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Contenido
Introducción
Las normas para actuar en la consolación nos las ofrece san Ignacio en las reglas décima y la primera parte de la undécima de la primera semana1.
Lo que hay que hacer en la consolación se dice en pocas palabras: aceptarla cuando llega, sin dedicarnos a otra cosa, ni preocuparnos de nada más, aunque realmente no se puede hacer mucho más que acogerla. Cuando pasa el momento fuerte de la gracia y se puede reflexionar, mientras permanece el fuego interior, es cuando hay que tener en cuenta las reglas que siguen de cara a la desolación que puede sobrevenir2. Esta luz para cuando llegue la desolación es una nueva gracia, distinta de la consolación, que nos será muy útil para el futuro. Se trata, no sólo de disfrutar de la gracia, sino de aprovecharla para lo que pueda venir.
Realmente lo que ofrecemos aquí son reglas para ayudar en la desolación antes de que llegue, porque la desolación es el verdadero problema en esta primera etapa. Podemos empezar a resistir a la desolación antes de que se produzca. Si somos capaces de acoger adecuadamente la consolación estaremos preparados para cuando llegue la desolación.
En la consolación tenemos que adoptar dos formas de pensar, que no son espontáneas, que nos ayudarán a actuar en la desolación. Aunque son formas de pensar, suponen una atención y un esfuerzo porque no se nos ocurre pensar en la desolación cuando estamos envueltos en la consolación.
No es un pensamiento que sale de la consolación, sino uno que se le pide al ejercitante que ponga con su propia voluntad y entendimiento. Este pensar no es, o puede no ser simple inteligencia, sino también ejercicio de memoria, imaginación, etc.3.
De nuevo, el discernimiento supone la atención y la actuación firme en la vida espiritual, que se opone a una espontaneidad que nos deja al arbitrio de la alternancia de las mociones y nos hace más vulnerables.
1. Saber que la consolación no durará siempre y debemos prepararnos para la desolación
10ª. regla. La décima: el que está en consolación piense cómo deberá actuar en la desolación que vendrá después y tome nuevas fuerzas para entonces (EE 323).
Esta regla supone la ley de la alternancia en la vida espiritual: la consolación y la desolación se suceden. Del mismo modo que en la desolación debemos saber que no durará siempre, aunque parezca que no va terminar nunca4, también debemos saber que la consolación, por fuerte y luminosa que sea, también pasará. Eso quiere decir que antes de cada desolación hay un momento de consolación que hay que aprovechar5. De este modo aprendemos a mantener cierto equilibrio espiritual en la alternancia que necesariamente va a acontecer.
Hay que saber que la desolación que vendrá será contraria a la consolación actual y las luces y fuerzas de la consolación serán contrarias -y por tanto muy útiles- a las mociones de la desolación.
En gran medida, la reacción adecuada a la desolación de la que hemos ido hablando antes: resistir con paciencia y esperanza, depende de cómo hayamos aprovechado la consolación precedente.
- -Si en la consolación nos preparamos: reaccionaremos enseguida ante la desolación, resistiremos con decisión y contrarrestaremos fácilmente sus efectos. La desolación será más breve y menos perjudicial; podremos aprovechar la prueba.
- -Si no nos preparamos en la consolación: estaremos más expuestos a la desolación, será más difícil resistirla y podrá causar graves daños de confusión, amargura o abandono.
Se trata de pensar (no en el momento mismo de la consolación) qué es lo que vamos a hacer en la desolación en cuanto a la oración, la frecuencia de los sacramentos, los medios espirituales, el apostolado, la ascesis… cuando aparezca la desolación.
Se trata también de hacer acopio de las fuerzas que vamos a necesitar si queremos aplicar en la desolación las reglas que hemos aprendido. En definitiva, el objetivo de esta regla es aprovechar la consolación para tomar nuevas fuerzas para poder resistir la desolación. Podemos detallar de forma más exhaustiva cómo hacer acopio de nuevas fuerzas, y la tarea que podemos realizar con más facilidad en la consolación y estar preparados para realizarla en la desolación6:
- -Orar pidiendo fuerzas para cuando aparezca la desolación espiritual.
- -Meditar las verdades que nos sostendrán en la futura desolación.
- -Considerar el valor de la desolación.
- -Aprovechar la consolación para descubrir cómo nos hizo crecer las anteriores desolaciones.
- -Resolución de no hacer cambios cuando llegue la desolación.
-Revisar las reglas de la reacción ante la desolación para aplicarlas en su momento.
- -Planificar la reacción a las situaciones concretas que sabemos que pueden surgir en nuestro caso personal cuando aparece la desolación y que conocemos por experiencia.
2. Saber que la consolación es un don inmerecido
11ª. regla. La undécima: el que está consolado procure humillarse y abajarse cuanto pueda, pensando para qué poco vale en el tiempo de la desolación, sin esa gracia o consolación (EE 324,1).
Ya vimos anteriormente que una de las causas de la desolación es la falta de humildad que se apropia o quiere controlar la gracia de la consolación. Por eso el que recibe la consolación, debe acoger la seguridad y la alegría que conlleva, pero sabiendo que es una gracia que no merece. Si falta esa humildad, que no es otra cosa que reconocer la verdad de la consolación como gracia inmerecida, podemos caer en la precipitación y el fracaso.
Para ayudarnos a mantener la humildad después de recibir la consolación es necesario usar la memoria y recordar lo poco que podemos en la desolación7. También es útil dar gracias como forma de reconocer que la consolación que disfrutamos no es mérito nuestro, ni fruto de nuestro esfuerzo. Recibimos la gracia, pero conscientes de nuestra debilidad.
Como en las demás reglas, tampoco estos pensamientos surgen de forma espontánea en el que está en consolación. Es el discernimiento, la experiencia y la previsión, lo que nos ayuda a reaccionar adecuadamente en cada momento y aprovechar las distintas mociones.
Si unimos esta preparación y humildad en la consolación, con la confianza en la gracia y la lucha en la desolación, el resultado será un mayor equilibrio en la alternancia espiritual8. Como son mociones contrarias, de alguna manera necesitamos reaccionar de forma contraria en cada una de ellas, para mantener un equilibrio: buscando la humildad en la consolación y en la desolación la confianza de que podemos resistir con la ayuda de la gracia. De este modo progresaremos en todas las situaciones de la alternancia espiritual, si mantenemos la consciencia y la reflexión propias del discernimiento de espíritus que debe ser constante.
No todo es malo en la desolación, ni todo es bueno en la consolación. Se complementan9.
NOTAS
- Se trata de la consolación de la primera semana, la que claramente procede del buen espíritu, en la que no se introduce el engaño del enemigo: «Se da por supuesto en esta primera serie de reglas que la consolación es del buen espíritu… Muy distinta, pues, será la cosa en la segunda época espiritual, cuando el mal espíritu comience, él también a dar consolación» (Gil, Discernimiento según San Ignacio, 213).
- Seguramente habría que añadir aquí, en ese momento de luz tras la gracia fuerte de la consolación, el discernimiento sobre la gracia recibida: qué significa y a dónde nos mueve.
- Gil, Discernimiento según San Ignacio, 25.
- Cf. octava regla de la primera semana (EE 321): mantener la paciencia y la esperanza, sabiendo que será pronto consolado si lucha.
- Al que aludía la quinta regla de la primera semana (EE 318): no hacer cambio y mantenerse en los propósitos de la anterior consolación.
- Cf. Toner, Discernment in the Spiritual Exercises, 195-196, que extrae estos consejos de lo que aparece en las mismas normas ignacianas anteriores, y la explicación de Gallagher, Discernimiento de espíritus, 281-287.
- Esta regla piensa en la desolación pasada, mientras que la anterior se fijaba en la desolación futura. De ambas formas se aprovecha la consolación en la que se está.
- «Tanto en la una (la consolación) como en la otra debemos tratar de no dejarnos llevar por nuestros sentimientos. La razón puede proporcionarnos un sano y sereno equilibrio en medio del excesivo bamboleo emocional» (Green, La cizaña entre el trigo, 138, n. 3). Téngase en cuenta que estas emociones son mociones de ambos espíritus y que la razón incluye la luz de la fe y la memoria de la experiencia del encuentro con Cristo.
- Arzubialde, Ejercicios Espirituales, 650. En la n. 44 cita a J. Clemence que dice que «Ignacio acaba por insistir en las ventajas que ofrece la desolación y por mostrarse reservado con relación a la consolación».