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No es fácil resumir en unas pocas páginas la situación de nuestra sociedad, sus causas y consecuencias. Pero, como nuestro objetivo no es hacer un análisis pormenorizado de la situación, nos conformaremos con hacer un diagnóstico general, la comprensión del momento preciso que vivimos y una sucinta enumeración de causas y consecuencias. No olvidemos que este conocimiento es para nosotros simplemente un medio para encontrar una respuesta concreta.
Lo primero que podremos hacer es establecer un diagnóstico general, que no puede ser más grave en las palabras de los que lo hacen, pero que del que nos cuesta hacernos cargo. Se trata del colapso de la civilización occidental tal como la conocemos.
El diagnóstico que realiza el cardenal Sarah en su libro es contundente:
Estoy convencido de que la civilización occidental vive una crisis mortal. Ha alcanzado los límites del odio autodestructivo. Como ocurrió durante la caída del Imperio Romano, con todo en vías de destrucción, las élites no se preocupan más que de aumentar el lujo de su vida diaria y el pueblo, de anestesiarse con entretenimientos cada vez más vulgares (Sarah)1.
Pero sería un error achacar este diagnóstico al pesimismo de este cardenal. Otros pensadores cristianos, que no pertenecen a la jerarquía de la Iglesia, vienen diciendo lo mismo desde hace tiempo:
El problema presente es saber si la crisis actual difiere en grado o en naturaleza de las crisis antecedentes. Yo me inclino a pensar que difiere en naturaleza. En efecto, las crisis narradas por la historia son accidentes de trayecto: victorias, derrotas, revoluciones. Hay otras crisis más raras, más profundas, poco discernibles en su propio momento, que han puesto en causa un principio esencial y que han representado para la humanidad la ocasión de una elección entre su desaparición o un nuevo comienzo […] Todo sucede como si, si en este vigésimo siglo de la era cristiana (período furtivo), la humanidad estuviera en vísperas de conocer una crisis que no afecta ya a tal o cual accidente sino a la existencia de la humanidad como tal. Se trata también de una crisis de las esencias, y con ello quiero decir: de las Ideas que hasta ahora formaban el lazo entre las civilizaciones (Guitton [1987])2.
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Con todo derecho se puede decir que a partir del momento actual comienza un nuevo periodo de la historia […] El hombre se encuentra de nuevo ante el caos; y esto es más espantoso cuanto que la mayor parte no lo ve en absoluto (Guardini [1950])3.
No merece la pena multiplicar estos diagnósticos4. Lo único que podemos hacer es tomarlos en serio, o taparnos los ojos como los niños pequeños, pensando que así los problemas desaparecen.
Lo que sí es necesario para no perdernos en la conciencia de nuestra situación es comprender el momento en el que nos encontramos en la actualidad. Ya no estamos en el mundo moderno, que después de la edad media, intentó organizar un mundo de valores humanos, pero sin Dios. Un mundo reflejado de forma amarga en las palabras de Péguy:
Por primera vez, por primera vez desde Jesús, hemos visto levantarse, con nuestros ojos, acabamos de verlo, un mundo nuevo, si no una ciudad; formarse una sociedad nueva, si no una ciudad; la sociedad moderna, el mundo moderno; constituirse un mundo, una sociedad, reunirse como mínimo, (nacer y) crecer, después de Jesús, sin Jesús… Y lo que es más fuerte, amigo mío, no hay que negarlo, es que les ha salido bien (Péguy [+1914])5.
El objetivo de la edad moderna, que aspira a construir un mundo al margen de Dios, de la revelación, de la verdad y de los valores objetivos, que busca poner al hombre en el centro, y construir una sociedad mejor que la medieval, ya se ve como imposible. Aunque se pueden observar retazos de ese tiempo moderno -que ya es antiguo-, nuestro contexto y nuestra situación son muy diferentes. Y podemos caer en el error de vivir y defender la fe como si todavía estuviéramos en la modernidad. Por otra parte, no nos daríamos cuenta de los retos y de las posibilidades que el nuevo tiempo nos depara.
El nuevo tiempo al que, a falta de que los historiadores de los siglos futuros le den nombre podemos llamar tiempo post-moderno, nace del fracaso de ese intento de hacer un mundo mejor sin Jesús. El nuevo tiempo asume que todo ese proyecto es imposible. Ya no intenta construir nada al margen de Dios. Ya no pone al hombre en el centro. Ya no tiene esperanza.
[Günther Andres] afirma que el mensaje de nuestra época se reduce a esta simple frase: «La ausencia de futuro ya ha comenzado». Y constata con dureza: «Ya no vivimos en una época, vivimos en una prórroga» (Hadjadj)6.
Si la edad media se caracterizaba por un sentido de la vida y de la sociedad humana marcado por la Revelación, y la edad moderna por el rechazo de esa Revelación intentando encontrar el sentido de todas las cosas en el hombre y manteniendo con la Razón los valores que el cristianismo había propuesto7, la edad post-moderna ha renunciado a la búsqueda del sentido8. La consecuencia es clara y terrible, y se manifiesta en múltiples formas que no podemos más que enumerar, pero podemos resumir diciendo: si la edad moderna es humanista, la edad post-moderna es anti-humanista. El anti-humanismo pesimista es lo que define el tiempo que comenzamos9.
Por todas partes se constituyen formas de existencia cuyo único fundamento es la realidad empírica. Ahora bien, de aquí surge el problema de si es posible, a la larga, una vida constituida de ese modo: ¿Posee esta vida el sentido que ha de tener para poder seguir siendo vida humana? ¿Puede, además, alcanzar ella sola los fines que han de alcanzarse en cada caso? (Guardini [1950])10.
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Lo mismo que la modernidad se quería humanista, la posmodernidad no tendrá más remedio que ser poshumanista […] La modernidad consistía en volver la esperanza cristiana completamente inmanente y antropocéntrica. La posmodernidad consiste en proponer falsas trascendencias, un falso trasumanar y, por lo tanto, en proponer igualmente parodias del paraíso. La primera soñaba la posibilidad de un hombre sin Dios, la segunda sueña algo mucho peor: la posibilidad de un hombre sin lo humano (Hadjadj)11.
Este anti-humanismo es el factor común de todas las perversiones que descubrimos, y a las que la sociedad se va acostumbrando, por eso están ya fuera del debate político o ideológico (como bien señala Dreher12):
- -La falta de sentido de la existencia humana y de la realidad en su conjunto.
- -La pérdida del concepto y del valor de la persona.
- -La soledad.
- -La cerrazón al amor, especialmente al matrimonio y a los hijos
- -El suicidio y la eutanasia.
- -El aborto
- -La ideología de género
- -El transhumanismo.
- -El ecologismo, con su aspecto más radical que pretende que la salvación del planeta depende de la extinción de la especie humana.
- -El culto al bienestar, como expresión de desesperanza
- -La comercialización y banalización de la sexualidad, especialmente por medio de la pornografía
- -Las tendencias totalitarias que afloran de nuevo en la política
Es evidente que este anti-humanismo es la consecuencia del rechazo de Dios (de un rechazo de Dios que comenzó paradójicamente con la bandera del humanismo)13.
La conquista final del Hombre ha demostrado ser la abolición del Hombre (Lewis [1943])14.
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Se hace evidente que, cuando se niega a Dios, se disuelve también la dignidad del hombre (Benedicto XVI [12-2012])15.
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Estamos llegando al final de un ciclo. La cuestión del transhumanismo nos enfrenta a la elección de una civilización. Podemos continuar en la misma dirección, pero entonces corremos el riesgo de renunciar literalmente a nuestra humanidad […] El mundo ha elegido organizarse sin Dios, vivir sin Dios, pensar sin Dios. Está viviendo una experiencia terrible: donde Dios no está, está el infierno. ¿Qué es el infierno sino la ausencia de Dios? La ideología transhumanista lo ilustra a la perfección. Sin Dios solo queda lo que no es humano, lo poshumano. Ahora más que nunca la alternativa es clara: ¡Dios o nada! (Sarah)16.
En consecuencia, sería un error seguir afrontando la vida cristiana como cuando vivíamos en la edad moderna e intentar mostrar que los valores humanos tienen su verdadero fundamento en Dios, porque nuestro mundo ya no cree en esos valores. Y sería otro error intentar defender nosotros los valores de la modernidad frente a la post-modernidad con los argumentos de los que han fracasado buscando un humanismo sin Dios (como no podía ser de otra manera). La edad post-moderna nos ofrece otros retos y otras posibilidades.
El estudio de las causas que nos avocan a este cambio de era, nos lleva, por una parte, a reconocer cómo ha surgido y evolucionado la modernidad; y a señalar, por otra, los acontecimientos que han disparado la post-modernidad.
Dreher hace un buen resumen de las raíces históricas de la modernidad17. Antes de hacer un breve esquema, es bueno recordar las palabras de Guardini, que nos ayudan a ampliar las perspectivas e ir más allá de personas, ideologías y movimientos en los que descubrimos este anti-humanismo postmoderno y darnos cuenta de que es el resultado de un movimiento más largo y profundo:
Monstruosidades tan conscientemente realizadas no se producen únicamente por obra de un individuo desnaturalizado o de grupos pequeños, sino que proceden de trastornos y perversiones cuyo influjo se ha iniciado mucho tiempo antes. Lo que designamos con los términos de norma moral, responsabilidad, dignidad, conciencia despierta, no desaparece en tal grado de una colectividad viviente si no perdió ya su valor con mucha anterioridad (Guardini)18.
Vayamos al esquema de Dreher, que señala hitos importantes en el surgimiento de la edad moderna:
- -El nominalismo del siglo XIV, que intentando defender la omnipotencia y libertad de Dios, elimina la relación del ser y el sentido de las cosas con el ser de Dios. Constituyó un golpe de muerte al realismo metafísico y un paso de gigante al subjetivismo.
- -No hay que despreciar la nota que señala que el sistema medieval terminó de caer por las guerras (entre reinos cristianos) y por la peste (que revivimos en estos tiempos).
- -El giro del renacimiento hacia el hombre (siglo XV) supuso un paso decisivo para hacer del hombre la medida de todas las cosas, al margen de la Revelación.
- -No hay que olvidar el golpe que supuso, no sólo para la cristiandad, sino para la civilización occidental, la reforma luterana (siglo XVI), que, con la libre interpretación, la duda sobre la capacidad de la razón de hallar la verdad, el corte con la tradición y la ruptura de la unidad, supuso un paso de gigante al relativismo y escepticismo de la modernidad.
- -La revolución científica (siglo XVII) priva al mundo de un sentido y de una unidad. La filosofía (comenzando ya por Descartes) separa al hombre de la realidad, hasta el punto de negar que pueda tener acceso a ella (Kant).
- -La Ilustración (s. XVIII) junto con la Revolución francesa, supone la sustitución de la Revelación por la Razón, y plantea un orden social al margen (y a veces en contra) de Dios. Se plantea la libertad como la liberación de toda influencia de la Tradición, especialmente la religiosa.
- -La revolución industrial del siglo XIX supone un paso adelante a la deshumanización de la sociedad, y surgen el individualismo irracional del romanticismo y las utopías marxistas marcadas por la idea de un progreso inevitable y por un ateísmo beligerante
- -El siglo XX está marcado por el terrible impacto de las dos guerras mundiales y por un progreso de la ciencia que lleva al paroxismo la idea de progreso, de la naturaleza (también del hombre) como materia prima. No hay que perder de vista el impulso que dieron los anticonceptivos a la revolución sexual, y lo que supuso el Mayo del 68 como revuelta contra todo lo anterior y como apología del absurdo.
Podemos comprobar como teorías y acontecimientos de todo tipo, algunos nacidos dentro del cristianismo, han ido haciendo surgir la modernidad y han ido poniendo las bases de su fin.
Detengámonos brevemente en dos causas de la post-modernidad, que enganchan perfectamente con todo lo que ha llevado a la modernidad a su agotamiento. Por un lado, el escepticismo filosófico que niega toda posibilidad de verdad, el relativismo moral que defiende la imposibilidad de valores objetivos y comunes, y el cientifismo que paradójicamente se eleva como fuente de verdades irrefutables, pero cada vez más atomizadas e incapaz de dar sentido a la existencia humana, son el fruto de la modernidad y caldo de cultivo para la negación de todo sentido que hace la post-modernidad19. Por otra, el ateísmo más radical, representado quizá por Nietzsche, no dudó en mostrar que el superhombre que se construye a sí mismo, no tiene más referencia que su propia voluntad.
Sólo hicieron falta los dramáticos acontecimientos del siglo XX (y quizá los que sucedan en el XXI) para acabar con el dogma del progreso que defendía la modernidad y caer en la desesperación que marca la post-modernidad, que no intenta ya salvar al hombre ni a la humanidad20.
Llegará un día en que el historiador dividirá la historia en dos partes: una pre-atómica y la otra atómica. […] Antes de Hiroshima podíamos creer en un progreso continuo […]. A partir de ahora, la humanidad toma conciencia de que es mortal; y, en consecuencia, de que es semejante al hombre solitario. Hasta la era nuclear, la muerte del individuo era una catástrofe reparable a causa de la supervivencia colectiva. La fe cristiana en el más allá se había casi extinguido, pero había sido reemplazada por la fe en el progreso. En adelante, privado de esta segunda esperanza, el hombre se da cuenta de que es mortal, absolutamente mortal. Y se da cuenta no mediante una predicación o una abstracción, sino a través de los hechos, de la experiencia, del progreso científico. En este momento aparece, sin consuelo, la mortalidad. Este descubrimiento, todavía inconsciente aún inadvertido, es sin duda el más profundo acontecimiento de este siglo. En adelante ya no tendrán poder sobre nosotros las anticipaciones optimistas de nuestros maestros sobre el porvenir de la ciencia, la felicidad del futuro de la humanidad, la victoria final sobre la muerte (Guitton)21.
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El siglo XX con Kolymá, Auschwitz y Hiroshima (empleo nombres propios porque, a este respecto, los nombres comunes son insuficientes para designar esos acontecimientos), fue a la vez el tiempo de la apoteosis y, después, de la muerte de las ideologías del progreso. ¿Por qué? Porque el progresismo estuvo en el poder y, en lugar de hacer una sociedad más justa, produjo la trituradora totalitaria y la centrifugadora liberal. Por eso, como dijo Rimbaud en Una temporada en el infierno: «¿Para qué un mundo moderno si se inventan venenos como ésos?». Añadamos a estas catástrofes el darwinismo, que nos explica que la humanidad es solamente una chapuza adaptativa debida al azar y a la competencia, y se nos hará muy difícil creer en el porvenir, en la historia y en la posteridad. Por eso, asistimos a una crisis de la modernidad y vamos a la vez hacia lo posmoderno y lo poshumano. Este poshumanismo puede adoptar tres formas, que se pueden resumir así: tecnocrática, teocrática y ecológica. En los tres casos, ya sea para promocionar al androide, al salafista o al chimpancé, siempre está detrás el fracaso del modernismo como humanismo ateo (Hadjadj)22.
Detrás de estas causas humanas, que no podemos desconocer, no debemos olvidar que hay un enemigo común a Dios y a los hombres, que intenta destruir la obra de Dios y herirlo en sus hijos. Detrás de las causas de la modernidad y de la post-modernidad está el olvido de Dios, del que los cristianos también tenemos responsabilidad. No se puede separar, aunque lo hagamos en función de la necesidad de claridad que esta exposición exige, la crisis de la civilización de la crisis de la fe y de la Iglesia, del mismo modo que la situación de la Iglesia está fuertemente condicionada por la evolución de la sociedad.
El Occidente ha perdido a Cristo; por eso el Occidente muere; nada más que por eso (Dostoievski)23.
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Esta pérdida del sentido de la fe es la raíz más honda de la crisis de la civilización que estamos viviendo. Hoy en día, igual que en los primeros siglos del cristianismo en los que el Imperio Romano se estaba derrumbando, todas las instituciones humanas parecen en declive. Las relaciones humanas, sean políticas, sociales, económicas o culturales, se han vuelto complicadas. La pérdida del sentido de Dios ha socavado los cimientos de toda civilización humana y abierto las puertas a la barbarie totalitaria (Sarah)24.
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No es verdad que el hombre, aunque parezca decirlo algunas veces, no pueda organizar la tierra sin Dios. Lo cierto es que sin Dios no puede, en fin de cuentas, más que organizarla contra el hombre. El humanismo exclusivo es un humanismo inhumano (De Lubac)25.
Y en el análisis de las causas no podemos terminar sin hacer mención a nuestra propia responsabilidad como cristianos:
La decadencia de Occidente es la consecuencia de que los cristianos hayan abandonado su misión. Ya no miran al cielo. Son rehenes de los nuevos paradigmas. Se han mundanizado. Hasta la vida de oración que debería nutrirlos, fortalecerlos, hacerles brillar, corre el peligro de dejarse contaminar por el sentido del espectáculo y la búsqueda de sensaciones (Sarah)26.
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Un serio examen de conciencia ha sido auspiciado por numerosos Cardenales y Obispos sobre todo para la Iglesia del presente. A las puertas del nuevo Milenio los cristianos deben ponerse humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades que ellos tienen también en relación a los males de nuestro tiempo. La época actual junto a muchas luces presenta igualmente no pocas sombras. ¿Cómo callar, por ejemplo, ante la indiferencia religiosa que lleva a muchos hombres de hoy a vivir como si Dios no existiera o a conformarse con una religión vaga, incapaz de enfrentarse con el problema de la verdad y con el deber de la coherencia? A esto hay que añadir aún la extendida pérdida del sentido trascendente de la existencia humana y el extravío en el campo ético, incluso en los valores fundamentales del respeto a la vida y a la familia. Se impone además a los hijos de la Iglesia una verificación: ¿en qué medida están también ellos afectados por la atmósfera de secularismo y relativismo ético? ¿Y qué parte de responsabilidad deben reconocer también ellos, frente a la desbordante irreligiosidad, por no haber manifestado el genuino rostro de Dios, «a causa de los defectos de su vida religiosa, moral y social» (GS 19) (Juan Pablo II [1994])27.
Es significativo en este sentido la respuesta de Chesterton (+1936), que antes de su conversión publicó un libro titulado Lo que está mal en el mundo, cuando le preguntaban qué está mal en el mundo y respondía: «Yo». Y en el mencionado libro decía «No se ha probado y encontrado imperfecto al ideal cristiano, se le ha encontrado difícil y ni siquiera se ha intentado»28.
¿A dónde nos dirigimos? Humanamente a nada halagüeño. Ya veremos en su momento las oportunidades que abre esta crisis para la fe cristiana.
Estamos asistiendo impotentes al tránsito de una era humana a una era animal. Se enfrentan dos barbaries: una materialista y otra islamista (Sarah, 275)29.
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Hay, en efecto, tres formas de aplastar lo humano: ir hacia el ciborg, y en eso consiste el tecnicismo; pretender la vuelta a la naturaleza, y en eso consiste el ecologismo; y predicar la disolución en Dios, y en eso consiste el fundamentalismo (Hadjadj)30.
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O consigue el hombre llevar a cabo con acierto su obra de dominación, resultando ésta grandiosa, o todo toca a su fin (Guardini)31.
NOTAS
- Cardenal Robert Sarah, Se hace tarde y anochece, Madrid 2019 (Palabra), 188.
- Jean Guitton, Silencio sobre lo esencial, Valencia 1988 (Edicep), 17-18.
- Guardini, El ocaso de la edad moderna, 119.121. «Me inclino a afirmar desde el principio que la crisis actual de nuestra civilización es la más grave de cuantas han afectado a ésta desde que adquirió sus caracteres esenciales entre los siglos II y V de nuestra era» (Hilaire Belloc, La crisis de nuestra civilización, Buenos Aires 1945 (Editorial Sudamericana, 3ª ed.), 13, cf. p. 7).
- Podrían añadirse los diagnósticos de Sarah, Se hace tarde y anochece, 268; Rod Dreher, La opción benedictina. Una estrategia para los cristianos en una sociedad postcristiana, Madrid 2018 (Encuentro), 39-40; 69; Henri de Lubac, El drama del humanismo ateo, Madrid 2012 (Encuentro 4ª ed. revisada), 69.
- Charles Péguy, Verónica: Diálogo de la historia y el alma carnal, Granada 2008 (Nuevo Inicio), 166, citado en Fabrice Hadjadj, Puesto que todo está en vías de destrucción (Reflexiones sobre el fin de la cultura y de la modernidad), Granada 2016 (Nuevo Inicio), 69-70.
- Hadjadj, Puesto que todo está en vías de destrucción, 145.
- Pueden verse los textos que señalan como la edad moderna intenta mantener los valores que descubre el cristianismo, pero negando su raíz. El intento, por supuesto, ha fracasado: Guardini, El ocaso de la edad moderna, 131-135; Hadjadj, Puesto que todo está en vías de destrucción, 71.85.104; Dreher, La opción benedictina, 67.
- Sobre la crisis de la modernidad, véase también Hadjadj, Puesto que todo está en vías de destrucción, 85.108.109.
- A estos testimonios pueden añadirse: Péguy (citado en Sarah, Se hace tarde y anochece, 240); Sarah, Se hace tarde y anochece, 211s.240; Hadjadj, Puesto que todo está en vías de destrucción, 29.30-32.42.45-46.58-59.62.146; De Lubac, El drama del humanismo ateo, 63-64; Guardini, El ocaso de la edad moderna, 69.71.101.
- Guardini, El ocaso de la edad moderna, 129.
- Hadjadj, Puesto que todo está en vías de destrucción, 109.112.
- Dreher, La opción benedictina, 108-109; cf. Hadjadj, Puesto que todo está en vías de destrucción, 29.
- Esta relación de la crisis actual con la falta de fe puede verse también en Sarah, Se hace tarde y anochece, 24.25.42.59.275; Hadjadj, Puesto que todo está en vías de destrucción, 60.
- Lewis, La abolición del hombre, 65.
- Citado en Sarah, Se hace tarde y anochece, 195.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 213. «Esta relación con Dios no representa una especie de verdad sobreañadida, superpuesta a un humanismo que podría constituirse al margen de ella, sino que es constitutiva del hombre como tal. En consecuencia, un hombre que la desconoce, un hombre sin adoración es un hombre mutilado. Cuando protestamos hoy contra todo humanismo ateo, trátese de humanismo marxista o liberal, no es simplemente a Dios a quien defendemos, sino al hombre mismo. Un hombre sin Dios ya no es plenamente humano. Causa extrañeza el que los cristianos no tengan más conciencia de lo que entra en juego en lo que defienden» (Jean Danielou, Escándalo de la Verdad, Madrid 1965 (Guadarrama, 2ª ed), 208).
- Dreher, La opción benedictina, 48-71 (resumido en 72-73). Es enormemente aleccionador el recorrido histórico que hace Guardini, El ocaso de la edad moderna, analizando las características de la edad media (21-47), moderna (51-75) y de la nueva edad que él ve surgir ya en el año 50 (77-100). También Belloc, La crisis de nuestra civilización, hace un análisis histórico en cinco pasos: la fundación del cristianismo, la edad media y su crisis, la reforma protestante, la lucha de clases, las soluciones posibles (que se limitan a la restauración del orden social con inspiración católica).
- Guardini, El ocaso de la edad moderna, 114.
- Sobre el papel de este escepticismo véase De Lubac, El drama del humanismo ateo, 61; Lewis, La abolición del hombre, 19.20.23-24.45; Hadjadj, Puesto que todo está en vías de destrucción, 96. Danielou, Escándalo de la Verdad, 20-26, analiza las causas de la crisis de la verdad en nuestro tiempo.
- Sobre el dogma del progreso propio de la modernidad puede verse Hans Ur von Balthasar, A los creyentes desconcertados, Madrid 1983 (Narcea), 11-12; sobre su fracaso, Guardini, El ocaso de la edad moderna, 115.
- Guitton, Silencio sobre lo esencial, 86-87.
- Hadjadj, Puesto que todo está en vías de destrucción, 80-81.
- Citado en De Lubac, El drama del humanismo ateo, 278.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 35.
- De Lubac, El drama del humanismo ateo, 20.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 356.
- Juan Pablo II, Tertio milenio adveniente, 36.
- G. K. Chesterton, Lo que está mal en el mundo, I, 5, «El templo inacabado». Cf. Maritain en De Lubac, El drama del humanismo ateo, 63-64, 68, n. 164.
- Sarah, Se hace tarde y anochece, 275; cf. también 271.274.
- Hadjadj, Puesto que todo está en vías de destrucción, 110.
- Guardini, El ocaso de la edad moderna, 84.