud, Barcelona 2013 (Austral, 5ª reimpr. 2019), 322.
  17. Dreher, La opción benedictina, 24. En la p. 41 cita a MacIntyre: «Se dio un giro crucial en la antigüedad cuando hombres y mujeres de buena voluntad abandonaron la tarea de defender el Imperium y dejaron de identificar la continuidad de la comunidad civil y moral con el mantenimiento de ese Imperium. En su lugar se pusieron a buscar, a menudo sin darse cuenta completamente de lo que estaban haciendo, la construcción de nuevas formas de comunidad dentro de las cuales pudiera continuar la vida moral de tal modo que moralidad y civilidad sobrevivieran a las épocas de barbarie y oscuridad que se avecinaban» (Con las cursivas mostramos los matices de MacIntyre).
  18. Recuérdese san Benito en el capítulo LVIII de la Regla en el que habla de la admisión de los hermanos, dice: «Se observará cuidadosamente si de veras busca a Dios». En el fondo es lo mismo que busca el monacato desde el principio, p, ej., san Antonio, abad. Recuerda el padre Cantera que es Casiodoro el que busca salvaguardar la cultura antigua, pero no es el modelo que triunfa, aunque influya en los monjes benedictinos.
  19. En la conferencia de presentación del libro de Rod Dreher realizada en Madrid el 16 de enero de 2019 en la Universidad San Pablo CEU (min. 17:32-21:20).
  20. Joseph Ratzinger, Informe sobre la fe, Madrid 1985 (BAC), 126-127.
  21. Hermandad de Contemplativos en el Mundo, Fundamentos para vivir contemplativamente en el mundo, Madrid 2019 (2ª ed. corregida), 158-159.
  22. Citado en Dreher, La opción benedictina, 182.
  23. Dreher, La opción benedictina, 105-106.
  24. Dreher, La opción benedictina, 132.
  25. Dreher, La opción benedictina, 81.
  26. Dreher, La opción benedictina, 291.
  27. Dreher, La opción benedictina, 42.
  28. Dreher, La opción benedictina, 288-289.
  29. Dreher, La opción benedictina, 113-114.
  30. Dreher, La opción benedictina, 127; cf. también 121.126.127.129.130.
  31. Dreher, La opción benedictina, 119.
  32. Cf. Dreher, La opción benedictina, 122ss.
  33. Dreher, La opción benedictina, 118.119.
  34. Dreher, La opción benedictina, 129.
  35. Dreher, La opción benedictina, 112.
  36. Dreher, La opción benedictina, 127.128.
  37. Están recogidos en el capítulo III, «Una regla de vida» (75-106): orden, oración, trabajo, ascetismo, estabilidad, comunidad, hospitalidad, equilibrio, santidad.
  38. Dreher, La opción benedictina, 81; cf. 105-106.
  39. Contemplativos en el Mundo, Fundamentos, 87-88.
  40. Citado en Dreher, La opción benedictina, 103.
  41. Guardini, El ocaso de la edad moderna, 121-122.
  42. Citado en Dreher, La opción benedictina, 121.
  43. Dreher, La opción benedictina, 157.
  44. Hadjadj, Puesto que todo está en vías de destrucción, 138; cf. 139s.
  45. Dreher, La opción benedictina, 239.