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1) Esencia de la dirección espiritual

Después de aclarar los campos que quedan fuera de la dirección espiritual podemos definirla como el ministerio con el que el Espíritu Santo ayuda, a través de la Iglesia, al fiel que pretende alcanzar la santidad en respuesta al plan personal y único para el que Dios le ha creado.

Por tanto, se trata de un bien que posee la Iglesia y pone al servicio de quien lo necesita; y que, por consiguiente, no puede realizarse como fruto de ideas o experiencias espirituales ajenas a la Iglesia1.

Para el dirigido, la dirección espiritual es la gracia peculiar que recibe a través de la Iglesia para poder ser santo. Para el director, es la gracia ministerial para realizar en la Iglesia la función de ayudar a otro cristiano a alcanzar la santidad.

Al referirnos a un plan de Dios para cada persona, estamos diciendo que la base sobre la que se «trabaja» en la dirección espiritual no es algo que podamos conocer con nuestros medios, sino desde la fe y a través de la oración.

Igualmente, como ese plan es un proyecto único y personal que Dios tiene sobre una persona, no sirven los esquemas generales ni las plantillas espirituales2. Evidentemente existen unas orientaciones básicas que se pueden aplicar a todo cristiano, que se desprenden de la voluntad significada de Dios, que podemos conocer a través de la revelación y el magisterio de la Iglesia y es común para todos. Pero la santidad viene configurada en función de la voluntad de beneplácito de Dios sobre cada persona en concreto; porque no existe una manera general de ser santo, puesto que la santidad real responde a una vocación única que tiene Dios para cada persona3. Por eso cada uno tiene que descubrir la forma concreta de ser santo según el proyecto único que Dios tiene para él, reconocerlo y llevarlo a la práctica. Entre el discernimiento personal y su puesta en práctica se sitúa la tarea del director espiritual que matiza y modera este trabajo.

Por esta razón, cuando un cristiano acepta el llamamiento que Dios le hace para que sea santo y renuncia a conformarse con los mínimos de la vida cristiana4, en ese momento debe comenzar a caminar por un sendero angosto5 por el que nadie ha pasado previamente.

Este carácter de originalidad que tiene la santidad es uno de los frutos del Espíritu Santo, «que sopla como quiere y donde quiere» (Jn 3,8), y que obliga a realizar un discernimiento profundo y afinado de las mociones de dicho Espíritu en el alma para encontrar las pistas necesarias que permitan al caminante orientarse en un camino nuevo y desconocido.

Y en este trabajo de profundización espiritual y discernimiento es donde quien aspira a la santidad necesita un espejo en el que reconocer su imagen; no la que él percibe interiormente, sino la verdadera, la que corresponde a la identidad con la que Dios le soñó desde toda la eternidad y para cuya consecución lo creó y lo redimió. Y este espejo es, precisamente, el director espiritual.

A partir de aquí podemos afirmar que la tarea del director espiritual, como espejo sobrenatural, consiste en ayudar al dirigido para que descubra y entienda la acción de la gracia en él, que constituye el punto de partida y el motor del progreso espiritual. Sin esa acción de Dios en el alma la dirección es imposible, innecesaria e inútil:

El director debe tener en cuenta esencialmente el dinamismo sobrenatural del alma, latente o en acto, para reparar los elementos negativos, detectar y desarrollar los elementos positivos, dar un vivo impulso espiritual. El dinamismo del alma depende de la intensidad de la vida de la gracia. Ésta no es perceptible; sin embargo un elemento psicológico permite constatarla: el deseo de la perfección. La existencia de este deseo es el resorte de todo el trabajo hacia la santidad. Por lo tanto, este deseo es capital para el progreso espiritual […]. La existencia de ese deseo no depende de una deliberación explícita: «quiero santificarme». Basta que el alma tenga realmente el deseo de progresar, aunque este deseo no llegue explícitamente a la santidad […] Este deseo de la perfección se concreta en voluntad de renuncia, aplicación a la virtud y vida de oración (Dictionnaire de Spiritualité, III, 1191-1192).

La dirección espiritual, por tanto, es el don, el carisma, el ministerio de guiar a una persona a través de su trayectoria en su pascua en el Señor… es la colaboración querida por Dios de una persona en el proceso de espiritualización, interiorización y santificación de otra. En la dirección espiritual el Señor concede a una persona la gracia de ayudar a otros a cooperar voluntariamente a la acción transformante de Dios en ellos (Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 14.24).

A partir de aquí debemos de insistir de nuevo en que la dirección espiritual es el instrumento propio del que aspira a la santidad. En la medida en que uno quiere ser santo necesita la dirección espiritual; a diferencia de otros instrumentos que son comunes a todo cristiano, como la oración, la confesión, la eucaristía, etc. Fuera de esta aspiración a la santidad, habrá que entender que el sujeto tiene necesidad de un confesor, un confidente, un consejero, etc.; pero no puede haber verdadera dirección espiritual para el que no busca realmente ser santo6. Por eso podemos afirmar que la dirección espiritual no es necesaria para todos, al igual no todos pueden ser directores espirituales.

Hay que reconocer que la ausencia generalizada de una aspiración sincera a la santidad hace que la verdadera dirección espiritual sea muy escasa en la Iglesia. Lo normal, contando con dicha aspiración, sería que los directores espirituales tuvieran que ir moderando prudentemente los generosos propósitos de entrega de los dirigidos que buscan la santidad; y de ese modo la dirección no resultaría complicada. Pero el hecho de que los directores tengan que ir tirando constantemente de los dirigidos y llevándolo a rastras por el camino de la perfección hace sospechar que existe una falta generalizada de auténtico anhelo de santidad y de verdadera dirección espiritual entre los cristianos.

2) Necesidad de la dirección espiritual

Podríamos preguntarnos por qué el que quiere la santidad necesita de la dirección espiritual y no le bastan los medios ordinarios que ofrece la Iglesia a todos, como la Palabra de Dios, los sacramentos, la predicación y el magisterio de la Iglesia… ¿No podría ser suficiente el empleo de estos medios para llegar a la santidad? A esta cuestión hemos de responder rotundamente que en la mayoría de los casos, por no decir todos, no es suficiente. La razón estriba en el hecho de que la «voluntad de beneplácito» de Dios sobre una persona, que es la que define la santidad de la misma, no es accesible por los cauces comunes a todos, como sucede en el caso de la «voluntad significada» de Dios7.

Además, no hemos de olvidar que el camino que lleva a la santidad es escarpado y está sembrado de dificultades y tentaciones que el caminante no puede descubrir ni vencer por sí mismo, porque le falta la perspectiva necesaria y la libertad que le permiten orientarse con claridad para alcanzar la meta. Por eso necesita «un cuidadoso y múltiple cultivo, exigido, ante todo, por la elevación misma de la sabiduría evangélica contraria a la carne; por la múltiple ceguera que sufre el aprendiz en este campo tanto respecto de sí mismo como respecto del camino de la vida espiritual, por la imperfección de sus virtudes morales y por las corruptelas que el amor propio suele mezclar con las mociones del Espíritu, y que el espíritu humano tiende fácilmente a la idolatría de sus ideas e imágenes subjetivas. El hombre se debe liberar poco a poco de toda adhesión y servidumbre a los apetitos naturales desordenados, aun disfrazados de aspecto espiritual. Añádanse las tentaciones e ilusiones que provienen del demonio»8.

Aunque Dios actúa en nuestro interior, uno mismo no tiene la perspectiva suficiente para ver con claridad el sentido de la acción del Espíritu y necesita ayuda para ello; no tanto para que le «interpreten» las mociones interiores, sino para que hagan de espejo evangélico de éstas y del discernimiento interior del interesado. Esto es especialmente necesario si la gracia que se recibe interiormente encuentra en el exterior una serie de obstáculos y tentaciones que hacen difícil el responder a ella.

Cuanto más arduo o inexplorado es el camino en el que entramos, más se impone la necesidad de un guía experimentado, docto, suave (Dictionnaire de Spiritualité, III, 1177).

El proceso normal que rige la relación entre la acción de Dios, el trabajo de discernimiento del individuo y la ayuda del director espiritual es lo siguiente:

  • -En principio, uno percibe claramente que Dios actúa en su alma; nota su acción y los frutos de ésta. Se siente movido a responder a la gracia, lo que condiciona seriamente su vida.
  • -Aunque la percepción de la gracia sea clara, no lo es tanto la interpretación de la misma; y ahí es donde surge la primera dificultad, que podría formularse así: «Dios está actuando en mí, pero ¿qué es lo propio de Dios y qué es proyección o interpretación mía?»
  • -El interesado en cumplir la voluntad de Dios siente un claro anhelo de secundar la gracia que percibe en su interior como proveniente de Dios. Sin embargo carece de seguridad en la interpretación adecuada de dicha gracia, con lo que no puede encontrar fácilmente la respuesta práctica que le permita traducir dicha gracia a su vida concreta. Por ello tiene recurrir a la oración y a sus frutos para interpretar esa gracia y responder a ella tomando las decisiones adecuadas para orientar su vida.
  • -A partir de este trabajo espiritual que la persona ha realizado y antes de poner en práctica las decisiones que ha visto que Dios le pide, necesita una confirmación que le dé garantías sobrenaturales de la verdad evangélica que el discernimiento le ha hecho ver y en el que se va a jugar la vida. Y ésta es la tarea que se lleva a cabo en la dirección espiritual.

En definitiva hemos de convenir que mientras la percepción de la acción en el alma sólo la puede reconocer el propio individuo desde den­tro, la seguridad en la interpretación de dicha acción necesita de alguien experimentado que, desde fuera, le proponga -como un espejo- las pistas que susciten en su interior las resonancias íntimas que le dan la garantía de una interpretación cierta y segura de la voluntad de Dios para él.

Nadie puede dudar de que el Espíritu Santo obra secretamente en las almas justas y las excita con exhortaciones e impulsos; si no fuese así, toda ayuda, todo adiestramiento externo sería inútil… Sin embargo -y lo sabemos también por experiencia-, estas exhortaciones, estos impulsos del Espíritu Santo, casi nunca se perciben sin la ayuda y la guía del magisterio externo (León XIII)9.

En ese terreno íntimo en el que la ilusión es posible necesito confrontarme con alguien en el que reconozco la experiencia de lo que quiero hablarle. Tengo necesidad de él para desarrollar en mí ese «olfato interior» del que habla san Pablo y que «permite discernir lo mejor» (Laplace, La liberté dans l’ Esprit, 10)10.

Así pues, todo está en función del anhelo de santidad; pero este anhelo es algo interior, no perceptible directamente desde fuera. Sin embargo la necesidad y la búsqueda de una genuina dirección espiritual es un signo de la autenticidad del deseo de santidad, de forma que en la medida que se aspira a la santidad con más fuerza se busca también con el mismo interés el contraste exterior que supone la dirección espiritual, y ésta tiene mayor calidad. De manera que la dirección espiritual, como elemento exterior de la vida evangélica menos manipulable que los elementos meramente internos, se convierte en un instrumento externo y eclesial que sirve para discernir la autenticidad de la oración, el discernimiento, las decisiones y la ejecución de las mismas en quien afirma aspirar a la santidad.

Esta ayuda es imprescindible, evidentemente, en los primeros pasos de la vida espiritual, donde las gracias y las tentaciones, sacuden con fuerza el alma; pero sigue siendo necesaria en las diferentes etapas en las que se desarrolla la vida espiritual:

Para los incipientes será necesaria para que se formen una idea clara, convencida de la santidad y adapten a ella, distinguiendo lo esencial de lo accesorio, su acción generosa. Para los proficientes y perfectos será necesaria para que eviten las ilusiones y la inconstancia, conserven la humildad, distingan el influjo del demonio del influjo del Espíritu Santo (Pasquetto, Dirección espiritual, 621).

Ciertamente la dirección espiritual varía según el avanza el tiempo y el proceso interior: en un principio se precisa de una frecuencia mayor y según se progresa se necesita un discernimiento más afinado.

Incluso tendremos que convenir en que la dirección espiritual es necesaria para el que tiene un deseo verdadero de ser santo y, sin embargo, no experimenta unas especiales mociones que le indiquen el camino o que le impulsen afectivamente a seguirlo. En este caso, la tarea del director consistirá en orientarle para que busque adecuadamente la voz de Dios en su interior y aprenda a reconocer su gracia para poder secundarla11 .

Algunos defienden que no necesitan la dirección espiritual para alcanzar la santidad, apoyándose en santos que, como santa Teresa del Niño Jesús, afirman tener por director espiritual al Espíritu Santo12 . Ciertamente existen casos como éste, pero no porque sus protagonistas no creyeran tener necesidad de director espiritual, sino porque les resultó imposible encontrarlo, lo que les obligó a recurrir a una gracia singular por la que el Espíritu Santo tuvo que actuar directamente, ya que no contaba con intermediarios adecuados. ¡Qué no hubiera dado la joven carmelita de Lisieux por contar con un buen director espiritual, y cuánto lo habría aprovechado!

Por esta razón, los que defienden que no necesitan un director espiritual humano, deberían plantearse con sinceridad si ansían el mismo nivel de búsqueda de la santidad y de entrega a Dios que tenían estos santos en los que se apoyan, si en su trabajo espiritual no encuentran ninguna dificultad o duda que necesite de orientación, si crecen espiritualmente en el camino de la santidad, si se acercan a la presencia de Dios y a la purificación de los pensamientos que poseían los que ponían su vida en juego para recabar la ayuda de los padres del desierto en la Iglesia primitiva… Si es así y avanzan en paz, viendo con claridad lo que Dios quiere de ellos en cada situación concreta y reconociendo fácilmente lo que hacen fuera de la voluntad de Dios de manera lúcida y serena, todo ello manifiesta que realmente no tienen necesidad de director espiritual. Pero si no es así, los hechos manifiestan que necesitan la ayuda de un director espiritual
13 .


NOTAS

  1. Cf. Laplace, La dirección de conciencia, 62.
  2. «Dirigir un alma es guiarla por los caminos de Dios; es enseñarle a escuchar la inspiración divina y a responder a ella; es sugerirle la práctica de las virtudes según su situación real; es, no sólo conservarla en la pureza y la inocencia, sino hacerla avanzar en la perfección; en una palabra: es contribuir con todas sus fuerzas a elevarla al grado de santidad al que Dios la destina» J.-N. Grou, Manuel des âmes intérieures, Paris, 1925, 109, citado por Dictionnaire de Spiritualité, III, 1174. «Las exigencias de la gracia necesitan atención y discreción porque el primer director del alma es Dios y a EL ha de seguir en todo el alma: el hombre no tiene otro oficio en la dirección, sino hacer ir al alma por donde lo quiere llevar Dios, al paso y la forma que lo quiere Dios» (E. Hernández García, Guiones para un cursillo práctico de dirección espiritual, Burgos 1954 (Miscelanea Comillas), 237).
  3. «Dirección significa guía individual de un alma hacia la perfección… El congreso celebrado en Avon en la pascua de 1950 sobre dirección espiritual y psicología concluyó que “la dirección espiritual es la ciencia y el arte de guiar a las almas a su propia perfección según su vocación personal”» (Dictionnaire de Spiritualité, III, 1174; cf. 1178. 1180).
  4. «Podríamos definir la obra de ayuda direccional como toda forma de cultivo interno y sapiencial de la disposición de entrega ilimitada al servicio cultual de Dios» (Mendizábal, Dirección espiritual, 34); cf. Antonio Royo Marín, Teología de la perfección cristiana, p. 997 de la edición italiana, citado en Pasquetto, Dirección espiritual, 625: el sujeto de la dirección espiritual es «toda alma que, aspirando seriamente a la perfección cristiana, se ha puesto voluntariamente bajo el régimen y gobierno de un director espiritual».
  5. «¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos» (Mt 7,14).
  6. «Ante todo, se presupone que la acción de ayuda incide en un fiel cristiano animado por un impulso interior de entrega ilimitada al servicio de Dios hasta el sacrificio de sí mismo… “Hombre animado de espíritu y de entrega” significa, pues, no sólo que ya no está apegado al pecado ni que es simplemente religioso, sino que está animado de prontitud para entregarse ilimitadamente al servicio cultual de Dios, que se identifica con la liberalidad, por la que, sin reservarse nada, se entrega todo entero a disposición de Dios» (Mendizábal, Dirección espiritual, 34). Cf. Hernández, Guiones para un cursillo, 236.
  7. «El que solo se quiere estar, sin arrimo de maestro y guía, será como el árbol que está solo y sin dueño en el campo, que, por más fruta que tenga, los viadores se la cogerán y no llegará a sazón». «El alma sola, sin maestro, que tiene virtud, es como el carbón encendido que está solo: antes se irá enfriando que encendiendo» (San Juan de la Cruz, Dichos de luz y amor, 5 y 7). Cf. Hernández, Guiones para un cursillo, 234-236.
  8. Mendizábal, Dirección espiritual, 36.
  9. León XIII, Carta Testem benevolentiae enviada el 12 de enero de 1899 al cardenal Gibbons y citada en Pasquetto, Dirección espiritual, 621. El Dictionnaire de Spiritualité, III, 1177, comenta que, con este documento, León XIII «declara errónea la posición de los que afirmen que el Espíritu dirige a las almas sin ningún intermediario».
  10. Cf. Dictionnaire de Spiritualité, III, 1181; Mendizábal, Dirección espiritual, 46.
  11. Cf. Mendizábal, Dirección espiritual, 67.
  12. Se refieren, por ejemplo, al texto de Santa Teresa del Niño Jesús: «Los directores, escribe ella, hacen adelantar en la perfección impulsando a ejecutar un gran número de actos de virtud, y tienen razón; pero mi director, que es Jesús, no me enseña a contar mis actos, me enseña a hacerlo todo por amor, a no rehusar nada» (Carta 121).
  13. Cf. Laplace, La dirección de conciencia, 178-179).