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1. Nuestro objetivo

Antes de comenzar el presente trabajo, debemos dejar claro la necesidad de mantenernos en un esfuerzo constante por salvaguardar el objetivo que pretendemos, y que debe estar claramente definido: buscar formas concretas y prácticas de responder a la situación de crisis en la que se encuentra la sociedad y la Iglesia en la actualidad. Por lo tanto, no se trata de adquirir una formación «teórica» sobre la situación de la civilización occidental, ni un conocimiento pormenorizado de la opción benedictina, ni de detallar los problemas que padece nuestra Iglesia. Algo de eso puede ser necesario, pero no como objetivo, sino como medio para encontrar la respuesta que debemos dar y para ayudarnos a darla. Este objetivo tiene que marcar la impronta no sólo de la distribución de los temas, sino también de la reflexión y la oración a los que deben llevarnos.

Asumimos el reto de encontrar una respuesta «práctica» que sea concreta, evangélica y proporcionada a la situación que vivimos y qua -a nadie debe ocultársele- constituye el fin de una civilización y una crisis profunda de la Iglesia. Esta respuesta, si es verdadera, nos llevará a un importante cambio de vida. Y, por el contrario, no darla, o darla inconscientemente, no evitará que nuestra vida cambie profundamente, pero sin tener la luz necesaria para buscar la voluntad de Dios en este momento histórico.

Lógicamente nuestra reflexión, que no elude el análisis social, político, religioso y eclesial, está guiada por la fe y por la Palabra de Dios, y debe enmarcarse en nuestra pertenencia a la Iglesia católica y en nuestra vocación de contemplativos en el mundo. En gran medida, el reto que asumimos, en vez de alejarnos de uno de los dos polos de nuestra vocación -a la vez, contemplativa y secular- nos va a exigir la fidelidad a esa misma vocación de forma más consciente y concreta para dar la respuesta que necesita la crisis del mundo actual.

Lo que pretendemos, por tanto, con estas reflexiones es descubrir y ofrecer pistas verdaderas para encontrar y dar dicha respuesta; algo que, en principio, debe ser personal, aunque también haya que buscar respuestas institucionales. Pero aquí el orden de los factores es esencial: resulta muy peligroso fiar la respuesta personal de la de la institución, porque eso supone que uno espera que otros respondan para ampararse o acogerse a la acción de los demás para actuar. Aunque es verdad que la acción de un grupo puede mover a actuar a alguien, esa acción del grupo no existe sin la acción individual de aquellos que lo componen. Y después, cuando todos, muchos o algunos, se pongan en marcha, podernos ayudar a dar a esa respuesta y aunar respuestas personales. Estamos inmersos en una batalla enorme, la que se da entre Dios y el demonio de múltiples formas (recordemos el retiro «El cristiano ante la agonía del mundo»), y cada uno debe encontrar el papel que debe jugar en esta batalla, según los planes de Dios.

Pero, quizá, detrás de este objetivo se encuentre una cuestión más básica y más concreta aún. Rastreando la bibliografía, se puede comprobar que, desde antes de que acabara la segunda guerra mundial se ha venido anunciando con lucidez y claridad el problema al que se enfrentaba nuestra civilización y nuestra Iglesia (p. ej. Lewis y Guardini), y no han faltado análisis y propuestas para afrontar este reto hasta nuestros días, coincidentes en su gran mayoría en su orientación. Nosotros ¡setenta años después!, seguimos haciendo los mismos análisis y ofreciendo respuestas en una línea similar, que no está necesariamente desencaminada.

La pregunta que surge, si somos sinceros, es: ¿Qué es lo que provoca que, conociendo el problema y las posibles soluciones, sigamos sin ofrecer una respuesta concreta, clara y firme a lo que el mundo necesita y Dios nos encomienda? ¿Qué explica que, conociendo en líneas generales lo que debemos hacer, sigamos sin hacer gran cosa?

Por eso, quizá la cuestión esencial que hay que plantear es la razón por la cual, conociendo el problema y la respuesta, no la demos de hecho. Conocemos la situación, la analizamos, la criticamos; pero el verdadero problema está en nosotros, en el mecanismo que nos impide pasar de lo que sabemos a dar la respuesta adecuada. Por lo tanto, quizá lo más importante para dar esa respuesta adecuada sea reconocer y desmontar el mecanismo -la tentación- que vicia la vida cristiana e impide afrontar con realismo los retos de nuestro tiempo. Para ello, nuestra tarea no puede conformarse con el análisis de nuestro entorno y la recopilación y selección de soluciones propuestas. Debemos mirarnos a nosotros mismos, con la ayuda de Dios, para descubrir una tentación y generar una conversión. Hemos de desmontar los filtros que consiguen que la luz y la gracia que Dios nos envía para ser sus testigos en nuestro mundo concreto queden estériles e inactivos.

No hay que excluir por principio que los problemas que afectan a nuestra sociedad no estén afectando a nuestra Iglesia y a nosotros mismos, de modo que la percepción del problema esté distorsionada y nuestra capacidad de respuesta paralizada. Por lo tanto, el análisis de la situación social y eclesial tiene siempre que añadir la tarea, desagradable pero necesaria, de mirarnos en el espejo de esa misma situación para descubrir que compartimos los errores de nuestro mundo y de nuestra Iglesia, y así podamos encontrar el modo de salir de ellos.

Dicho de otro modo. Existe un cierto consenso en la necesidad de responder con una vida cristiana más auténtica, marcada por la oración y el silencio, que nos mueva a la santidad, pero no vemos que surjan los modelos de santidad que respondan a la necesidad de un mundo y una Iglesia que se desmoronan. Nuestra tarea podría plantearse, pues, como la búsqueda de la forma concreta de santidad que responde a la necesidad actual del mundo y de la Iglesia. Los santos, a través de los siglos, han ofrecido la respuesta de la santidad necesaria en su contexto concreto; no cualquier santidad, sino de la necesaria para dar una respuesta a la situación de la Iglesia y el mundo en su tiempo. Pero en la avalancha de santos del último siglo no es fácil encontrar modelos de santidad que den una respuesta adecuada a nuestra época.

2. Riesgos y dificultades

Con lo que acabamos de decir, ya podemos intuir que hay que evitar una serie de riesgos que pueden inutilizar nuestra tarea, a la vez que asumimos las dificultades que se nos plantean.

Quizá el primer riesgo que debemos evitar, y no nos resulta fácil, es contemplar el mal. El alcance del mal, de la mentira y del pecado en nuestro mundo y en nuestra Iglesia es de tal amplitud que puede fascinarnos en cierta medida, de modo que nos dediquemos a contemplarlo, contabilizarlo y analizarlo. Esta tentación nos ofrece la impresión de creer que estamos evitando los efectos del mal o dando una respuesta al mismo por el mero hecho de considerarlo, hablar de él o discutir sobre sus efectos.

Este error tiene que ver con otros dos errores que se relacionan con él: el gusto por la teorización que no nos compromete, y la evasión de nuestra responsabilidad y de nuestra respuesta aguzando el juicio negativo sobre nuestra sociedad y nuestra Iglesia. Sin embargo, hemos de ser muy conscientes de que armarnos de datos y de razones, o afilar la crítica no nos ayuda a responder, sino a justificarnos. Recordemos lo que meditábamos en el citado retiro sobre esta cuestión:

Sin embargo, con ser grave esta distorsión del Evangelio y de la misión de la Iglesia, este mal cada vez tiene más fuerza entre nosotros gracias a la pasividad de la mayoría de los cristianos que no ven el problema, no lo quieren ver o lo ven y no hacen nada; o, lo que es peor, justifican su pasividad, cubriéndola de un aparente celo ardoroso en la crítica de la situación. Así, mientras nos dedicamos a criticar la situación general o los casos concretos en que se manifiesta, nos sentimos justificados porque el hecho de criticarlo supone que tenemos una mirada y una actitud más evangélica, cuando, en realidad, no hemos hecho nada, o incluso estamos haciendo algo perverso (Retiro «El cristiano ante la agonía del mundo»).

El siguiente texto del padre Molinié nos orienta para eludir estos riesgos a lo largo de nuestro estudio y, después, también en nuestra vida:

Temo mucho que, de hecho, aquellos que se llaman integristas caen en gran número en esta nueva trampa puesta bajo sus pies para desviarlos del Único Necesario. Muy lúcidos en relación a todos los errores que amenazan la pureza de la fe cristiana, perciben claramente que el espíritu de estos errores viene del demonio y que su fruto es la ruina de muchas almas. Hasta ahí tienen toda la razón y estoy de acuerdo con ellos. Pero muchos de ellos cometen entonces un doble error de orden práctico:

-Se dejan fascinar por el horror de toda esta decadencia, y confunden en la práctica la lucidez con la contemplación. Hay que ser lúcido en relación con el mal, el pecado, el error, el demonio: pero nunca hay que contemplarlos, hay que contemplar exclusivamente el amor de Dios… y este esfuerzo forma parte del combate espiritual del que he hablado, que es el de Job; pues no es fácil contemplar a Dios cuando las tinieblas nos cercan. Sin embargo, es lo que tenemos que intentar; nunca es lícito contemplar las tinieblas, aunque nos opriman.

-Se dejan llevar a mirar a los hombres bajo esta luz tenebrosa que les horroriza; especialmente a los que propagan los errores que denuncian. Son arrastrados así a formular múltiples juicios temerarios en materia grave (Molinié)1.

Relacionado con el riesgo de contemplar el mal y con la necesidad de contemplar a Cristo y la respuesta que él dio y sigue dando al mal del mundo, está el riesgo de buscar soluciones fáciles, de pensar que podemos encontrar una receta genial, fácil y cómoda, que de forma casi mágica solucione todos los problemas y, de paso, nos permita quedarnos tranquilos. Nosotros no buscamos soluciones, ni siquiera respuestas que nos permitan dejar de pensar y luchar. Lo que buscamos es conocer el modo de poner en el mundo la respuesta de Cristo o, mejor dicho, la respuesta que es Cristo. Y para ello, de nuevo, viene en nuestra ayuda la voz profética del padre Molinié, que nos ayuda a no perdernos en la búsqueda teórica de soluciones fáciles:

Uno se pregunta qué hacer ante el mundo moderno, uno se hace muchas preguntas. Me dan ganas de responder: no existe solución, existe el Salvador. No hay más que hacer que seguir al Salvador, hacer hoy lo que nos pide hoy, hacer mañana lo que nos pida mañana. Y yo os puedo decir en seguida lo que Él hará en primer lugar: salvaros (Molinié)2.

Un error que hay que evitar con lucidez es el del pesimismo. Es verdad que hay un optimismo inconsciente que forma parte de la situación que afrontamos y tendremos que hablar de él. Pero no creo que ésa sea nuestra tentación, ni que pudiéramos mantenerla -si la tuviéramos- a la luz de los datos que vamos a afrontar. Nuestra tentación real, que de nuevo es un instrumento para la justificación, es el pesimismo que nos lleva a afrontar la situación y la posible respuesta con moral de derrota. Pensamos que nada se puede hacer, que el enemigo es demasiado poderoso y los problemas nos superan y nos desbordan. Se trata de una lucidez incompleta y peligrosa3. Porque olvida el dato fundamental de la fe: la acción de Dios en el mundo, la victoria de Cristo sobre el mal, la verdad incontestable de que «donde abundó el pecado sobreabundó la gracia» (Rm 5,20). Sin olvidar que la Providencia de Dios permite el mal porque de él puede sacar un bien, a veces inesperado, pero sin duda superior: «A los que aman a Dios todo les sirve para el bien» (Rm 8,28). Nosotros, con más razón que nadie, no tenemos derecho a afrontar nuestro mundo con la mentalidad de los racionalistas de todo tipo que, aunque no excluyen la existencia de Dios, intentan explicar el mundo «como si Dios no existiese». Nosotros no podemos analizar la situación y buscar la repuesta personal que debemos dar como si no existiese Dios, la Providencia y la gracia.

La forma concreta de responder a este reto con un espíritu de fe es descubrir la oportunidad magnífica que contiene la situación en que vivimos con tal de que sepamos descubrirla y abrazarla. Saber que existe esa oportunidad y que Dios quiere mostrarla y ayudarnos a realizarla nos aleja del pesimismo estéril y de la fácil justificación. Aunque tendremos que volver sobre esta cuestión (lo ampliaremos en el tema 7), recordemos simplemente lo que el joven teólogo Ratzinger decía en 1969, y que recoge nuestro retiro:

Pero tras la prueba de estas divisiones surgirá, de una Iglesia interiorizada y simplificada, una gran fuerza, porque los seres humanos serán indeciblemente solitarios en un mundo plenamente planificado. Experimentarán, cuando Dios haya desaparecido totalmente para ellos, su absoluta y horrible pobreza. Y entonces descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo totalmente nuevo. Como una esperanza importante para ellos, como una respuesta que siempre han buscado a tientas. A mí me parece seguro que a la Iglesia le aguardan tiempos muy difíciles. Su verdadera crisis apenas ha comenzado todavía. Hay que contar con fuertes sacudidas. Pero yo estoy también totalmente seguro de lo que permanecerá al final: no la Iglesia del culto político, que fracasó ya en Gobel, sino la Iglesia de la fe. Ciertamente ya no será nunca más la fuerza dominante en la sociedad en la medida en que lo era hasta hace poco tiempo. Pero florecerá de nuevo y se hará visible a los seres humanos como la patria que les da vida y esperanza más allá de la muerte (Ratzinger)4.


NOTAS

  1. Molinié, Cartas a sus amigos, 8 (M.-D. Molinié, Lettres du Père Molinié à ses amis. La douceur de n’être rien, Paris 2004 (Téqui), 1, 162).
  2. M.-D. Molinié, El coraje de tener miedo. Variaciones sobre espiritualidad, Madrid 1979 (Paulinas, 4ª ed.), 35.
  3. Cf. Romano Guardini, El ocaso de la edad moderna. Un intento de orientación, Madrid 1963 (Guadarrama, 2ª ed.), 122-123.
  4. Conferencia radiofónica emitida en las Navidades de 1969 por la Hessische Rundfunk, recogida en Joseph Ratzinger (Benedicto XVI), Fe y futuro, Bilbao 2007 (Desclée de Brouwer), cap. V: «¿Bajo qué aspecto se presentará la Iglesia en el año 2000?».