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El cristiano de todos los tiempos, pero especialmente el de hoy, está influenciado por las presiones del mundo en que vive y por sus propias pasiones, que le hacen muy difícil encontrar y seguir el camino de Dios en su vida concreta. Esta es la dificultad que aparece con frecuencia cuando tratamos simplemente de descubrir la voluntad de Dios en cuestiones sencillas de la vida; pero se hace mucho mayor si pretendemos acertar con esa misma voluntad de Dios cuando queremos ajustarnos al plan de salvación que él tiene para cada uno de nosotros. Por eso, todo cristiano, pero especialmente el que quiere serlo en plenitud, necesita medios para orientarse en su vida evangélica y encontrar las respuestas a los interrogantes que le plantea la vida a la luz de fe.

En este sentido la dirección espiritual es un medio de enorme importancia en la vida de la Iglesia, desde sus orígenes, que ha servido de trampolín para ayudar eficazmente a casi todos los santos y cristianos empeñados en tomarse en serio su fe.

Sin embargo, este instrumento ha adoptado diversas formas y definiciones, al igual que su nombre se ha utilizado para amparar otros medios de ayuda espiritual que poco tienen que ver con la auténtica dirección espiritual.

En este sentido, y para comenzar, es necesario que hagamos una precisión para aclarar los términos que vamos a emplear en adelante: «dirección espiritual», «director espiritual» y «dirigido espiritual». Muchos prefieren otros términos como «acompañamiento espiritual» «acompañante», «consejero», porque la palabra «dirección» parece indicar una relación en la que una persona -el dirigido- es encaminada por otra -el director- según los criterios de éste, ante los cuales al «dirigido» simplemente le cabe obedecer y dejarse llevar1. Pero aunque algunos puedan entender así la dirección espiritual, ésta no tiene nada que ver con una relación directiva en la que prima la iniciativa del «director» y la obediencia al mismo.

Sin embargo, y a pesar de esas dificultades, preferimos seguir usando el término «dirección espiritual», ya que es el que la Iglesia ha empleado tradicionalmente y el que se usa en la mayoría de libros y artículo sobre el tema2.

Pero ha de quedar claro que el sentido de esta relación de ayuda espiritual no debe extraerse de la resonancia que tiene para nosotros la palabra «dirección», sino de lo que a continuación vamos a ir desarrollando.


NOTAS

  1. En esta línea, podríamos decir que «la dirección espiritual es la ciencia y el arte de conducir las almas a la perfección de la vida cristiana». (V. Pasquetto, Dirección espiritual, en E. Ancilli, Diccionario de espiritualidad, Barcelona 1987 (Herder), I, 618). Aunque algunos afirmen que el director imparte dirección espiritual y el dirigido la recibe, sin embargo «sabemos que teológicamente esto no es muy exacto. Tanto el director como el dirigido lo que hacen es discernir la dirección de Dios, presente ya y actuante en la persona» (Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, Madrid 2004 (EDE, 2ª edición), 169).
  2. Cf. J. Laplace, La dirección de conciencia. El diálogo espiritual, Zaragoza 1967 (Hechos y Dichos), 9.