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1) Actitudes fundamentales del dirigido

Son varias las formas de resumir los requisitos y la actitud del que busca la ayuda de la dirección espiritual. Vamos a tratar de presentar una síntesis que abarque de manera sencilla los aspectos fundamentales que acreditan la autenticidad del que busca un director espiritual. Se trata de las actitudes necesarias que debe necesario tener en cuenta el director a la hora de aceptar un dirigido.

a) Oración solitaria

El dirigido debe ser una persona que busque a Dios en la oración1, entendida ésta como escucha paciente y amorosa, porque la materia propia de la dirección espiritual es el fruto de la oración; y la necesidad de discernir el sentido de dicho fruto es lo que lleva a una persona a buscar la ayuda de un director espiritual. Sin vida de oración no hay dirección espiritual2; y esa vida de oración tiene que notarse, especialmente como búsqueda interior de la voluntad de Dios. Es la oración propia del discernimiento, que es ante todo atención a Dios, escucha, acogida, docilidad… Hay que tener cuidado cuando se trata de un hábito de oración desconectado del discernimiento.

No es infrecuente que se busque en un consejero la luz que uno debería encontrar en el silencio de la oración. En esos casos uno emplea la dirección espiritual para que el director le resuelva un problema sin acudir a la oración previamente, evitando así hacer discernimiento. Pero esta misma actitud delata una búsqueda de comodidad incompatible con el verdadero deseo de santidad, porque siempre es más fácil recurrir a una apoyatura externa sensible que a la austeridad espiritual de la oración. Sin embargo, la acogida, la comprensión, los estímulos espirituales y las exhortaciones que tanto parecen ayudar al que pretende caminar por la senda evangélica, en realidad constituyen la tentación para sustituir el sólido fundamento orante de la vida espiritual por los apoyos sensibles inmediatos. Y la ayuda buscada se convierte en obstáculo, y ni se crece espiritualmente, ni puede haber dirección espiritual.

b) Libertad

El que busca la santidad y pide ayuda para alcanzarla tiene que tener un margen suficiente de libertad para dar los pasos necesarios que descubre en el diálogo de dirección3; de otro modo tendrá que manipular la información que ofrece al director para lograr que éste respalde el camino o los objetivos que el dirigido busca, más o menos conscientemente, y evitar así aquello que no le gusta o a lo que tiene miedo. La falta de libertad se nota en que aparecen reservas previas que plantea ante lo que Dios pueda pedir, así como las quejas y problemas que surgen ante la realización de aquello que le resulta costoso. Hemos de convenir, por tanto, en que «una dirección espiritual, para ser verdaderamente llevada de modo laudable y perfecto por un gran espíritu de fe no debe reducir al alma a algo que se pone inerte en manos del director para convertirse en irresponsable; no; esta alma tiene que ser siempre alguien, tiene que ser una persona» (Anastasio del Santísimo Rosario)4.

La falta de libertad impide que el director espiritual pueda, a su vez, ser también libre de dar su opinión u orientación sobre lo que el dirigido le presenta; y esto no se puede resolver haciendo fuerza sobre éste y obligándole a una autenticidad que no es natural y que es fruto de su falta de libertad. El director no sólo debe plantearse qué quiere Dios del dirigido, sino qué está dispuesto a aceptar el dirigido de lo que quiere Dios de él.

La dirección habitualmente aceptada implica, pues, esta libre manifestación de la conciencia y permite al director las interrogaciones prudentes en este campo de conciencia. Pero es bueno advertir que en ningún caso da al director derecho o poder de exigir esa manifestación en fuerza de la simple relación de dirección habitual aceptada (Mendizábal, Dirección espiritual, 41).

La libertad se nota en el margen que se le da al director. Cuando éste tiene que empujar al dirigido, recordarle las cosas o justificarle sistemáticamente cualquier planteamiento es señal de que falta libertad en el dirigido. Es cierto que el director no puede forzar esa libertad, pero las consecuencias no son responsabilidad del director. Lo normal en esos casos sería que el director plantease al dirigido el abandono de la dirección.

c) Espíritu de fe y confianza

En principio hemos de considerar como necesaria la fe humana, por la que una persona confía en otra; y en función de esa confianza se manifiesta abiertamente y mantiene una actitud de receptividad ante las orientaciones que recibe de ella. Ciertamente hace falta una confianza mutua. No puede uno confiar su alma a alguien en quien no confía, ni puede confiar en alguien a quien no puede abrir su alma5.

Pero, además, se necesita una mirada de fe sobrenatural que se manifiesta en la percepción de la realidad que vive como instrumento de la manifestación de Dios y en el convencimiento de que Dios ayuda a interpretar esa manifestación suya a través del director espiritual. Esta actitud de fe lleve al dirigido a buscar una fuerte adhesión a la Palabra de Cristo y a la Iglesia, así como a una gran docilidad a la acción de Espíritu Santo en él6.

Evidentemente la fe de la que tratamos no supone en absoluto que una persona tenga que aceptar con los ojos cerrados cualquier sugerencia, o que tenga que prescindir del sentido común o del discernimiento, porque en la dirección espiritual «el modo de razonar y de juzgar estará esencialmente fundado en una mirada de fe»7. Esta confianza tiene que ver con la receptividad y la docilidad, no con la obediencia.

d) Apertura del corazón

El director sólo puede cumplir su tarea si conoce bien al dirigido, para lo cual necesita que éste le abra con sinceridad su corazón tanto en lo negativo como en lo positivo. De lo contrario será imposible cualquier discernimiento, que sólo se puede realizar conociendo a fondo la vida interior y las situaciones por las que pasa una persona. La transparencia del dirigido permite que el espejo, que es el director, devuelva correctamente al dirigido su verdadera imagen, para que él confirme o corrija lo que convenga mejor con la voluntad de Dios. Sin esa apertura el director no puede conocer al dirigido, ni el dirigido puede conocerse a sí mismo. Y sin ese conocimiento el director tendrá que recurrir a aplicarle un cliché al dirigido o a utilizar el método de prueba y error.

Tratad con el director a corazón abierto con toda sinceridad y fidelidad, manifestándole claramente vuestro bien y vuestro mal sin ficción ni disimulo: así vuestro bien será examinado y se hará más seguro, y el mal, corregido y remediado (San Francisco de Sales, Introducción a la vida devota, I, 4).

Para alcanzar ese conocimiento, se deben manifestar al director «Nuestras tentaciones y nuestras flaquezas para que nos ayude a vencerlas o a sanarlas; nuestros deseos y resoluciones, para someterlos a su aprobación; el bien que intentamos hacer para que nos confirme en ello; nuestros propósitos para el futuro, para que los examine y nos indique los medios de que habremos de valernos para llevarlos a cabo»8.

El dirigido manifiesta lo que conoce íntimamente de sí mismo y se deja dirigir en lo escondido de sus juicios y criterios espirituales. La apertura espontánea del corazón viene a ser la condición bajo la que se realiza la ayuda de la dirección espiritual (Mendizábal, Dirección espiritual, 37).

La dirección estable y total implica, esencialmente, la voluntad de conformar la propia conciencia con los criterios evangélicos transmitidos con la ayuda del director. Ahora bien, no puede ser confirmado o corregido por el director espiritual si no le manifiesta su conciencia (Mendizábal, Dirección espiritual, 98).

El hecho de que sea necesaria una sincera apertura del corazón no supone que la entrevista de dirección espiritual sea un ámbito para perderse en divagaciones o relatos más propios de una charla o un desahogo entre amigos. Si es verdadera, la manifestación del dirigido será simple, y buscará la sobriedad que «hace evitar pueriles alargamientos, discursos que no afectan a la vida interior, confidencias dañosas o por lo menos inútiles, desahogos no necesarios, murmuraciones o críticas, pérdidas de tiempo, recurrir de un modo inoportuno o demasiado frecuente al director»9.

Pero no hay que hacerse demasiadas ilusiones pensando que esta sinceridad es fácil o cómoda. Si el dirigido buscar realmente la santidad deberá poner el trabajo y el esfuerzo necesarios para alcanzar esa manifestación abierta, sin esperar que el director compense su falta de esfuerzo. Por eso, el dirigido deberá plantearse si está dispuesto a pagar el precio de abrir sinceramente el corazón al director:

Aunque la verdad acrecienta la libertad y la paz interior, con frecuencia es una píldora bastante difícil de tragar. La verdad necesariamente purga y arrasa todo lo que es engaño y falsedad. Produce despojos y arrancones; corrige y reprocha, y más de una vez nos lanza por caminos que preferiríamos no tener que ir. Exige que abandonemos nuestro propio yo y que nos volvamos hacia Dios de manera más radical y con todo nuestro ser. Es importante ver si uno muestra señales de verdadera disponibilidad, apertura y receptividad o si, por el contrario, es obstinado, encerrado en sus ideas y sin querer apearse de ellas. ¿Está dispuesto a cambiar? ¿O lo que persigue es aprobación y que le confirmen en sus caprichos? ¿Va buscando el obtener halagos y admiración por «sus» prácticas y experiencias espirituales?

Es fácil decir que buscamos la verdad, pero donde se manifiesta hasta qué punto es realmente eficaz ese deseo es en la manera de reaccionar y responder ante las interpelaciones, exigencias y confrontaciones. Hay quienes desean la verdad con tal de que no haya que pagar un precio demasiado alto. No quieren comprometerse a ir tras ella si es que les va a suponer una seria transformación personal o cambios drásticos en sus vidas. Esto es poner límites a la verdad. Están dispuestos a caminar sólo hasta donde les parece conveniente (Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 172-173).

e) Docilidad

Enseguida tocaremos el tema de la necesidad o no de la obediencia al director espiritual; pero independientemente de ese problema hemos de afirmar que la dirección espiritual exige una especial docilidad, que nada tiene que ver con la aceptación y cumplimiento ciegos de las directrices recibidas. Santo Tomás relaciona la docilidad con la prudencia, porque «en materia de prudencia, necesita el hombre de la instrucción de otros, sobre todo de los ancianos, que han logrado ya un juicio equilibrado sobre los fines de las operaciones… lo propio de la docilidad es disponer bien al sujeto para recibir la instrucción de otros» (Suma, II-II, 104, 1). No cabe una dirección espiritual en permanente conflicto con la opinión del director o con una actitud de sospecha10.

La dirección espiritual resultaría imposible si el cristiano no aceptase humildemente las advertencias y exhortaciones del sacerdote… Si tuviese motivos fundados para considerar que el director se equivoca, no está obligado a seguirlo. Lo que hay que rechazar es la falta habitual de docilidad, y además el intento de hacerse mandar o aconsejar lo que le place (Pasquetto, Dirección espiritual, 626).

En el fondo no se trata simplemente de docilidad al director, sino de algo más profundo. Si el que busca ayuda en el discernimiento busca la voluntad de Dios debe escoger a una persona que sea verdadero instrumento del Espíritu Santo; de modo que esa instrumentalidad sobrenatural que posee el director espiritual exige del dirigido una plena y libre docilidad, no tanto a sus criterios o su persona, sino al Espíritu Santo, que actúa a través de él:

De ahí que lo que se necesite es una total apertura a cualquier camino o dirección que revele el Espíritu. Hay que estar dispuestos a seguir en pura fe la senda por la que el Espíritu quiera conducir… Uno no puede seleccionar ya de antemano unas ciertas líneas o caminos que estaría dispuesto a seguir. Tampoco puede eliminar ninguna ruta posible hasta no haberla discernido cuidadosamente. Tiene que estar determinado a ir por la senda que el Espíritu le señale, sea la que sea, le guste o no le guste (Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 174).

En el fondo no se trata de docilidad al director, sino al Espíritu Santo. De hecho ambos tienen que ser dóciles al Espíritu, trabajando constantemente por afinar esa docilidad interior que es fruto de la fe, y se manifiesta en que no pretende actuar en función de la opinión o la reacción del director ni del dirigido, sino dar un cheque en blanco al Espíritu Santo, como hicieron Abrahán o María.

f) Inteligencia

Para poder ser ayudado, el dirigido necesita un determinado nivel de inteligencia y conocimiento. No se trata de que sea capaz de hacer brillantes consideraciones sobre la vida espiritual, o de expresarse con gran elocuencia o precisión, sino de que pueda conocerse a sí mismo por dentro, percibir la acción de Dios en él y saber el estado de su vida espiritual, con sus luces y sus sombras, además de la capacidad de expresar todo esto de manera sincera y sencilla11.

2) Modo de elegir al director

Si partimos del hecho de que una persona busca de verdad la santidad, consecuentemente, necesita encontrar un director espiritual, puesto que, como venimos diciendo, la dirección espiritual es la ayuda necesaria para alcanzar la santidad, por lo que resulta de vital importancia la elección del director para que este medio espiritual dé el fruto que se espera de él12. Esta elección requiere prudencia y perseverancia porque la santidad depende del acierto en ella. Lo que nos plantea la cuestión de saber el modo cómo realizar esa búsqueda.

Y lo primero que hemos de tener en cuenta es que no estamos ante una tarea meramente humana, como el que busca un buen experto en cualquier ámbito de la vida profesional. Nos encontramos ante la necesidad de un don de Dios, una gracia que Dios quiere conceder a quien lo necesita; por lo que la actitud inicial debe ser la disposición de fe que lleva a pedir dicha gracia y a disponerse adecuadamente para recibirla, porque «a no ser que el Señor quiera que tengamos director espiritual, no nos lo va a proporcionar. Ya podemos buscar, pedir y hasta exigir, que no lo vamos a encontrar»13. Es un don de Dios que hay que buscar, pedir y desear.

Por eso, antes de empezar a buscar director espiritual, es conveniente considerar que no todos los directores sirven para el que aspira de verdad a ser santo, por buenos, sabios o piadosos que sean14. El cristiano que se sabe llamado a la santidad y pretende secundar en serio ese llamamiento debe buscar a la persona que le ayude eficazmente, lo que se nota en que percibe que le puede entender «espiritualmente» para que revise su trabajo; no buscando ni la inteligencia, ni la simpatía, sino una «sintonía» interior que le hace sentirse entendido, más allá de afinidades o simpatías humanas. Esta búsqueda del director espiritual adecuado tiene que realizarse con gran libertad hasta que uno tenga la seguridad interior de haberlo encontrado. Y una vez tiene al orientador, debe ir probando hasta cerciorarse de que se siente perfectamente entendido interiormente, sin fijarse en si es duro o blando, simpático o antipático, etc.

Conviene preguntarse si el que se ha elegido como director se hace una idea adecuada del diálogo espiritual. Sirve para evitar muchas decepciones. Es un asunto muy grave entregar el alma a alguien, decía el viejo Sócrates. Santa Teresa decía que hay que elegir el director entre mil (Laplace, La liberté dans l’ Esprit, 10).

Se trata, en definitiva, de encontrar un verdadero «espejo»: alguien que le devuelve la imagen perfilada de su propia identidad espiritual, de modo que uno se puede reconocer plenamente en esa imagen. Es lo que nos sucede cuando tenemos que sacarnos una mota de un ojo. Sabemos que tenemos algo en el ojo, pero carecemos de la perspectiva necesaria para saber de qué se trata en concreto y poder sacárnoslo. Por eso nos ponemos ante un espejo, no esperando que nos devuelva una imagen preciosa de nuestro rostro, sino nuestra auténtica imagen, la que nosotros, al verla, la podemos reconocer como nuestra y en la que podemos encontrar con precisión el objeto extraño que nos ha entrado en el ojo y podamos quitarlo fácilmente.

De fijo, lo que pido, ante todo, a mi director, es su competencia, fruto de su experiencia y de su estudio; y que yo pueda escogerlo libremente. Tal competencia no la encuentro en cualquier sacerdote: y al contrario, puedo hallarla en alguno que no lo sea (Gabriel de Santa María Magdalena)15.

Cada uno de nosotros conserva el recuerdo de un sacerdote que dejó huella en él. Puede ser que no tuviera conocimientos superiores; su psicología era limitada y percibimos sus deficiencias; sus enseñanzas, las de la época, no brillaban por su originalidad. Aún podíamos haber descubierto directores más santos que él. Pero teníamos delante a un hombre. Mejor formación nos daba por lo que era que por lo que decía o sabía. Ante él, nos sentíamos vivir. Había diálogo de hombre a hombre. Es preciso volver siempre a lo mismo: ése es el verdadero director. No es imposible encontrarlo. Para dar con él y para asemejarnos, al mismo tiempo a él, es preciso tender a una unidad semejante (Laplace, La dirección de conciencia, 123-124).

Se trata, pues, de una búsqueda que no puede salirse del ámbito de una fe profunda, desde la que se consideran las cualidades que debe tener el director y que hemos descrito más arriba. Sin embargo, la confirmación de que determinada persona es el don que Dios me ofrece como director espiritual no comienza por el examen de sus cualidades sino por una sintonía espiritual que Dios crea entre ambos, que suscita la intuición interior de la presencia de Dios en esa persona:

A la hora de elegir director es importante considerar ciertas cualidades que se requieren para este ministerio, como son: experiencia personal de Dios, conocimientos sólidos de teología ascética, capacidad discernimiento, etc. Pero, en último término, es por medio de la fe como reconocemos de manera intuitiva cuál es el director más apropiado para nosotros. Uno se ve como impulsado sutil y misteriosamente hacia cierta persona. Puede que haya otros directores disponibles, y algunos de ellos quizá más preparados, mejor dotados o con fama de más espirituales. Sin embargo, la gente reconoce intuitivamente y en fe aquel a quien el Señor le está enviando (Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 76).

Para percibir y corroborar esta sintonía tienen mucha importancia los primeros encuentros, que pueden comenzar por una confesión, una consulta, o la participación en un retiro espiritual, a partir de lo cual se puede percibir si surge el entendimiento y la sintonía necesarios para que se pueda dar una auténtica dirección espiritual. Hace falta prudencia, tiempo y oración para encontrar el director que Dios nos pone en nuestro camino.

Luego, a partir de esa sintonía inicial, será necesario corroborar esta percepción con el análisis de las cualidades objetivas que requiere la función de director espiritual16. Pero este análisis debe realizarse en paralelo con un sincero examen sobre las propias disposiciones ante la persona que uno descubre como posible director:

  • -¿Me atrae porque tiene cierta fama como director y busco alguien «importante» o «famoso» para sentirme «más espiritual»?
  • -¿Le busco porque me exige poco o pienso que puedo «controlarlo»?
  • -¿Aprovecho la excusa de la dirección espiritual porque busco una amistad o siento una atracción meramente humana?

A veces uno puede tener una moción clara y directa (como un fogonazo) que señala al director que Dios le da. En otras ocasiones son mociones más sutiles que hay que detectar y discernir, como paz, luz, alegría o deseo de entrega que suscita lo que nos dice la otra persona; así como el atractivo espiritual ante su persona y el deseo de docilidad. Puede suceder que no se den esas mociones, lo que exigirá un análisis de los signos espirituales de que esa persona es el director adecuado, como cualidades necesarias, facilidad para abrirle el corazón, sentirnos entendidos y apoyados por él; todo lo cual deberá ser cribado en la oración y comprobado con prudencia, confianza y libertad, analizando finalmente los resultados antes de tomar la decisión definitiva.

Sin embargo no debemos engañarnos pensando que siempre que se necesita un director espiritual éste aparece inmediatamente. Como una gracia de Dios que es a veces se hace esperar, lo que suele llevar al desánimo o la desesperanza, que surgen con tanta mayor fuerza cuanta mayor es la sinceridad e interés que se pone en la búsqueda.

Muchas veces el director que uno necesita no aparece tan pronto. De hecho, puede llevar bastante tiempo -tal vez incluso años- hasta dar precisamente con el que Dios quiere. Cuando esto ocurre lo que hay que hacer es permanecer abiertos y esperar pacientemente siempre atentos y vigilantes hasta que llegue la persona adecuada… Hay personas que sienten una auténtica necesidad de ser guiadas espiritualmente, pero ocurre que a pesar de todos sus intentos no encuentran a nadie que se la pueda proporcionar. En estos casos el Señor suplirá, y con toda seguridad que les proveerá la adecuada orientación, sirviéndose de otros medios, como pueden ser los sacramentos, predicaciones, lectura espiritual, encuentros providenciales con alguna persona, inspiraciones interiores, etc. (Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 77.75).

Y lo mismo cabe decir de la situación que se crea cuando el dirigido ve que no avanza o se siente desconcertado por el director, a pesar de poner todo su empeño en ser fiel a la voluntad de Dios y actuar en la dirección espiritual con sinceridad y espíritu sobrenatural. En estos casos, si realmente hay una buena disposición en ambas partes y el resultado no lleva el sello del Espíritu Santo, que es la luz, la paz y el gozo, hay que abandonar esa dirección espiritual y comenzar la búsqueda de un nuevo director. Con sencilla humildad hay que reconocer que se necesita ese instrumento que uno ya no tiene para ponerse en las manos de Dios con plena confianza e iniciar de nuevo la búsqueda desde el principio17.


NOTAS

  1. Cualidad sugerida en Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 171-172.
  2. «Hasta que uno no esté determinado a abandonarse en el Señor y someterse en silencio y soledad de corazón al amor purificador y transformante de Dios, es inútil que busque ayuda alguna en ningún director espiritual» (Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 172).
  3. «No es posible ninguna dirección espiritual sino con una persona que posee ya un cierto sentido de la libertad» (Laplace, La dirección de conciencia, 18).
  4. RVS, 1950, 327, citado por Pasquetto, Dirección espiritual, 626.
  5. «Sin duda, este espíritu de fe debe primero entenderse en el sentido natural de la palabra, como uno que tiene fe en el otro. Es preciso que la confianza se establezca entre los dos: “No confíes tu conciencia hacia quien tu corazón no consienta entera confianza”» (abad Poimén) (Laplace, La dirección de conciencia, 176-177).
  6. Cf. Laplace, La dirección de conciencia, 176ss.
  7. Dictionnaire de Spiritualité, 1185.
  8. Tanquerey, Compendio de teología ascética y mística, París-Tournai-Roma, 1930, 364, citado por Pasquetto, Dirección espiritual, 625.
  9. Pasquetto, Dirección espiritual, 626.
  10. «Podemos exhortar incluso a quien no quiere oírnos, pero no podemos prestar asistencia de dirección a quien no se somete espontáneamente a ella. El mero hecho de prestarse a dócilmente a recibir ayuda, denota ya alguna presencia de la disposición interior de entrega» (Mendizábal, Dirección espiritual, 35).
  11. Cf. Laplace, La dirección de conciencia, 169ss.
  12. «Grandemente le conviene al alma que quiere ir adelante en el recogimiento y perfección, mirar en cúyas manos se pone, porque cual fuere el maestro, tal será el discípulo, y cual el padre, tal el hijo» (San Juan de la Cruz, Llama B, 30).
  13. Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 75.
  14. J. Laplace, La liberté dans l’Esprit, 11-14, basándose en Surin, Dialogues spirituels, cataloga a los directores en tres tipos: naturales, espirituales y sobrenaturales, en función del nivel de las necesidades del dirigido y de la altura del objetivo que se busca; pero para nosotros es más que suficiente la división que propone Nemeck-Coombs entre naturales y espirituales.
  15. Citado en Laplace, La dirección de conciencia, 41.
  16. Cf. Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 76-77.
  17. Cf. Nemeck-Coombs, El camino de la dirección espiritual, 289-294. Cf. Hernández, Guiones para un cursillo, 248.